Texto e Imagen

¿Qué seguimos haciendo aquí? Berlin es un barrio de America Latina. Textos, imágenes y texturas de sentido sobre, desde y en el Barrio toman aquí su voz.

“Lo que puede ofrecerle la escena de Berlín a nuestro continente es principalmente autoconocimiento”: charlas de Barrio con Juan Carlos Méndez

Juan Carlos Méndez
La entrevista fue realizada por Daniel Sarmiento Osorio La redacción estuvo a cargo de Daniel Sarmiento Osorio

El primer trazo de un mapa. Prólogo del catálogo del festival

En el "Latinofuturismo" Berlín no es solamente un barrio o bairro de una Global City latinoamericana como São Paulo, Ciudad de México, Lima o Buenos Aires, sino también la reencarnación de París, la antigua metrópoli artística del siglo XX y, a su vez, un puerto de anclaje literario en continuo devenir. Fragmentos del alemán se han ido incorporando desde hace tiempo a la lengua vehicular no oficial, un…

“Es una de mis reglas de oro, siempre busco ese lado humano, eso que está más allá de la historia”: charlas de Barrio con Amir Valle

Amir Valle
Amir, ¿en qué estás trabajando actualmente? Además de mi trabajo como periodista en Deutsche Welle, ahora mismo estoy tratando de encontrar una editorial alemana que publique una novela que hice sobre el exilio cubano en Alemania: No hay hormigas en la nieve. La escribí tras descubrir personalidades cubanas que habían pasado su exilio acá. Por ejemplo, José Brindis de Salas, considerado el Paganini negro,…

Durante los primeros meses

Ariel Magnus
Santiago había nacido en Argentina, pero su abuelo materno había emigrado allí a mediados del siglo pasado desde Siria, desde una región no muy lejana al lugar de nacimiento de Jamil. Santiago ahora vivía en Berlín y tenía UN SUEÑO: ver tocar a su banda favorita, los Redonditos de Ricota, en los campos del Tempelhof. Santi dijo que tenían tantos fans en su país que esa sería la única banda del mundo a la…

Lengua extranjera en el parque

Tomer Dotan-Dreyfus
Escribir en una lengua extranjera es un método flojo para escribir realismo mágico. Una lengua que sí se entiende, pero en la que algo no cuadra. Pertenece aquí y, a la vez, no pertenece en lo absoluto aquí. Por ejemplo, cuando usamos el yidis donde se habla alemán, nos situamos inmediatamente en este espacio liminal. El yidis no es alemán, pero tampoco deja de serlo. Se rebela ante la lógica de ese «elles…

Manifesto do teatro latinofuturista

André Felipe
»Postais para o fim do mundo. Temporalidades latino-americanas na dramaturgia contemporânea 2011-2021« (São Paulo, 2021)

Barrio I Bairro Berlin

La mirada sobre América Latina sigue estando fuertemente marcada por estereotipos coloniales y narrativas exotizantes, y la literatura del Realismo Mágico ha contribuido a formar la imagen de una América Latina rural y distante. La literatura latinoamericana contemporánea se resiste a estas narrativas. Con una gran diversidad estilística, las autoras y los autores escapan a cualquier categorización.…

In Chile bin ich die Schriftstellerin, die in Berlin lebt

Patricia Cerda
In Chile bin ich die Schriftstellerin, die in Berlin lebt, was mir eine gewisse kosmopolitische, um nicht zu sagen geheimnisvolle Patina verleiht. Eine Schriftstellerin, die 1986 in die Stadt zog, als diese noch geteilt war. In der Nacht, als die Mauer am Brandenburger Tor abgerissen wurde, war ich dabei, unter die Menge gemischt, lief an der Hand der Geschichte und fragte mich, was ich hier eigentlich…

எங்கே? // En˙ gē? // Where?

Avrina Prabala-Joslin
To be here is to not be somewhere else (or is it?). This poem I wrote on a lonely night in 2022 in Tamil, re-titled “எங்கே? // Eṅgē? // Where?” asks,   “don't you desire a longingless union in the lap of love body folded arms outstretched where both eyes look to the same place?”   here parts of me. there parts of me. here hated in ways. there hated in ways. here disgust norm in ways. there disgust norm in…

A,B,C,D

Antonio Ungar
Mi amiga A es venezolana. Llegó a Berlín en 2013, el mismo año en que Maduro se hizo presidente. Su esposo D, al que conoció hace nueve años, es alemán. Berlinés oriental. Pausado, altísimo, tímido, administra la librería de un bávaro muy rico. Tienen dos hijas, de nueve y once años. Lo que recibe D, más lo que recibe A como arquitecta, es suficiente para pagar un apartamento amplísimo en Kreuzberg. Mi…

Estaciones de Berlín

Juan Carlos Méndez
Inundadas de frío, nieve y anocheceres a las cuatro de la tarde, las novelas latinoamericanas que recrean Berlín antes de la caída del muro tienen a las estaciones, no solo las climáticas, sino también a las de trenes, como símbolos muy concretos de la frontera, del umbral y del muro que divide dos sistemas. Terreno fértil fruto de una tensión interna (entre Este y Oeste) y una externa (con París), Berlín…

Entonces vuelve el sol

Ralph Tharayil
Habla de trampas. Habla de trampas que pone, habla de murciélagos y del oído de los animales en la oscuridad. Habla de dormir temprano y de los mensajes que envía desde su propiedad a amigos en Europa, de los mensajes en WhatsApp y de los de YouTube. Habla de los enjambres y de su batir de alas, de cómo no ve su sonido. Ve los excrementos que dejan en la terraza y en las superficies de los cristales…

Llamar al nombre

Florencia del Campo
Eran dos filas y dieciocho timbres por fila. Una botonera alargada, alta y angosta. Color cobre, como una pulsera para la playa. Como una gargantilla, unos aros. Dos filas de apellidos y el botón al lado, como un Ibuprofeno. Un Paracetamol. Cualquier cosa redonda u ovalada que podría extraer del blíster y tragarme. Un timbre como un analgésico. Una botonera de timbres, un portero eléctrico, como cualquier…

A cagada colonial e o resto do mundo

Danú Gontijo, Bárbara Santos Suelen Calonga
A cagada colonial O colonialismo foi uma grande cagada. Não contentes em cagar a Europa, foram cagar regra em outros cantos. Numa narrativa aventureira-descobridora que persiste até hoje, colonizaram territórios e gentes, aniquilaram povos inteiros, dilaceraram comunidades, torturaram, expropriaram, expulsando milhares de suas terras, estuprando mulheres, escravizando pessoas, apropriando-se de suas…

El último Montano

J. A. Menéndez-Conde
No hay nada más difícil que decir adiós a un hogar en el que se ha sufrido. —Podría haberte llevado yo al aeropuerto —dice mi padre desde la puerta. Pero no tiene coche. Lo vendió para pagar sus deudas. Mira por encima de mi hombro al taxi aparcado en la calle y repite que podría haberme llevado al aeropuerto. Antes de ponerme la mochila nos damos un abrazo. Soy el primero en soltar, en bajar los brazos.…

Los animales

Bruno Renato
* En los dichos de los viejos, en el bulo líquido de sus bocas la ciudad, las uñas [y estos bichos secos] que la velan solo son el alimento, la moha negra que aguarda a nuestros pies  En sus dichos es la otra orilla y es el cielo de un dibujo son los semáforos, los rebaños que desplazan acaso miles de cabezas plagadas del musgo de los hambrientos del Sur Y así todo comienza niña que apedrea a niña cielo…

El Futuro

María Cecilia Barbetta
La tranquilidad en el Tigre era espeluznante a esa hora. Abandonamos la casa para dirigirnos al jardín, la luna alumbrándonos el camino. Como si fuéramos a celebrar algo, Dora se había arreglado de una manera hermosamente sencilla. Se había quitado las sandalias, llevaba el pelo suelto, largo y lacio, y tenía puesta una túnica blanca bastante traslúcida. Estaba despampanante. Ni bien se sentó en la tierra…

"Todos en algún momento podemos estar participando del proceso de extraccionismo cultural"

Huaco Retrato

Gabriela Wiener
Lo más extraño de estar sola aquí, en París, en la sala de un museo etnográfico, casi debajo de la Torre Eiffel, es pensar que todas esas figurillas que se parecen a mí fueron arrancadas del patrimonio cultural de mi país por un hombre del que llevo el apellido. Mi reflejo se mezcla en la vitrina con los contornos de estos personajes de piel marrón, ojos como pequeñas heridas brillantes, narices y pómulos…
“Lo que puede ofrecerle la escena de Berlín a nuestro continente es principalmente autoconocimiento”: charlas de Barrio con Juan Carlos Méndez
Juan Carlos Méndez
17.12.24
El periodista y escritor peruano Juan Carlos Méndez en París (2023) para la presentación de su novela Cierre de edición. Foto: Dominique Souse

Juan Carlos Méndez (Lima, 1976) es autor de la obra teatral “Tiernísimo animal” (2000) y de las novelas “Pandilla interior” (2010) y “Cierre de Edición“ (Penguin Random House, 2022). Él ha sido redactor principal y editor cultural del semanario de actualidad política Caretas, donde trabajó alrededor de una década. Luego realizó una maestría en la Universidad de Bonn, donde también trabajó como docente. Como gestor cultural ha organizado y dirigido diversos proyectos del Goethe-Institut Perú. En la actualidad vive en Berlín donde escribe una tesis doctoral donde analiza a los flâneurs latinoamericanos de algunas ficciones que se desarrollan en la capital alemana antes y después de la caída del muro. Títulos y autores del corpus son “Diario Pinchado” (2020) de Mercedes Halfon (Argentina), “También Berlín se olvida” (2009) de Fabio Morábito (México), “Berlín es un cuento” (2015) de Esther Andradi (Argentina), “Vamos a tocar el agua” (2020) de Luis Chaves (Costa Rica), “Vastas emociones y pensamientos imperfectos” (1998) de Rubem Fonseca (Brasil) y “Morir en Berlín” (1993) de Carlos Cerda (Chile).

La entrevista fue realizada por Daniel Sarmiento Osorio

La redacción estuvo a cargo de Daniel Sarmiento Osorio

En esta conversación con nuestro vecino, el periodista y escritor peruano Juan Carlos Méndez, discutimos en torno a sus inicios en los oficios de las letras en su país natal, su llegada a Alemania y lo que significa para él escribir desde este país, y su investigación en torno a la narrativa latinoamericana que se está produciendo desde y sobre Berlín.

Con Juan Carlos nos pusimos cita un viernes 4 de octubre en la Staabi, como cariñosamente se le conoce a la Staatsbibliothek zu Berlin junto al Iberoamerikanisches Institut. No más encontrarnos en el hall abierto al público, que no observa normas demasiado estrictas respecto al silencio típicas de una biblioteca, juntamos rápidamente un par de sillas y una mesa, sobre la que pusimos un portátil y un micrófono para grabar.

Por su parte, nuestro vecino llevaba un largo abrigo azul y una bufanda roja de aspecto muy grueso. Aunque el invierno que vendría ya se dejaba presentir de manera leve, Juan Carlos llegó a nuestro encuentro con una disposición sonriente y relajada: un periodista sentado del lado del micrófono opuesto al que suele ocupar y listo para hablar. Así, en medio de esa Babel llena de los rumores de las voces de lectores en innumerables lenguas, comenzó nuestra conversación.

Juan Carlos, antes de pedirte que nos hables sobre lo que has venido investigando con relación a la representación de Berlín en la literatura latinoamericana, pensaba abrir con una nota más personal, preguntándote por tu proceso migratorio a Alemania en relación con tu vida profesional. Tengo entendido que tú ya estabas muy metido en el periodismo cultural en el Perú, concretamente en la sección homónima de la revista de actualidad Caretas, por lo que me gustaría entonces preguntarte qué te lleva a tomar esta decisión de venir para acá.

Para el Perú, y creo que para todos los países latinoamericanos, la pandemia fue un golpe demoledor. Mi país tuvo un par de décadas de democracia y crecimiento económico sostenido y eso fue suficiente para establecer una narrativa de supuesto progreso. Pero el cuento tuvo un final fatal para miles de personas. Yo acababa de regresar de Alemania, donde había finalizado una maestría, cuando se decretó el estado de emergencia sanitario. Los sistemas de salud y de educación entraron en crisis rápidamente y la economía, compuesta por una gran mayoría informal o formal solo en apariencia, se derrumbó. Como siempre, solo la elite la pasó bien, en sus casas de playa o viajando al primer mundo para vacunarse. La crisis también afectó a los medios de comunicación, muchos dejaron de imprimirse y otros quebraron directamente. Volví a sentir lo que había sentido en mi niñez y adolescencia, durante la época del terrorismo y la hiperinflación económica: la fragilidad social y la precariedad laboral a todo nivel. Volví a sentir eso que muchos creímos que se había acabado con el regreso de la democracia en el Perú.

¿Cómo saliste de esta situación?

Conseguí un trabajo en el Goethe-Institut. Tuve mucha suerte de que me contrataran en plena pandemia. La entrevista inicial fue por Zoom y luego todo el trabajo también. Nunca vi en persona a mi jefa, ni a mis compañeros… Luego se concretó lo de mi investigación académica aquí en Alemania, donde seguí trabajando para el Goethe de Perú a la distancia hasta terminar los proyectos en los que estaba comprometido.

Entonces tú ya tenías una relación con el alemán…

Fue por etapas. Antes de hacer la maestría, ya había venido con un grupo de periodistas latinoamericanos invitados por el gobierno alemán. Estuvimos acá alrededor de un mes. La visita estaba organizada por diferentes instituciones y tuvimos entrevistas con ciertas autoridades que tenían agendas muy complicadas, por lo que accedimos sin intermediarios a una parte de la realidad alemana de ese momento. En mi último día en Berlín, antes de tomar el tren rumbo al aeropuerto, me senté unos minutos frente a la ventana de mi hotel y mirando el río me pregunté qué pasaría si no regresaba, si en lugar de tomar el avión y volver a mi país, a mi ciudad, a mi trabajo, no lo hacía. No me atreví y regresé a Lima en primera clase, porque por alguna razón recibimos un upgrade de último minuto. Quizá por habernos portado como niños buenos. Sin embargo, la pregunta se mantuvo y ahora la estoy desarrollando en una ficción sobre un latinoamericano en una situación similar, pero la diferencia es que él no regresa. Él sí tiene las agallas para quedarse y volverse ilegal. Para algo tiene que servir la ficción, ¿no?

¿Ese es el proyecto en el que estás trabajando actualmente?

Sí, y el título de trabajo es Darse a la fuga. Es una frase que se usa en contextos migratorios y también tiene resonancias coloniales. Se usaba, por ejemplo, cuando un cimarrón se escapaba. Los cimarrones eran los esclavos africanos que huían y vivían en libertad en su quilombo o palenque, formando una sociedad paralela. Me gusta cómo se forma el verbo “darse”. Como si la persona se entregara a sí misma esa oportunidad. Y también tiene que ver con el hecho de que muchos de nosotros, los latinoamericanos, sea legal o ilegalmente, nos estamos dando a la fuga, ¿no? Nuestras sociedades ya sean por razones económicas, laborales, de salud, simplemente no nos acogen. Son muy pocos a los que se les permite establecer un proyecto real, ya sea creativo, laboral o familiar.

Nosotros también crecemos con el imaginario de que hay que irse…

Yo prácticamente mamé la crisis desde la leche materna, las crisis sociales, de violencia terrorista, la guerra sucia, en fin. Todos hablaban de irse. Acabar el colegio e irse, acabar la universidad e irse. En esa época el destino más popular era Estados Unidos, no Europa. Sin embargo, luego la situación económica y política se estabilizó y no solo dejaron de irse, sino que comenzaron a regresar. Pero todo eso acabó con la pandemia. Y para mí Alemania sí era un destino posible porque ya la conocía. En general la gente en Latinoamérica tiene mucho miedo de los alemanes porque tienen una imagen casi de ficción, con respecto a la disciplina, el clima, el idioma. Todo está asociado a la severidad y a la dureza. Pero a mí me había ido bien acá. Había sentido una apertura, un interés. Además, también quería desmarcarme un poco de mi generación de escritores. Muchos de mi generación se habían ido a Estados Unidos, Inglaterra, Francia, España, pero a Alemania muy pocos. Y bueno, a mí me interesaba contar la migración latinoamericana desde Berlín. Debe ser por mi formación periodística: contar un mismo fenómeno pero desde otro punto de vista, desde una perspectiva nueva, desde un lugar que no fuera París, Nueva York o Madrid.

¿Cómo pudiste realizar ese viaje finalmente?

Con un proyecto que se nutriera del mismo viaje. Convertí a la ciudad en un proyecto literario y académico. Porque para mí está todo conectado: la escritura literaria está basada en un cincuenta por ciento de investigación académica. Por ejemplo, mi novela anterior (Cierre de edición, 2022) narra la última semana en una redacción periodística y mi tesis de maestría fue sobre periodistas de ficción. Entonces, el método que he ido descubriendo poco a poco se basa en una investigación académica que luego transfiere elementos, temas, personajes e impulsos al proyecto literario.

Y a diferencia de la escritura académica, donde todo es muy racional y meditado, o de la escritura periodística, que depende de la actualidad de la noticia, en la escritura literaria todo es muy inconsciente, pulsional e inesperado. Al menos al principio. Luego cuando corriges, cuando pasas al segundo borrador, editas, ordenas y buscas una estructura, pero teniendo mucho cuidado de que la energía inicial no se pierda, ese fuego irracional es lo más importante y no se debe apagar. Investigando para definir el tema de mi tesis de maestría descubrí que había toda una tradición de novelas latinoamericanas con personajes periodistas. Y bueno, luego descubrí que también hay una tradición de escritores latinoamericanos que narran desde Berlín…

Portada de su novela "Cierre de edición", nominada al Premio Nacional de Literatura del Perú 2024.

¿Qué crees que te aporta el hecho de desempeñarte simultáneamente como escritor, periodista e investigador en literatura? ¿Cómo se relacionan estos roles entre sí?

Para mí todo eso es escritura. El periodismo, la investigación académica y la literatura propiamente dicha; para mí todo es escritura. Cada uno tiene sus reglas, pero para mí se retroalimentan y convergen. El periodismo y la investigación académica convergen en la literatura, son fuentes. Yo necesito las experiencias de primera mano que me da el periodismo. Estar ahí, mirar las cosas, sentirlas, olerlas, y que no me las cuenten o tener solo el referente bibliográfico. Pero luego, durante el proceso, también necesito la tradición, necesito el archivo. La combinación de ambas alimenta la ficción, la hilvana. Me da un terreno seguro sobre el cual empezar a imaginar. También es cierto que no puedo vivir solamente de ser escritor de ficción. Entonces he tenido que abrir el campo profesional, y así de alguna manera he desarrollado un método, que ha sido mitad decisión y mitad necesidad. Siempre estoy trabajando para escribir. Cuando me di cuenta o decidí que todo convergía en la escritura, dejé de pensar que estaba perdiendo el tiempo o de lamentarme por tener que hacer cosas que no estén directamente relacionadas con la escritura literaria porque todo converge, todo la alimenta. O al menos eso es lo que yo creo.

Tu proyecto actual como investigador está centrado en Berlín y en la representación de esta ciudad en la literatura latinoamericana. Eso me hace preguntarme, en primer lugar, por qué elegiste Berlín para este propósito. Y en segundo, tengo entendido que durante el tiempo que ejerciste como periodista cultural tu proyecto literario quedó relegado a un segundo plano. Entonces, ¿por qué Berlín de repente es el espacio propicio para volver a estas labores?

Yo siempre he querido ser escritor de ficción, desde que me recuerdo como lector a los 12, 13, 14 años, conmovido por una versión escolar de Los miserables. El efecto que esa novela tuvo en mí era algo que yo quería imitar y bueno, todos mis intentos en ese entonces fueron fracasos porque simplemente no estaba listo. Para mí ha sido un asunto de terquedad, de seguir insistiendo.

Yo estudié paralelamente periodismo en la Universidad Católica del Perú y literatura en la Universidad Mayor de San Marcos, y hacia el final del bachillerato universitario, diferentes lecturas, vivencias y estados emocionales se conectaron y pude escribir con arrojo y escuchar por fin algo que parecía ser mi voz. Lo que salió de allí me gustó y le gustó a otros también. Y luego conseguí trabajo y descubrí que el periodismo podía ser una manera de que te paguen por escribir. Después se convirtió en un oficio, pues debía publicar por lo menos dos artículos semanales sin dudas ni murmuraciones. Llueva, truene o relampaguee yo tenía que entregar mis textos sin excusas. Eso me sirvió para soltar la mano, buscar en archivo información nueva, salir a la calle, hacer llamadas, entrevistar expertos, hacer preguntas incómodas, cruzar fuentes y finalmente escribir sin miedo. No solo me exigían escribir bien, me exigían novedades y ángulos interesantes. Y yo aprendí eso antes de que Google, las redes sociales y la AI fueran la respuesta a todo. Entonces, de alguna manera, así se desarrolló un método que no espera la inspiración literaria. Para mí está claro que está cayendo la guillotina y tengo que salvar mi vida. Esa guillotina, el deadline, es la inspiración para mí. Al final, como Sherezade, escribo para salvar el pellejo.

En cuanto a tu segunda pregunta, la posibilidad de insertarme en un mundo académico en Alemania me dio la oportunidad de volver a las letras o a la literatura y dejar poco a poco el periodismo. Claro, el periodismo me dio esta manera de enfrentarme a la escritura, pero no me dejaba la cabeza en paz porque tú no solo trabajas cuando escribes, sino que estás todo el día siguiendo las noticias, buscando información, no hay fines de semana, ni feriado, ni vacaciones, todos regresaban de sus vacaciones con notas, fotos, información, textos, era una locura… No estás nunca con la cabeza libre, nunca, algo que yo sí he logrado con el tema académico. Mi meta siempre fue escribir ficción. Y claro, he tenido un camino largo. En el camino he ido publicando libros, pero en este momento aún tengo que dedicarme al trabajo académico.

¿Podrías contarnos un poco más de lo que has venido observando en tu investigación actual? ¿Cómo te está interpelando esta producción literaria latinoamericana en Berlín que estás leyendo?

Lo que me di cuenta es que hay una producción antes de la caída del muro de la que yo no tenía ni idea y que fue hecha por escritores que vinieron huyendo de las dictaduras latinoamericanas. Entonces, esa situación concreta, social, histórica, hizo que vinieran acá y se encontraran nada menos que con la Guerra Fría. Y a pesar de todos los retos que implicó sobrevivir a eso, pudieron escribir, pudieron contarlo, cada uno a su manera, y con diferente calidad, pero dejaron su testimonio, devolviendo la visita a los europeos que cuando llegaron a América escribieron las Crónicas de Indias. Porque cuando uno escribe, entiende. O al menos intenta hacerlo. Y así como esas crónicas que fueron escritas en el S. XV y XVI por religiosos, soldados, viajeros, aventureros y agentes políticos, así también ahora, cuatro siglos después, los antaño salvajes han llegado a Europa para escribir sus propias crónicas. Y esas crónicas ya no serán de Indias, sino de indios o por indios, por criollos o acriollados, pero ahora estos sujetos periféricos escriben desde el centro “cultural”, donde paradójicamente conviven las máximas expresiones del arte y del horror de la civilización occidental. Y entonces uno puede entrever la profundidad de Benjamin, otro berlinés, cuando escribe: “No hay documento de cultura que no lo sea al mismo tiempo de barbarie”.

Lo que dije es el fondo del asunto, pero en la superficie, y volviendo a la pregunta, desde un punto de vista alemán uno podría pensar que todos los latinoamericanos son iguales. Pero a mí me parece que no. Hay una generación antes de la caída del muro, que tiene otra mirada, que está construida de una manera muy específica porque viene de una situación muy concreta, a pesar de que “eso” siga siendo Latinoamérica. Cuando acabaron las dictaduras y vino la llamada primavera democrática, que así es como llaman las ciencias sociales al periodo que vino después de las dictaduras en los años 80 y 90, los latinoamericanos que fueron llegando ya eran otros. Eran hijos de sociedades…, no voy a decir más prósperas, pero ya no en crisis, ya no al borde del abismo. Eran sociedades en las que se impuso el neoliberalismo también. Y muchas de estas sociedades y Estados se empezaron a conectar. Se establecen acuerdos, se firman convenios, se entregan becas. Muchos de estos latinoamericanos que llegaron en esta segunda fase eran becados, la mayoría por el DAAD, por el programa para artistas. Y por la misma característica del programa, muchos se fueron cuando finalizó la beca. Hay una última generación que llegó directamente ya sea con puestos en universidades, por Working-holiday, como Au-Pair o huyendo de la crisis del 2008 en España y luego se fueron quedando. Y ellos también son diferentes por la tecnología, llegaron con el móvil en la mano; puede que ahora todos usemos el teléfono, pero ellos son distintos. Si tuviera que escribir frases para definir y diferenciar a esas tres generaciones serían dictadura, beca DAAD y nativos digitales.

Actualmente la llamada escena literaria berlinesa está compuesta en su mayoría por miembros de la primera generación, los fundadores, y los de la tercera, “los recién llegados” durante los últimos quince o veinte años. Los de la primera no hablan inglés, pero sus libros están traducidos al alemán, y los de la tercera hablan alemán, inglés y hasta alguna otra lengua romance, pero o apenas tienen un par de libros o incluso no han necesitado publicar porque ingresaron a la escena leyendo inéditos, haciendo performances u organizando o curando eventos. Los de la segunda generación no viven aquí, se fueron cuando acabó su beca, y solo existen en formato libro y en castellano. Son una presencia intangible. No todos, pero sí varios. Solo se puede conversar con ellos leyéndolos o mandándoles un mensaje por Instagram o Whatsapp.

Dentro de estos grupos o diagramas de Venn hay varios subgrupos y personas que no encajan, se intersectan entre los subgrupos o son contraejemplos. No obstante, lo repito, mi propuesta de agrupación y clasificación es hecha de manera muy general, solo para intentar entender y describir.

Tres libros del corpus de la investigación de Juan Carlos

¿Entonces dirías que esas diferencias en cuanto a recursos y posibilidades materiales y tecnológicas generaron diferentes perspectivas e intereses? 

Yo también pensaba antes “todos somos iguales, todos somos latinoamericanos”, pero no. Vivir en Berlín e investigar me ha hecho entender que esas sociedades diferentes y en evolución también han creado escritores diferentes, con distintas necesidades expresivas. Los escritores antes del muro estaban todos hablando de la Guerra Fría y tenían el tema político y social mucho más marcado, la militancia. Y claro, como no estaban becados muchos eran sobrevivientes. Y si no lo eran ellos, entonces lo eran los latinoamericanos que los rodeaban… Todos estaban vendiendo baratijas, falsificando documentos, viviendo a salto de mata, cosa que ya no sucede con la segunda generación, que en su mayoría estaban becados ellos mismos o sus amigos y estaban en la universidad; esa realidad creó otro tipo de literatura. “Ahora los poetas tienen mucho pasto universitario, pero les falta calle”, me dijo una vez el poeta José Watanabe hablando de otro contexto, pero creo que igual se entiende. Esta segunda generación se movía en barrios muy acomodados de Berlín, casi como turistas, y en círculos similares. Sus libros están situados en Charlottenburg o Schöneberg o Friedenau… No encuentras libros que hablen de Kreuzberg o Neukölln que es un lugar muy importante y central para la vida de todos aquí; casi no hay un reflejo literario de esa parte de la ciudad, algo que sí encuentras en la tradición que se escribe en inglés, por ejemplo. Tampoco encuentras mucho de Berlín Este; está Carlos Cerda, por ejemplo, pero su novela, que es muy buena, sucede en la DDR. El otro es Rubem Fonseca, cuyo protagonista también cruzó el muro, aunque durante un momento muy acotado de la novela. Pero no he encontrado ejemplos luego de la caída del muro; todo es Oeste. El muro ya cayó hace 35 años, pero creo que psicológicamente sigue presente para los alemanes y sigue para nosotros también como migrantes. La división cartográfica que me genera la lectura de mi corpus de investigación es que por lo menos hay tres Berlín: este, oeste y el migrante. Si tuviera que resumir esta división en avenidas que sinteticen su arquitectura y contexto urbano, serían así Karl-Marx Allee y sus ramificaciones, encarnando al este; Kufürstendamm y sus ramificaciones, al oeste; y la Sonnennallee y sus ramificaciones, al sur global migrante. Vuelvo y digo que no hay muchos libros sobre la primera y la tercera zona. Sin embargo, en el proceso de participar de Barrio (Bairro) Berlin como moderador de una charla descubrí a una escritora, Luciana Ferrando, que publica crónicas y columnas sobre Kreuzberg y Neukölln. Me gusta mucho, me interesa mucho, pero publica en alemán, sobre todo en el diario Taz.

Pensando un poco en esta escena literaria local, ¿cómo percibes esta movida literaria latinoamericana aquí en Berlín? ¿Qué lugar crees que ocupa esta ciudad dentro del panorama global de las letras latinoamericanas en Europa o en Norteamérica?

Me parece efervescente, como que está a punto de estallar algo importante que no se va a quedar solo en Berlín, que se va a extender a otros ámbitos. Esta combinación de tantas energías, de tantas voces… Yo siento que hay mucho, mucho y diferente… Hace poco vino Diego Trelles Paz, que es un escritor peruano que vive en París hace 10 años y en el Kit Kat, en las pausas, mirando sudorosos cuerpos semi desnudos apenas cubiertos con látex, conversamos sobre ambas ciudades. La escena literaria en Berlín es también reflejo y consecuencia de la guerra fría cultural entre el este y el oeste. Esa tensión interna fue paralela a la tensión externa con París, el tradicional centro artístico y cultural. Por eso hubo una decisión política para hacer de Berlín un nuevo polo de atracción: plata, inversión, becas. Diego me dijo que en París ya no hay tantos escritores latinoamericanos, o en todo caso no en la cantidad de la época del “boom” y no en el volumen que respira hoy en Berlín, donde además hay diferentes redes institucionales. Están el Cervantes, el Instituto Iberoamericano, el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Freie Universität y una sección de la facultad de romanística de la Humboldt Universität. También hay tres librerías, Andenbuch, Bartleby y La escalera, que son pequeños centros culturales porque hay lecturas, talleres y presentaciones, además de venta de libros. Y más allá de eso, hay iniciativas personales o de pequeños grupos, como el Salón berlinés, Pasajeros del muro, Sarao poético o Probador de Poesías. Aquí hay casi todos los días una actividad en castellano, y eso es algo que Diego me decía que allá no se ve. Entonces la conclusión de esa noche fue que en Berlín hay dos cosas no encuentras en París: la efervescente movida literaria latinoamericana y el Kit Kat.

¿Qué puede ofrecerle esta escena literaria migrante al continente latinoamericano y también a Alemania? ¿Cómo podemos hacer que el continente latinoamericano conozca lo que se está haciendo acá y esta ciudad aparezca en los mapas de la literatura latinoamericana?

Seguir trabajando, ¿no? Seguir con el festival, con lo que hacen los escritores, los artistas, los activistas. Seguir produciendo. Esa es la manera de que Berlín entre en el mapa como otra ciudad latinoamericana o iberoamericana. En cuanto a qué puede ofrecerle la escena de Berlín a nuestro continente yo creo que principalmente autoconocimiento. A mí particularmente me ha reafirmado el hecho de que sí somos muy parecidos, de que compartimos no solo el idioma, sino también las raíces indígenas, las comidas, los ingredientes, la calidez, la idea de grupo, de familia… Nos parecemos mucho a pesar de esas diferencias o esas fronteras políticas que han generado guerras entre estados. Compartimos muchas cosas, incluso con los brasileños. Entonces por qué no apostar por un proyecto en común a futuro. Buscar que un pacto entre nosotros que nos convierta en un interlocutor con Europa, con China, con Rusia, con Estados Unidos, ahora que se están redefiniendo las fuerzas... Por el momento no tenemos ninguna voz; solo obedecemos y estiramos la mano para recibir. Les seguimos dando materias primas. En lugar de oro y plata, ahora les vamos a dar el agua, la selva y el hidrógeno verde; todo con las reglas que imponen ellos. Necesitamos unirnos para entrar a la discusión y hacer respetar nuestros puntos de vista y nuestras necesidades.

¿Y cómo lo vez en el terreno artístico? O sea, ¿tú puedes decir que la movida artística latinoamericana acá está produciendo innovaciones que vale la pena que se conozcan allá?

Sí. Acá se está produciendo una versión quizá más arriesgada de lo que pasa con la migración en Estados Unidos, es decir el spanglish, que ha generado nuevas literaturas, nuevas maneras de escribir. Pienso en Junot Díaz, Daniel Alarcón o antes Sandra Cisneros… Son latinoamericanos o hijos de, escriben en español, pero con rasgos del inglés o directamente en inglés. Acá también pasa eso, o la cosa puede incluso ser trilingüe. Acá el castellano sudaka y el portugués brasileño se van a contaminar del alemán y van a tomar estructuras, palabras o se va a escribir directamente en alemán, pero conservando construcciones y ritmos nuestros como ya lo hacen María Cecilia Barbetta o Ariel Magnus… Si esto sigue así, va llegar el momento en que Berlín va a crear su español, su geolecto, y eso va a enriquecer indudablemente nuestro idioma. Y también nuestra percepción de la realidad. Es algo que ya ha pasado con los turcos, que es una comunidad que llegó antes. Pienso en autores como Feridun Zaimoğlu y su Kanak Sprak, y en Aras Ören y su Berliner Trilogie. Es un poco lo que pasó con Arguedas en el Perú cuando escribió un castellano con gramática quechua, poniendo en fricción ambos idiomas y expresando así tensiones sociales e históricas. Es cuestión de tiempo, de dejar que el idioma y los escritores hagan su trabajo. En su momento los cuentos de cuchilleros de Borges escritos en lunfardo crearon mucha polémica, comentarios, denostaciones… Pero ahora la Real Academia Española de la Lengua ha publicado no solo ediciones conmemorativas de Borges, sino también de Los ríos Profundos de Arguedas. Aunque se puede argumentar que convertirlos en clásicos es apropiárselos y encasillarlos, también se puede decir que los riesgos con el lenguaje están generados por unas realidades que solo se pueden expresar a través de esos mismos riesgos. El lenguaje del statu quo ya no sirve, no los puede describir, no los contiene. Es necesario un decir otro, que parece ajeno a la norma, pero que si lo vemos con perspectiva, vemos claramente que es una ruptura verbal que refleja una ruptura social o cultural o científica.  El surrealismo es una respuesta, pasando por Dadá, a la Primera Guerra Mundial. El monólogo interior usado por Joyce tiene relación con el descubrimiento de Freud de una parcela insospechada de la realidad: el inconsciente. El zorro de arriba y el zorro de abajo de Arguedas, que por cierto ha sido muy bien traducida por Wagenbach, es también un reflejo de esa fricción entre quechua y castellano, entre ficción y realidad, entre una economía capitalista y otra agraria-rural. Al final la literatura es un reflejo de estos nuevos contextos a las que se enfrenta el escritor y por extensión la sociedad en su conjunto. Y claro, una realidad tan compleja como la berlinesa es muy probable que genere un reflejo rico y complejo.

En una nota más personal. A ti como migrante hispanohablante, inmerso en particular en el ámbito de las letras, ¿qué te ha ofrecido esta ciudad?

Me ofrece variedad, descubrimientos. Vivir acá me ha hecho descubrir a otro tipo de escritores latinoamericanos que no son los que las editoriales colocan como novedades. Eso por un lado, y por otro también me ha hecho descubrir escritores alemanes. Porque claro, evidentemente te comienza a interesar esa tradición del país de acogida, no solo los clásicos. También descubres escritores de Europa del Este, los rusos, los que escriben en inglés acá. La movida no solo es hispanoamericana: hay una gran movida en inglés, hay cosas en francés, en portugués, en italiano, en lenguas eslavas.

Lo que te diría es eso, que me ha dado variedad y diferentes perspectivas. Kamel Daoud, reciente premio Goncourt y a quien escuché en Frankfurt, contó que le dijo a su hijo que debía aprender árabe y francés para poder ver lo que sucedía fuera de su casa desde diferentes ventanas. Es un poco eso. Berlín no es solo Alemania, es una ciudad mundo. Y lo ves en todos lados.  Acá tú te vas a uno de esos mercados techados y tienes en un recinto pequeño las principales comidas del mundo a menos de cinco pasos. Y yo creo que esa variedad gastronómica también es literaria. Entonces hay que atreverse a probar esos nuevos sabores, esas nuevas combinaciones. Yo creo que si te dedicas a la literatura, si quieres escribir, estar acá va a expandir tu capacidad gustativa y ojalá también expresiva.

Creo que una buena manera de sintetizar todo lo que has dicho y de resumir sería preguntarte entonces lo siguiente: imagina que tuvieras que invitar a un escritor latinoamericano, a un periodista o un investigador en literatura a Berlín y venderle la idea de mudarse a esta ciudad. ¿Cómo lo harías? ¿Qué le recomendarías?

Bueno, que se busque una beca, un trabajo o una manera de sobrevivir. Es una ciudad cara, burocrática y que se toma su tiempo en todo. Puede haber mucho frío y soledad también. Yo no le voy a vender un cuento de hadas a nadie y vivir en Europa es complicado para un latinoamericano. Pero resuelto ese problema, esta es una ciudad infinita. Es una ciudad que no se acaba nunca. Con muchas capas y muchas posibilidades. Y acá sí que hay espacios para la escritura. Acá el escritor puede tener un espacio en la sociedad que tal vez no puede tener en Latinoamérica, donde ser escritor significa ser un vagabundo o un desempleado o donde solo se está permitido ser escritor los fines de semana o si eres exitoso, es decir, si vendes. No hay otra manera. Aquí, por el contrario, puedes acceder a premios, becas, ayudas, en fin. Igual es un oficio marginal, complicado, incluso precario, nadie es millonario, pero es como cualquier otro oficio, como ser panadero, maestro cervecero o mecánico, un oficio al que muchos se dedican y que es reconocido como necesario para la sociedad. Entonces, entras de alguna manera a esa comunidad de los escritores que escriben, publican, participan, pagan sus impuestos y tienen derecho a recibir su pensión de jubilación… Para no hablar de la inmensa red de bibliotecas, con todos los servicios mínimos indispensables para leer, informarte, escribir, investigar, en algunos casos con atención entre las 8 am hasta las 10 de la noche de lunes a domingo. No es el paraíso, ojo, no puede serlo con inviernos de nueve meses, pero si alguien tiene un proyecto, y tiene la determinación y el compromiso de llevarlo a término, aquí se puede lograr, estando rodeado además por muchos que están en la misma misión.

Lectura de Cierre de Edición en Barcelona, 2023. Foto de: Javier García Rosell

La entrevista fue realizada por Daniel Sarmiento Osorio

La redacción estuvo a cargo de Daniel Sarmiento Osorio

El primer trazo de un mapa. Prólogo del catálogo del festival
13.12.24

Traducción: Felipe Sáez Riquelme

En el "Latinofuturismo" Berlín no es solamente un barrio o bairro de una Global City latinoamericana como São Paulo, Ciudad de México, Lima o Buenos Aires, sino también la reencarnación de París, la antigua metrópoli artística del siglo XX y, a su vez, un puerto de anclaje literario en continuo devenir. Fragmentos del alemán se han ido incorporando desde hace tiempo a la lengua vehicular no oficial, un criollo sobre la base del español y el portugués; en paralelo, pareciera que una disruptiva sintaxis neolatina ya contaminara las obras de muchos autoras y autores alemanes, inspirades por la producción literaria contemporánea de América Latina en el Barrio (Bairro) Berlín.

El Latinofuturismo no es un movimiento, escribe el dramaturgo brasileño André Felipe, sino un entramado de prácticas y conocimientos latinoamericanos interconectados de manera transtemporal. Es un diálogo directo entre el presente, el futuro y el pasado con todos sus meandros en simultáneo, sin jerarquía alguna. El teatro latinofuturista sugiere una temporalidad que no está estructurada en torno a un glorioso progreso ni a la aceleración de un futuro basado en máquinas, sino que, al contrario, propone una reorientación temporal que incluya tanto la memoria del futuro como la imaginación del pasado y la distorsión del presente.

Desde un presente todavía marcado por desigualdades y fracturas (neo)coloniales, diseñar un futuro en el que las relaciones comiencen literalmente a "bailar" es el objetivo del festival Barrio|Bairro Berlin. Este festival presenta literatura contemporánea de América Latina y de la diáspora en Berlín. El festival también da espacio a iniciativas y actores, que cartografían y conectan autores de la escena latinoamericana y pretende darlos a conocer a un público más amplio, así como echar un vistazo al pasado y al futuro. El mapa resultante no solo busca unir pasado, presente y futuro, sino también dar cuenta de la conexión nacional e internacional del barrio o bairro, pues, Barrio|Bairro Berlin. no es un gueto monolingüe, sino una acción colectiva que pone en practica el multilingüismo, la internacionalización y la multiculturalidad.

Las autoras y autores latinoamericanos llegaron en mayor número a Berlín occidental y oriental durante las décadas del 70 y del 80, en su mayoría huyendo de los regímenes represivos de las dictaduras militares de la época, y durante los 90´s y 2000 debido a las crisis económico–monetarias en el Cono Sur. Paralelamente, el Berliner Künstlerprogramm (DAAD) desempeñó un papel importante al posibilitar, mediante un programa de residencia para artistas, la estadía de escritoras y escritores destacados de América Latina, primero en Berlín Occidental y, más tarde, en la capital alemana reunificada. Muchos de los invitados no solo incorporaron escenarios, personajes o temáticas de Berlín en las obras que publicaron posteriormente, sino que, junto a escritoras y escritores internacionales, marcaron profundamente la escena literaria de la capital alemana. Algunos de ellos llegaron para quedarse.

La presencia de escritoras y escritores, traductoras y traductores, curadoras y curadores latinoamericanes se ha vuelto más visible en los últimos años. Gracias a su activismo han logrado acceder a espacios de la escena independiente y a instituciones, además de iniciar ciclos de lecturas, talleres y festivales, o de fundar librerías, colectivos culturales, clubes o revistas. Muchas creadoras y creadores de América Latina se han establecido aquí o trabajan temporalmente en Berlín; latinoamericanas y latinoamericanos que llegaron por otros motivos, como estudios, trabajo o razones familiares, descubren aquí su vena literaria. Así, la escena literaria latinoamericana es heterogénea: autoras y autores de renombre internacional como Samanta Schweblin, Alan Pauls, Eduardo Halfon, Fernanda Melchor, Lina Meruane, Esther Andradi, Sonia Solarte, Amir Valle, Fernanda Mellado, Angélica Freitas, Ricardo Domeneck, Antonio Ungar o Héctor Abad Faciolince conviven con una diversidad de poetas y prosistas que, buscando un nuevo entorno para su labor creativa, se han mudado a una Berlín cada vez más gentrificada y aquí han fundado colectivos de escritura, fanzines, talleres literarios, editoriales y festivales alternativos. Entre ellos Martha Gantier, Cristian Forte, Ramona de Jesús, Adelaide Ivánova, Felipe Sáez Riquelme, Douglas Pompeu, Ana Rocío Jouli, Ginés Olivares, Tomás Cohen, Regina Riveros, Rita Gonzalez Hesaynes, Karen Byk, Elsye Suquilanda, Carolina Brown, Sergio Ojeda y Pavella Copolla.

No obstante, la capital alemana mantiene una relación no exenta de problemas con América Latina. Por esta razón, Barrio (Bairro) Berlin, siguiendo los pasos del Latinofuturismo, también pretende examinar el pasado y elaborar una nueva mirada para los desarrollos históricos actuales y futuros. Fruto del interés colonial por América Latina son las colecciones, algunas parcialmente en exhibición y otras almacenadas en depósitos. El Humboldt Forum alberga la colección del Museo Etnológico, que contiene numerosos artefactos de América Latina adquiridos bajo circunstancias cuestionables.

El Instituto Iberoamericano, que hoy en día constituye la segunda mayor biblioteca de literatura latinoamericana en el mundo, fue instrumentalizada durante el Tercer Reich con el propósito de predisponer un acceso colonial a Sudamérica. El interés por las relaciones culturales históricas y contemporáneas ha trascendido largamente el ámbito académico. Artivistas como Daniela Zambrano Almidón o Giuliana Kiersz, así como la dramaturga Lola Arias, toman las perspectivas migratorias y someten, en sus obras y performances, imágenes y estereotipos sobre América Latina y los latinoamericanos a una crítica decolonial. Esto no solo incluye el modo en que se re–presentan los artefactos de América Latina, sino también cuestiones relacionadas con la restitución de momias, objetos rituales y obras de arte.

Un pantallazo de la literatura escrita por autoras y autores de América Latina en Berlín no puede hacerse sin reflexionar sobre estas complejas relaciones culturales y sin dar cuenta, en ocasiones, de las precarias condiciones en las que las escritoras y escritores latinoamericanos crean literatura. Barrio (Bairro) Berlín acoge estas iniciativas y las condensa. El festival se concibe como una forma de contaminación literaria y multilingüe, que extiende sus tentáculos por la ciudad para profundizar, en colaboración con espacios de proyectos independientes, colectivos de literatura y traducción, las sinergias entre la producción literaria latinoamericana y alemana, y conectar con la diáspora latinoamericana en Alemania y Europa. Esto último se realiza mediante paneles de discusión que incluyen contribuciones virtuales de autoras y autores latinoamericanos que no residen en Berlín.

La colaboración entre autoras y autores de América Latina y Alemania ha crecido en los últimos años a través de colectivos y revistas. Iniciativas como el festival latinoamericano Latinale, Salon Berlinés, Taller d'Luis, Pasajero del Muro, Probador de poesía o programas de talleres y lecturas en librerías como a Livraria, andenbuch, Bartleby & Co. y La Escalera no solo han propiciado un intercambio dinámico entre autoras y autores latinoamericanos y artistas internacionales, sino también con escritores y escritoras de habla alemana. Para la mayor visibilización de las autoras y autores latinoamericanos berlineses sigue siendo el idioma un problema central. Pocos hacen la transición al alemán, como María Cecilia Barbetta o Ariel Magnus en su último libro. Afortunadamente existen editoriales como L.U.P.I. o Siesta Verlag que publican textos de expatriades latinoamericanes en su idioma original, y revistas como alba.lateinamerika lesen, Stadtsprachen o Madera, que publican textos de manera bilingüe y encargan traducciones.

Todo esto ofrece motivos concretos para realizar un inventario de la literatura latinoamericana en Berlín, algo que no se hacía desde el festival Horizonte en 1982. Barrio (Bairro) Berlin es un festival horizontal que invita a una amplia gama de creadoras y creadores literarios latinoamericanos para generar sinergias entre sus proyectos. El formato del festival permite hacer visible la escena literaria latinoamericana para un amplio público y llenar la ciudad de eventos literarios a lo largo de una semana. Las iniciativas participantes reciben una carte blanche para organizar y curar de manera autónoma un evento dentro del festival, en colaboración con el equipo curatorial del festival. Además de las iniciativas mencionadas, también se ha invitado a colectivos culturales multilingües como poco.lit. y el colectivo Wiese, para presentar con sus enfoques literarios y sobre la traducción, voces de la literatura latinoamericana en Berlín. Paralelamente, el centro del festival se realiza en Lettrétage, donde se lleva a cabo un programa diario con paneles de discusión sobre literaturas escritas más allá de las fronteras.

Este objetivo también se refleja en el catálogo de la primera edición del festival Barrio (Bairro) Berlin. En las páginas siguientes se presenta una selección de textos e imágenes de artistas que actualmente mantienen un intercambio activo en la ciudad. Este intercambio se refleja en el catálogo mediante el multilingüismo. La decisión de no incluir la traducción junto al texto original o viceversa subraya este aspecto. Las lectoras y los lectores están invitados a sumergirse en un enredo de lenguas, entre las cuales no hay jerarquías, y pueden, si desean buscar la contraparte del texto en la lengua de origen o destino, usar un código QR para consultarlo en el portal en línea del festival. La elección de los textos fue realizada en conjunto con las iniciativas que recibieron una carte blanche y busca ser una representación parcial de todas las autoras y autores invitados al festival. Además de estos artistas, se destaca la obra Bairro de León Ferrari, que aparece simbólicamente en el interior de este catálogo, así como el laboratorio de activación realizado en cooperación con el clúster de excelencia “Temporal Communities: Doing Literature in a Global Perspective”. En este marco, las artistas Ludmila Fuks, Juan Ignacio Chávez, Paloma Zamorano Ferrari y André Felipe han sido invitados a reactivar signos del pasado en el presente de forma creativa e indagatoria, utilizando materiales de las colecciones del Instituto Iberoamericano. Muchos de los textos e imágenes a continuación no han sido publicados anteriormente en alemán. Algunos han sido creados específicamente para el festival. Cada texto contiene información sobre la fecha y el lugar del evento en el que participará la o el artista. Los lugares de las actividades están marcados en un mapa en la contraportada del catálogo, de manera que las lectoras y los lectores puedan tener una idea de dónde tendrá lugar el festival en la ciudad. Este es el primer trazo del mapa del Barrio, que comienza en esta primera edición del festival y que ojalá año tras año crezca hacia el pasado, el presente y el futuro.

Nos complace especialmente que en este festival también nos acompañen autores y artistas que no provienen de un contexto latinoamericano pero que están familiarizades con las preocupaciones de activistas y críticos latinoamericanes, y aporten sus perspectivas artísticas, como Ann Cotten, Alice Creischer, Tomer Dotan-Dreyfus, Léonce Lupette, Ronya Othmann, Avrina Prabala-Joslin y Ralph Tharayil.

Por último, cabe destacar también el trabajo gráfico y tipográfico en este catálogo. Barrio (Bairro) Berlin habla de mundos que están conectados o que se conectan, en coexistencia e interacción. El catálogo es un concepto que abarca una variedad de medios, permitiendo acostumbrarse a nuevas formas de acceso a la literatura, a nuevas maneras de leer. Muchos textos están dispuestos en dos columnas, entre las cuales hay una amplia avenida, una referencia al Atlántico que nos separa y nos conecta, dejando claro que el blanco en el diseño otorga estructura. En cuanto a la tipografía y el diseño, hemos colaborado con artistas y diseñadoras gráficas que llevan diseños latinoamericanos al mundo.

Les deseamos tanta alegría al leer estas páginas como la que sentimos al crear este catálogo.

El Equipo de Barrio | Bairro Berlin

Foto: Caro Giovagnoli
“Es una de mis reglas de oro, siempre busco ese lado humano, eso que está más allá de la historia”: charlas de Barrio con Amir Valle
Amir Valle
07.12.24
El escritor cubano Amir Valle. Foto: Berta Medina

Amir Valle (Cuba, 1967). Escritor, Periodista y Editor. Su obra publicada – más de treinta títulos- incluye géneros como la novela, el cuento, el ensayo, la no ficción y el periodismo. Su libro más reciente “El aliento del lobo. La Stasi, el muro de Berlín y la vida de nosotros” acaba de ser publicado en la editorial Oberón. Valle dirige la editorial Ilíada Ediciones y OtroLunes - Revista Hispanoamericana de Cultura. Reside desde 2006 en Berlín.

La entrevista fue realizada por Martina Herman y Timo Berger

La redacción estuvo a cargo de Martina Herman y Daniel Sarmiento Osorio

En esta conversación con nuestro vecino el escritor y periodista cubano Amir Valle, discutimos en torno a sus inicios en el ámbito de las letras latinoamericanas en Berlín, sus percepciones de la ciudad, su labor como editor y algunos de sus proyectos literarios en curso.

Nos encontramos con Amir Valle un 25 de junio en su estudio, que también es su casa. En la región adyacente a su vivienda impacta la cantidad de gente circulando. La diversidad típica de Berlín queda en exposición mientras el tráfico peatonal se mueve alrededor del Gesundbrunnen-Center anexado a la U8. Las paredes exteriores del edificio, de cemento gris, emanan frialdad y distancia, cualidades que se disipan instantáneamente cuando nos recibe en su casa. El espacio es sencillo, pero acogedor, lleno de detalles y pinturas que guardan historias de lugares y personas. No costó sentirse a gusto: Amir es una persona muy cálida y fácil para entablar conversación. Al charlar uno siente cercanía.

En su estudio, donde trabaja diariamente, un monitor grande domina la región del escritorio —a pesar de que algunos borradores se escriben en papel, el trajín del oficio del escritor-editor en estos tiempos sucede en un plano digital. A un costado, el trabajo listo: una biblioteca llena de libros, algunos de su propia editorial, se alza como un testimonio de su pasión y compromiso con la literatura. En este ambiente, charlamos sobre los inicios y actualidad de su polifacética carrera como escritor, activista, editor y periodista cubano en Berlín.

¿Podrías describir cuáles fueron las circunstancias en que llegaste a Alemania?

Viajé a España en el 2005 a presentar una novela de la serie negra que me publicaron en España cada año desde 2001. Ese año salgo con mi esposa y cuando quiero regresar a la isla descubro que me habían prohibido regresar a Cuba. Es decir, me desterraron, literalmente. Y entonces, en esas circunstancias, paso unos meses en Madrid hasta que se vence la visa y ya estoy absolutamente ilegal, entonces hablo con mi editor alemán, el escritor Peter Faecke, y él me ayudó a conseguir una beca acá. Esa beca de la Fundación Heinrich Böll era para escritores y artistas por un periodo de tres meses, extensible a seis meses, y estaba en la que fue la casa de campo de Böll cerca de Colonia. Pasé allí seis meses mientras exigía en una campaña internacional de prensa mi derecho de regresar a Cuba, pero no hubo respuesta. Fue entonces que el Pen Club asume mi caso y me invita al programa “Writers in Exile”, y así vengo acá a Berlín. Viví tres años, de 2006 a 2009, bajo el amparo del programa hasta que solicitamos el asilo político. Y nos lo dieron enseguida.

¿Cómo fue ese momento de adaptación?

El apartamento de la beca era en este mismo edificio, cerca de Gesundbrunnen, y cuando terminó encontramos este departamento. Desde el 2009 vivimos acá. Pero en esos primeros años… Estar en un lugar sin saber qué va a pasar contigo, sentir el acoso del régimen y sus defensores acá, no saber si iba a volver a ver a mis hijos que habían quedado en Cuba eran circunstancias muy difíciles. Simbólicamente fue un tiempo muy fuerte para mí: en la beca de la casa Heinrich Böll viví en el mismo apartamento que ocupó el premio Nobel ruso Alexander Solzhenitsin cuando estuvo asilado en Alemania en 1974, así que puedes imaginar todo el simbolismo entre su historia como perseguido político por la antigua Unión Soviética y mi propia historia. Cuando se hizo la denuncia internacional sobre mi caso pensé que el gobierno cubano se había ensañado conmigo, pero empezaron a escribirme cientos de cubanos que habían pasado la misma experiencia: arquitectos, médicos e ingenieros que de algún modo se habían enfrentado al gobierno y entonces les habían hecho lo mismo que a mí. Todavía hoy se lo siguen haciendo.

Y cuando dices revisitar tu idioma, dadas todas estas circunstancias, ¿a qué te refieres?

Hay que partir de algo. En Cuba la literatura es de muchos modos muy pura. Desde la década del 70 las grandes editoriales dejaron de ir a Cuba y dejaron de publicar autores cubanos, salvo algún que otro caso muy aislado. Así es que la literatura cubana no ha tenido ese contacto con el lado comercial, usualmente contaminante, de la literatura, ni con otras tendencias artísticas. Por eso siempre decimos que nuestra cultura es una isla encerrada dentro de una isla. ¿Y qué pasa? Que entonces eso de algún modo evita contaminaciones, pero también estrecha tu perspectiva de análisis de esa realidad que debe ser contada. Generalmente uno va en la isla como un caballo con orejeras, mirando solamente en Cuba una realidad. Pero cuando yo salgo empiezo a darme cuenta de que mi literatura no tocaba temas realmente solo cubanos, aunque sí abordaba zonas de la realidad cubana que el gobierno no quería que se tocaran (conflictos sociales y humanos, la existencia de una juventud que no tenía nada que ver con el “hombre nuevo”, etc.), sino también otros asuntos, otros temas. Y entonces me dije “tengo que buscar contar todo esto, lo cubano y lo universal, pero de un modo que sea todavía más cubano”. Es decir, sentí que debía refocalizarme todavía más en lo cubano.

Y en Berlín incluso tomaste contacto con otro idioma, ¿cómo fue aprender alemán?

Cuando uno empieza a profundizar en el alemán y empiezas a leer la literatura alemana en su idioma, empiezas a descubrir que, en español, que es una lengua riquísima, usamos muy pocas estructuras que en el alemán sí están activas. Y eso me hizo revisitar el idioma. Leer y aprender el alemán, que es un idioma muy preciso, que tiene una multiplicidad bastante grande de variantes de expresión, me ha hecho rebuscar en el español esas mismas figuras. Esto me ha permitido incluso hacer novelas en las que algunos críticos dicen que me he enfocado mucho más en la parte lingüística. Dos cosas, entonces, me ha dado ese contrapunteo entre ambos idiomas: una parte temática y una parte escritural, ya más del oficio. Esa es la revisitación a la que me refiero.

Y todo esto que cuentas del intercambio con el alemán en términos del lenguaje y de revisitar tu propia lengua materna, ¿lo ves análogo con algo que sucedió con Berlín como ciudad?

Tanto mi esposa como yo venimos de una gran ciudad. La Habana es muy cosmopolita, tiene muchas cosas que pueden parecerse a una ciudad como Berlín. De entrada, lo primero que empiezas a mirar son esas analogías, esas cosas que se parecen. Pero empiezas a descubrir también las diferencias que hay entre determinados modos de comportamiento humano, que es lo que más a mí me interesa. Yo soy, en ese sentido, muy hemingwayano: el escritor se alimenta de la carroña humana.

Es una de mis reglas de oro, siempre busco ese lado humano, eso que está más allá de la Historia con mayúsculas, la historia humana en sí misma. Y ese cambio estético, estilístico, o condensación en lo infernal humano, como lo han llamado los que estudian mi obra, sobre todo en Francia, viene justamente porque descubro otro modo de analizar la vida que tiene que ver mucho menos con lo lúdico y el juego, que es lo caribeño típico, y tiene mucho más que ver con lo filosófico, con lo reflexivo, que es típico de lo alemán.

Cuando llegas a Berlín, ¿quiénes fueron tus primeros referentes?

Yo llego acá con la publicación de mi novela Las palabras y los muertos, que había ganado el premio internacional Mario Vargas Llosa. Vargas Llosa la mencionó entre las diez novelas históricas más notables de América Latina. Es decir, me dio un buen empujón. Y la edición alemana fue elogiada acá por Herta Müller.

En ese contexto empiezan a aparecer contactos de gente que habían sido escritores en la antigua RDA, colegas de mi editor Peter Faecke y entonces empieza justamente ese entorno de influencias. Mis guías literarios en esos primeros tiempos notaron que yo atravesaba un período en el que la literatura me importaba un carajo, porque yo tenía que resolver problemas graves: ¿qué va a ser de mi vida?, ¿qué va a ser de mis hijos?, ¿me voy a quedar aquí o me voy a ir a otro lugar? Y esas personas, que eran escritores y que tenían una trayectoria importante en este país, se convirtieron en mis hadas madrinas. Estoy pensando en algunos nombres: pongo primero a mi editor, Peter Faecke, pero también Karin Clark o la traductora Christa Schuenke. Otro que me ayudó durante un tiempo fue Hans Magnus Enzensberger, muy cercano a Cuba, quien me asumió prácticamente como un hijo.  Sumemos el hecho de que Peter haya traducido y publicado en alemán ocho de mis libros, lo cual me acercó un poco más al entorno cultural alemán. Aun así, siempre me he considerado un lobo solitario. No me gustan los grupos. Detesto todo tipo de grupos literarios. 

Quizás sería interesante saber un poco acerca de la red de cubanos fuera de Cuba y si ustedes también tomaron contacto con otros colegas latinoamericanos que estaban en situaciones parecidas.

Pertenecí a ese grupo de finales del 90 que las editoriales españolas empezaron a promover como los del “Baby Boom”.  O sea, Jorge Volpi de México, Edmundo Paz Soldán de Bolivia, Santiago Gamboa de Colombia… Esa es mi generación y son mis amigos hoy. También, cuando muchos escritores latinoamericanos y españoles que sabían que yo estaba viviendo en Berlín empezaron a contarme sus historias en esta ciudad, como por ejemplo Roberto Ampuero, Juan Marsé y Enrique Vila Matas.

En ese tiempo, los únicos escritores latinoamericanos radicados en la ciudad y que teníamos contacto entre nosotros éramos Esther Andradi de Argentina, Luis Pulido Ritter de Panamá, el colombiano Luis Fayad y yo. Y siempre que había una actividad en La Rayuela, o en otros sitios, allí estábamos nosotros, prácticamente los únicos con ciertos reconocimientos fuera de Alemania. Pero a medida que fueron pasando los años, y que la emigración, sobre todo española, descubrió Alemania, empezaron a llegar más latinoamericanos y se abrió un poco más la plataforma. Ahora hay una conciencia mayor de que están sucediendo cosas interesantes en Berlín. Hay muchos grupos, sobre todo de teatro, de artes plásticas, que están haciendo muchas cosas. Hay un mundo hispano que va creciendo y que va tomando espacios que antes eran muy limitados.

También tienes una editorial actualmente, ¿te interesó en algún momento promover a autores latinoamericanos radicados en Berlín?

A través de Ilíada Ediciones, que es la editorial que dirijo, he publicado los primeros libros de escritores jóvenes que residen aquí: una colombiana, Amira Armenta; dos mexicanos: Grizel Delgado y Alonso Burgos; y a tres cubanos: Luis González, Hendrik Rojas y Ares Marrero. Intenté empujarlos para que dieran el salto a la literatura, pero es muy difícil acá. Estuve recientemente en el Congreso por el centenario del PEN en Hamburgo, y finalmente, después de muchos años, le concedieron una beca a otro cubano: el poeta Ariel Maceo Téllez, a quien también acabo de publicar. Es un poeta y activista político cubano que vive en Dortmund. He publicado además a otros colegas que residen en otras ciudades alemanas.

Celebrando sus 40 años de carrera artística junto a sus libros publicados hasta la fecha. Foto: Privada, 2023.

¿Podrías contarnos un poco cómo surgió tu editorial?

En Cuba quise tener mi propia revista y editorial. El monopolio del Estado sobre la cultura no permite ese tipo de proyectos independientes. En 2007, ya en el destierro, nos reunimos en el Ateneo de Madrid tres escritores amigos y decidimos fundar OtroLunes - Revista Hispanoamericana de Cultura, que estuvo funcionando hasta el año pasado. Tuvimos 67 números y publicaron con nosotros escritores muy importantes de todo el mundo. Ahora estamos en una pausa, pero espero reiniciar pronto. Es decir, logré tener mi propia revista.

En el 2016, aprovechando las nuevas tecnologías de edición e impresión, decido fundar una editorial. Hoy tenemos todos los sistemas: la impresión print-on-demand y la impresión tradicional si queremos hacerlo. Fundé la editorial con un primer libro que fue un descubrimiento para mí: las memorias de una negra cubana, hija de esclavos, que cuenta cómo una familia negra logró pasar los años prerrevolucionarios y los años revolucionarios, y cómo el racismo contra los negros siguió siendo el mismo, incluso en una supuesta época, la Revolución, en que ya la esclavitud y la discriminación habían terminado.

Ahora somos un equipo de tres colaboradores, en total unas cinco personas. Mi idea es una editorial que no tiene necesariamente el propósito de vender. Mi esposa, que es la que lleva la parte económica, me dice que no entiende cómo es posible que yo insista en publicar libros que no venden, pero es una editorial cada vez más respetada porque todo el mundo considera que solo publicamos buena literatura. Eso hizo que llegara un momento en el que, como recibíamos tantos manuscritos, tuve que establecer un mecanismo de filtro con lectores especializados.

He ido publicando literaturas que no se conocen fuera de su país; por ejemplo, la literatura paraguaya: he publicado a ocho escritores paraguayos, y también hice una antología de cuentos, gracias a la escritora y periodista paraguaya Milia Gayoso Manzur, que tiene 53 autores de ese país. He publicado libros de reconocidos autores como Bernardo Neri Farina, que es el presidente de la Academia Paraguaya de la Lengua, o jóvenes escritores de mucha excelencia literaria como Natalia Castagnino. Estoy muy satisfecho con lo que hemos publicado, aunque no rinda económicamente, porque insisto: hoy es un reto de locos mantener una editorial.

Pensando en tu relación con la geografía berlinesa, ¿qué barrios dirías que han sido los más importantes para tu experiencia?

Los barrios más marginados de Berlín. Tienen que ver más con la literatura de tema cubano que he escrito acá. Es decir, no va a ser Charlottenburg, sino más bien Kreuzberg, Neukölln… Los barrios más depauperados. Mi barrio me gusta mucho porque tiene una conjunción muy curiosa en materia migratoria. Hay una zona que es muy turca, pero te mueves un poquito para allá y empieza una zona árabe-africana, y luego te mueves hacia otro lado y empieza a ser una zona más bien de la Europa del Este, eslavos: bielorrusos, ucranianos, rumanos… Gesundbrunnen es un lugar muy rico para un escritor. Ahora es una zona de prostitución nocturna, pero también es un entorno de la media burguesía alta: tú ves árabes absolutamente ricos que van con sus Audi, sus Tesla…, y de pronto, al lado, te encuentras a una chica rumana pidiendo limosna. O sea, de todo en el mismo lugar.

En Berlín hay también una escena de solidaridad con Cuba, pero también gente apoyando el régimen de Castro… Nos gustaría entonces preguntar por la manera en que ves ambas escenas cubanas.

Las cosas han cambiado mucho. O sea, sí hay una parcelación de la gente en los extremismos. Yo soy un agente del diálogo, pero incluso la gente de a favor del régimen me ataca por todos los lugares: me llaman “mercenario” y otras etiquetas, han intentado escrachar mis actividades, por ejemplo, en el Cervantes… Yo les he dicho: “vamos a conversar sobre Cuba, pero vamos a conversar sobre los hechos”, y ya ni siquiera se atreven, porque hay una realidad que no pueden negar: la depauperación absoluta del país… Hay que estar absolutamente ciego…, y lo único que les queda por decir es “eso es culpa del bloqueo norteamericano”. Están cada vez más aislados, ¿por qué? Porque el resto de la comunidad cubana aquí en Alemania, y sobre todo en Berlín, una comunidad bastante grande, incluso a pesar de las diferencias que puede haber entre nosotros, está más unida en el “sí se puede hablar”, unida en la tristeza de ver un país que se hunde.

Por ejemplo, mucha gente decide que va a seguir yendo a Cuba, aunque saben que el dinero que se gasten no va para su familia, sino que va a ir directamente a la dictadura. Esa gente prefiere no participar en cosas donde se hable críticamente de Cuba para poder seguir entrando al país. Y uno respeta esa posición, pero va creciendo la otra parte cada vez más, la de las personas que ya están dispuestas a asumir lo que suceda y critican.

Durante un tiempo, invitado por Ares Marrero, estuve asesorando un proyecto que ella fundó acá, llamado Berlín Opus Cuba. Se concibió como espacio de protesta política y yo les dije: “cada uno de nosotros”, es decir los participantes, “es artista…, o es teatrista, o es músico o es pintor. Somos intelectuales de algún modo y nuestra labor es protestar, pero desde la intelectualidad, desde el pensamiento, ya no más desde el grito político”. Y entonces esa fue la dinámica que movió al proyecto. Se hicieron varias manifestaciones y realmente hubo una participación cubana muy grande, ¿por qué? Porque la clave estuvo en eso, en que no eran cuatro tipos gritando contra la dictadura, sino un artista recitando, un músico cantando una canción protesta, etcétera. Y entonces, exponiendo desde la inteligencia y la cultura lo que sucedía en Cuba, se le abrió a los alemanes una posibilidad más efectiva de acercarse a nuestros problemas. Todo era muy distinto cuando llegué aquí en 2006. Me invitaron a una protesta en Alexanderplatz y éramos cuatro personas. Cuando digo cuatro, es cuatro, con carteles y eso. Y al ver aquello, les dije: “a mí no me llamen más para esto, lo mío yo lo voy a decir en la literatura, en mi periodismo, pero no hago este ridículo”. Pero hoy no, ya hoy tú convocas y mucha gente va, no toda la que uno quisiera, pero mucha gente va.

Amir, ¿en qué estás trabajando actualmente?

Además de mi trabajo como periodista en Deutsche Welle, ahora mismo estoy tratando de encontrar una editorial alemana que publique una novela que hice sobre el exilio cubano en Alemania: No hay hormigas en la nieve. La escribí tras descubrir personalidades cubanas que habían pasado su exilio acá. Por ejemplo, José Brindis de Salas, considerado el Paganini negro, violinista excepcional que fue músico de cámara de la corte del emperador Guillermo: se casó acá, tuvo tres hijos, vivió aquí en la Kantstraße…, hasta que por su infidelidad matrimonial se divorcia, se tiene que ir de Alemania y muere en Argentina, pobre, olvidado, después de haber tenido toda la gloria del mundo.

También, durante la Segunda Guerra Mundial vivió aquí una de las grandes espías cubanas: espía secreta de las SS de Hitler, espía de la Oficina de Servicios Estratégicos (agencia de inteligencia estadounidense en ese entonces) y para el SIM, Servicio de Inteligencia Militar en Cuba. Fue asesinada aquí, es decir, fue ajusticiada. Hay otra historia de un cubano en el tiempo de la RDA que fue apresado por la Stasi; la historia de un jinetero que termina regenteando un burdel berlinés, etcétera… Historias reales vinculadas al reconocido escritor cubano Jesús Díaz: luego de vivir en Berlín, Jesús se fue a España y allí me presentó a un viejo diplomático cubano que trabajaba en París a inicios de la Revolución Cubana, decide desertar, cruza a la RFA y se compra una casa acá, junto al lago Tegel. Vivió ahí hasta que murió en 2014. Ese señor se convirtió en una especie de mecenas secreto de la cultura cubana en Europa. La novela arranca tras mi encuentro con ese señor y cómo él me va contando estas otras historias. Espero publicarla pronto en español.

También llevo años escribiendo un proyecto que me apasiona mucho: una novela corta de unas noventa cuartillas por cada año de la revolución. La idea es contar la historia de un personaje que logró ser “emancipado” por la revolución y la de un personaje que fue totalmente destruido por ese proceso. Son personajes que van a mostrar ese sentido controversial que enrarece a la revolución cubana: que ayudó a mucha gente es algo innegable, pero también destruyó a mucha gente. El proyecto se llama El descenso a los infiernos y ya están escritas las tres primeras, comenzando por 1959. Habana es un nombre de mujer, la historia de Pura y Habana, dos prostitutas en la Cuba de 1959. Ese es el proyecto más ambicioso que tengo en lo literario, si la vida me concede terminarlo, porque cada año que pasa es una novela más que tengo que hacer.

  

La entrevista fue realizada por Martina Herman y Timo Berger

La redacción estuvo a cargo de Martina Herman y Daniel Sarmiento Osorio

Durante los primeros meses
Ariel Magnus
10.10.24

Aus dem Deutsch von Susana Mogollón

Durante los primeros meses de mi vuelta a Berlín (viví acá entre 2001 y 2005), salía a caminar todos los días por el Tempelhofer Feld, siempre dicién-dome: sobre este lugar increíble tengo que escribir. Lo mismo me pasaba con el barrio chino de Buenos Aires, y me sigue pasando cada vez que vuelvo, aun cuando a la novela respectiva ya la escribí hace tiempo.La literatura es una forma de la justicia: tarda, pero llega. Quiero decir que finalmente cumplí (con la invalorable ayuda de una beca del Deutscher Literaturfonds). Lo hice desde la perspectiva de un refugiado sirio, Jamil, que se queda viviendo en el pequeño pueblo de containers blancos. Aunque me salió escribirlo en alemán, por ser un tema lo-cal, no pude evitar que enseguida apareciera un argentino, Santiago. Van al-gunas de esas partes que me causaron especial placer escri-bir, porque evidentemente me retrotraían a Buenos Aires. O, más específicamente, me traían Buenos Aires hacia Berlín:

Santiago había nacido en Argentina, pero su abuelo materno había emigrado allí a mediados del siglo pasado desde Siria, desde una región no muy lejana al lugar de nacimiento de Jamil. Santiago ahora vivía en Berlín y tenía UN SUEÑO: ver tocar a su banda favorita, los Redonditos de Ricota, en los campos del Tempelhof. Santi dijo que tenían tantos fans en su país que esa sería la única banda del mundo a la que le quedaría chico el Tempelhof. Aun cuando le cabían fácil diez millones de espectadores, lo que equivale a un quinto de la población argentina. 

—Cinco millones vienen porque vienen —se imaginaba Santi—, y los otros cinco ya llegarán por pura curiosidad.  

 A Jamil le gustó el proyecto porque era imposible de ejecutar y porque, gracias a eso, les quedaba mucho tiempo para pasar su mate de calabaza de un lado a otro y chuparlo, una costumbre antihigiénica ya desde antes de la pandemia, que ahora solo se podía entender como un juego suicida. A este ritual milenario, que aliviaba la nostalgia por su tierra a dos extranjeros de rincones muy diferentes del mundo, no era fácil compararlo con la ruleta rusa. 

Santi se quitó los tapones de oído y dijo por enésima vez que tenían que retomar el proyecto del concierto de los Redonditos de Ricota en el Tempelhof. Fue en ese momento que Jamil recordó que en el hangar también tenían una banda de rock, Khebez Dawle, que casualmente también tenía que ver con comida – el nombre significaba Pan estatal, una indirecta irónica a la subvención de alimentos del régimen sirio. 

—¡Ahí tenés! —gritó Santi—. A esos también los invitamos y además a los Feine Sahne Fischfilets, a los Finos Filetes de Pescado en Crema, y ya tenemos nuestro Food for the World of Rock International Festival completo. 

 

No podía ser que los nazis aún mantuvieran el récord de mayor asistencia a los campos de Tempelhof con su mitín del Primero de Mayo de 1933, así le hubieran pagado a los espectadores por asistir. 

—Por cada nazi que en esa época terminó acá tenemos que atraer a diez antinazis —juró Santi—. Y dispuestos a meterse la mano al bolsillo.  

—A veces no entiendo como no conocés a los Redonditos de Ricota —le dijo Santi a Jamil mientras observaba como su amigo se ganaba la vida limpiando mesas en el Luftgarten.  

Que era algo natural, doblemente natural, primero por ser él sirio, luego por vivir en Alemania, pero igual. ¿Que si había visto la película Yesterday, sobre un mundo sin los Beatles? Justo así se sentía Santi en este mundo. 

—DE HECHO, ASÍ SE SIENTE TODO INMIGRANTE en su nuevo mundo —agregó—. Le cuesta entender que las cosas más cotidianas, empezando por su lengua, su comida favorita, hasta los programas de televisión que veía de niño, acá sencillamente no sean habituales. 

A diferencia del guitarrista en la película de los Beatles, o mejor dicho, en el mundo sin los Beatles, él rara vez se beneficiaba de este hecho; en cambio, deambulaba en su anhelo infinito, como las sombras de todos los vuelos que desde siempre habían despegado y aterrizado en el Tempelhof. 

 

Lengua extranjera en el parque
Tomer Dotan-Dreyfus
09.10.24

Aus dem Deutsch von Susana Mogollón

Escribir en una lengua extranjera es un método flojo para escribir realismo mágico. Una lengua que sí se entiende, pero en la que algo no cuadra. Pertenece aquí y, a la vez, no pertenece en lo absoluto aquí. Por ejemplo, cuando usamos el yidis donde se habla alemán, nos situamos inmediatamente en este espacio liminal. El yidis no es alemán, pero tampoco deja de serlo. Se rebela ante la lógica de ese «elles y nosotres». Pero en mi novela Birobidschan quise crear el espacio de mi existencia literaria de manera aún más liminal. Por eso, si bien los personajes hablan yidis, todo está escrito en alemán. Para quienes hablan alemán como lengua materna, esto es ya una real provocación.  

 Escribir en una lengua extranjera se acerca más a la literatura. El proceso de lectura es un proceso de descubrimiento de una lengua y si el autor o la autora no son tan arrogantes, si no se las dan de mucho, si son sinceros, entonces admitirían que para ellos también es un descubrimiento de una lengua. En el sentido de: ir entretejiendo palabra por palabra, frase por frase, ideas, metáforas, etc., tal que al final surja un todo que es más que la suma de sus partes. Es decir: una lengua nueva. Cuando se escribe en una lengua extranjera se nos obliga a ejercer esta labor del autor. Aunque a veces se siente como si fuéramos bebés otra vez y nos encontráramos en las tierras desconocidas de una lengua nueva. 

Escribir en una lengua extranjera es el allanamiento de morada más extremo. Estoy usando algo que no es mío, sino tuyo. Lo hago nuestro. Me meto a tu casa y pinto las paredes de verde. Me robo tu carro para instalarle un mejor equipo de sonido. Entro en tu tierra, en tu lengua, en tu pensamiento, en tu forma de pensar, y bailo. Haciendo ruido. Durante la hora de siesta. Es un acto de anarquía. La lengua no es propiedad. Te lo reprocho porque a veces se te olvida. 

 Escribir en una lengua extranjera es, antes que nada, escribir desde la lengua materna; ampliándola. Es un desplante activo. Y está rabiosa la madre. Y la rabia y la envidia materna atraviesan cada oración en esta nueva relación. A través del acento, de errores que son unos y no otros, se hace ella presente. Y me preguntan: «¿Cómo así que “el agua son”? », y miro al piso después de hablar una hora de corrido y digo en voz baja «en hebreo el agua es plural ». Y la lengua hebrea sonríe como suele sonreír. «¿De verdad pensaste que te ibas a deshacer de mí? Si yo sostengo tu lengua como el alemán sostiene tu cuello ». 

 Escribir en una lengua extranjera es una abominación, una híbrida. Y la bestia camina despacio. Cojea y murmura en las calles milenarias de la lengua meta como Kaspar Hauser, en calles construidas y obstruidas con varias capas, y ella disfrazada de Eva. Ella por lo menos fue formada de mi costilla y también me convierte en Adán, como lo hizo Eva. 

 Cuando se escribe en una lengua extranjera, surgen malentendidos. Estos malentendidos nos recuerdan constantemente: somos humanos. Hay algo en lo que la IA nunca nos va a poder reemplazar, por más que siga mejorando – en el mal trabajo. La IA nunca podrá funcionar mal mejor que nosotres. Lo mismo aplica para la comunicación. En el mundo del mañana, escribir en una lengua extranjera es la tarea más humana. Es una tarea humana no solo ante la IA, sino también ante el mismo dios: es el máximo rechazo al castigo que recibimos en Babel, cuando un rayo del cielo le dio a la torre y los ladrillos se cayeron como el granizo de verano en Berlín. 

 ¿Y la lengua? A veces, también quiere ser escrita extranjeramente. De vez en cuando, también disfruta dar un paseo por el parque, después de estar atrapada en sus formas y estructuras por un largo tiempo, en su cárcel de concreto. ¿Será posible que entonces se escape? Por supuesto. Pero esa, su sonrisa, cuando el sol le ilumina la cara, cuando su cabello ondea al viento – es incomparable. 

Manifesto do teatro latinofuturista
André Felipe
12.09.24

No dia 28 de agosto de 2020 un coyote cruzou la Avenida de los Insurgentes en el centro vazio de la Ciudad de México. Una pareja de senhoras chegou al topo del Cerro de los Siete Colores en la provincia argentina de Jujuy. Un entregador de aplicaciones se lançou de una moto al rio Tietê, en São Paulo. Un menino de 11 anos despertou en Guayaquil depois de 11 meses en coma. La praia de Castillo Blanco, en el Caribe colombiano, amanheceu cubierta de peixes muertos. Una menina de 13 anos abortou en el banheiro de sua casa en Ciudad de Guatemala. Una autora boliviana lançou sua primera novela del gênero gótico andino en Santa Cruz de la Sierra. Un grupo de ancianxs apresentou una versão Zoom de La vida es sonho en Colonia del Sacramento. Esse mismo dia, el 28 de agosto de 2020, se redactou el Manifesto del Teatro Latinofuturista durante una reunião virtual.

»Postais para o fim do mundo. Temporalidades latino-americanas na dramaturgia contemporânea 2011-2021« (São Paulo, 2021)

Barrio I Bairro Berlin
10.09.24

La mirada sobre América Latina sigue estando fuertemente marcada por estereotipos coloniales y narrativas exotizantes, y la literatura del Realismo Mágico ha contribuido a formar la imagen de una América Latina rural y distante. La literatura latinoamericana contemporánea se resiste a estas narrativas. Con una gran diversidad estilística, las autoras y los autores escapan a cualquier categorización. Mezclan géneros como la ciencia ficción, el thriller, la literatura fantástica, utópica y de memoria y desarrollan nuevas formas textuales como el microrrelato y la poesía documental. Más allá de las utopías idealizadas de la literatura del Realismo Mágico, que omiten las consecuencias del colonialismo y las realidades sociales y políticas de las sociedades latinoamericanas modernas, la literatura contemporánea aborda las fracturas coloniales y poscoloniales y reimagina América Latina desde una perspectiva decolonial.

In Chile bin ich die Schriftstellerin, die in Berlin lebt
Patricia Cerda
07.09.24

Aus dem chilenischen Spanisch von Timo Berger

In Chile bin ich die Schriftstellerin, die in Berlin lebt, was mir eine gewisse kosmopolitische, um nicht zu sagen geheimnisvolle Patina verleiht. Eine Schriftstellerin, die 1986 in die Stadt zog, als diese noch geteilt war. In der Nacht, als die Mauer am Brandenburger Tor abgerissen wurde, war ich dabei, unter die Menge gemischt, lief an der Hand der Geschichte und fragte mich, was ich hier eigentlich machte, wo ich doch aus Concepción kam? Als das Militär sich 1973 an die Macht putschte, war ich zwölf. Meine Jugend stand im Zeichen der Diktatur. In der Mauerstadt Berlin stieß ich auf ein weiteres Kapitel des Kalten Krieges. Im Jahr des Mauerfalls kehrten Chile und Ostdeutschland gleichzeitig zur Demokratie zurück. Diese Konstellation war eines Romans würdig, den ich tatsächlich 25 Jahre später mit dem Titel Luz en Berlín (auf Deutsch etwa: „Luz in Berlin“) schreiben sollte. Luz ist der Name der Hauptfigur und eine Art Alter Ego von mir.

In meiner literarischen Arbeit suche ich die Nähe der Leser. Ich vermeide die einschüchternde oder großspurige Pose, die unter meinen Kollegen so weit verbreitet ist. Was gibt einem Schriftsteller oder einer Schriftstellerin das Recht, sich überlegen zu fühlen? Literatur bedeutet für mich Kommunikation, Interpretation, Suche nach neuen Blickwinkeln. Aufrichtig das Offensichtliche auszuloten: das koloniale Vermächtnis zum Beispiel, das so sehr auf uns Lateinamerikanern lastet. Kenntnisse der Geschichte können helfen, dies zu tun. Das war auch der Grund, warum ich in die Stadt kam, um in ebendiesem Fach an der Freien Universität zu promovieren.

Ich lebe in einer auf mich maßgeschneiderten Wohnung, wenige Hundert Meter von der Bibliothek des Ibero-Amerikanischen Instituts entfernt. Alle Bücher, die ich für mein literarisches Schreiben brauche, finde ich dort, auch die neuesten Romane meiner lateinamerikanischen Kollegen. Ich weiß, dass ich sie jeden Moment bestellen kann. So muss ich auf keine Lektüre verzichten. Und ein paar Straßenzüge weiter liegt die Joseph-Roth-Diele, in die ich normalerweise – in Erwartung des Wunders eines offenen, motivierenden und ermutigenden Gesprächs – meine Freunde einbestelle.

Mein Freundeskreis ist nicht besonders groß. Schon seit einiger Zeit gehe ich nicht mehr regelmäßig aus, um in der Berliner Nacht das zu suchen, was Kafka einst „die Lärmtrompeten des Nichts“ genannt hat. Dennoch tauche ich gelegentlich bei Treffen oder Partys auf – mit dem emphatischen Blick einer Anthropologin, einer teilnehmenden Forscherin unter Leuten, die das Leben in all seiner Pracht beschwören. Berlin hält viele Zufluchtsstätten für Träumer bereit. Meine sind meine eigenen vier Wände. Dort erscheinen mir manchmal Geister und bringen mich zum Staunen. Ich bin aufgeregt, stelle ihnen Tausend Fragen und bedanke mich bei ihnen, bedanke mich vor allem mit Tanzen und Weinen.

Im meinem engeren Freundeskreis gibt es ein paar deutsche Schriftsteller, die ich durch Jorge Edwards kennengelernt habe. Er kam 2014 auf Einladung des internationalen literaturfestival berlin in die Stadt und war nur einen Tag da, und doch brachte er mich mit Peter Schneider, Hans Christoph Buch, Marko Martin und anderen zusammen. Von ihnen habe ich gelernt, dass Schriftsteller ein Leben lang ihre Themen umkreisen. Jede Generation hat ihre eigenen. Sie gehören zu den Achtundsechzigern. Meine Generation ist die der Diktatur. Sie war das Wasser, in dem ich schwamm, als ich studierte und vermutete, dass wir nur die Spitze eines Eisbergs sahen, dessen verborgener Teil riesige Ausmaße annahm. Der Putsch führte uns vor Augen, dass die tiefgekühlten Eingeweide der Geschichte schreckliche Überraschungen in sich bargen. Ich habe mehrere historische Romane verfasst, um diese Eingeweide auszuloten. Alles rührt von einer Wurzel und einer gemeinsamen Wunde her, die vor Jahrhunderten aufgerissen wurde.

Wenn ich nach Chile fahre, um meine Romane vorzustellen, erzähle ich, dass meine offensichtlichsten Einflüsse keine Schriftsteller, sondern Philosophen sind, vor allem einer: Arthur Schopenhauer. In mehreren Büchern erwähne ich ihn und habe eine Erzählung verfasst, um diesen Einfluss zu reflektieren: „Con Schopenhauer en el Gendarmenmarkt“ (auf Deutsch etwa „Mit Schopenhauer auf dem Gendarmenmarkt“). Das Springen zwischen der einen und der anderen Seite der Welt, zwischen der einen und der anderen Sprache, ist eines der Geschenke, für das ich mich bei den Geistern bedanke, wenn sie mich besuchen. Ich liebe es, in Chile aufzuschlagen, als käme ich aus einer anderen Galaxie, mich fremd zu fühlen und mit einem Gefühl der Erleichterung durch die Straßen meiner Jugend zu spazieren. Ich bin nicht mehr die verschlossene junge Frau, die sich von der Überheblichkeit mancher Menschen einschüchtern ließ, während sie den Neid anderer zurückwies. Sie bewunderte nur diejenigen, die sich ihrer selbst sicher waren, die sich trauten, im Untergrund den Stoff für das zukünftige Land in Demokratie zu weben. Sie war nicht selbst politisch aktiv, obwohl sie davon träumte, in einer gleichberechtigteren Gesellschaft zu leben. Einer Gesellschaft, in der wir alle Mitbürger und nicht Feinde sein würden.

Chile zu verlassen hat mich davor bewahrt, eine Person voller Ressentiments zu werden. Wenn in mir meine dunkle Seite geweckt wird, werde ich schwierig, schmallippig, bissig. Fragt man mich etwa bei einem Treffen unter Chilenen, auf welche Schule ich gegangen bin, ist das so, als würde man mir einen schmutzigen Lappen ins Gesicht schleudern. Dann kommt der Indio in mir zum Vorschein, würde man dort sagen; ein rassistischer Spruch. Doch die Wut lässt mich kreativ werden. Mir fallen Dutzende Antworten ein, zum Beispiel sage ich, dass meine Schule nicht so schlecht gewesen sein kann, wenn man sich die Ergebnisse ansieht. Oder ich sorge für eine angespannte Atmosphäre, indem ich, ohne die Person anzusehen, sage, dass sich in dieser Frage der atavistische Klassismus unserer chilenischen Kultur spiegele. Wobei ich mich in letzter Zeit seltener aufrege. Das muss an der Altersmilde liegen.

Seit ich mit dem Schreiben begonnen habe, spreche ich als Mestizin aus Bío-Bío, die ihr Heimatland mit dem Ziel Deutschland verließ, um allein mit ihren Büchern, ohne Posen oder Heuchelei zurückzukehren. Berlin, die Stadt, die scheinbar unbezwingbare Kriege und Mauern überwunden hat, ist der ideale Ort für sie.

எங்கே? // En˙ gē? // Where?
Avrina Prabala-Joslin
07.09.24

To be here is to not be somewhere else (or is it?). This poem I wrote on a lonely night in 2022 in Tamil, re-titled

“எங்கே? // Eṅgē? // Where?” asks,

 

“don't you desire

a longingless union

in the lap of love

body folded

arms outstretched

where both eyes

look to the same place?”

 

here parts of me. there parts of me.

here hated in ways. there hated in ways.

here disgust norm in ways. there disgust norm in ways.

 

here loved in ways. there loved in ways.

here blessed. there cursed.

here cursed. there blessed.

 

there, there, passages of time between places.

ensconced in pain, a palmful of poems furrowing

shore to shore endless confluence

berlin // விழுப்புரம் // viluppuram // பெர்லின்

A,B,C,D
Antonio Ungar
31.07.24

Mi amiga A es venezolana. Llegó a Berlín en 2013, el mismo año en que Maduro se hizo presidente. Su esposo D, al que conoció hace nueve años, es alemán. Berlinés oriental. Pausado, altísimo, tímido, administra la librería de un bávaro muy rico. Tienen dos hijas, de nueve y once años. Lo que recibe D, más lo que recibe A como arquitecta, es suficiente para pagar un apartamento amplísimo en Kreuzberg.

Mi amiga B es colombiana. Administradora de empresas, ha tenido que rebajar sus expectativas en Berlín, llevándoles las cuentas a dos cafeterías de inmigrantes. Su esposo, C, es un arquitecto holandés que lleva veinte años en la ciudad. Tienen tres hijos muy sociables, buenos deportistas. C trabaja con mi amiga A. Fue quien le consiguió el puesto. C y A se ven todos los días en la obra, resuelven problemas juntos, hacen presupuestos, les exigen a los obreros rumanos y polacos que lleguen a tiempo y que cumplan con lo acordado.

Antes del otoño de 2021 A y B fueron mejores amigas. Se conocieron a través de C en el 2017 y pronto descubrieron un amor compartido por la música africana, por la cocina árabe y por todos los recovecos de un Berlín al que adoran en primavera y al que temen en invierno. C, el arquitecto, el esposo de B, alquila la misma casa en el norte de Italia todos los veranos. Aire puro, bosque, vista a los Dolomitas. A, B, C y D van juntos siempre, dan largas caminatas, prenden la chimenea, leen, hablan sobre América Latina.

A veces invitan a otros amigos. Ese verano del 21 los invitados fuimos mis tres hijos y yo. Lo supe todo por accidente, claro. Salimos a caminar muy temprano, todos menos mi amiga B y D. Después de una hora zigzagueando entre las rocas empecé a sentir un mareo que acabó en vómito. Convencí a los demás de que sería capaz de volver a la casa solo y eso hice.

Al entrar los encontré en el sofá. B y D. Besándose, a punto de desnudarse. B traicionando a su marido holandés, D traicionando a su esposa venezolana. Me vieron, se pusieron de pie, se arreglaron la ropa y B fue a la cocina. D me miró avergonzado. Yo le dije, como si nada hubiera pasado, que necesitaba el baño, que me iba a dar una ducha. Al hacerlo le decía también, sin palabras, que no tenía de qué preocuparse, que yo no iba a decir nada.

Tres meses después de regresar a Berlín las cartas se destaparon. D se lo contó todo a mi amiga A. B se lo contó todo a su esposo C. No sé qué dijeron, pero seguramente fue algo como que nada de eso era de un capricho pasajero, que la cosa iba en serio. B decidió que se divorciaba y que compartiría en adelante la custodia de los niños con C. D se fue de la casa e hizo un acuerdo informal con A para ver de vez en cuando a las niñas.

A se volvió un poco loca. Probó las drogas que no había probado cuando debía. Bailó en clubes hasta el amanecer. Tuvo amantes diez años más jóvenes. Dejó a las niñas varias noches solas. Caminó por los parques pidiéndoles cigarrillos a los transeúntes como si fuera una mendiga. Perdió su trabajo de arquitecta para no tener que ver más a C. Vivió del gobierno alemán y de la plata que D todavía le manda irregularmente.

Han pasado ya tres años. Sé que B y D siguen juntos. No los he visto desde la separación. Las dos niñas y los tres niños parecen estar bien, parecen haberlo entendido todo, aunque según mis hijos no están bien ni han entendido nada. A y su ex marido no se hablan, no se ven. Ella no puede regresar a Venezuela —ese país tan distinto ya no es mío, le dice a quien sepa escucharla: ese país me lo robaron. A no tiene mejor amiga ni tiene esposo. Ni muchas ganas de seguir. Tiene solo a sus dos hijas. Y a este Berlín que ama y detesta al mismo tiempo.

Estaciones de Berlín
Juan Carlos Méndez
31.07.24

Bibliografia:

Berger, Timo. "Frutos del activismo literario." Voces Periféricas. Equidistancias: Buenos Aires-Londres, 2023.

Bolle, Willi. "Paris on the Amazon? Postcolonial Interrogations of Benjamin's European Modernism." A Companion to the Works of Walter Benjamin, Camden House, 2009, New York.

Kirsten, Jens. Lateinamerikanische Literatur in der DDR. Ch. Links Verlag, 2004, Berlin.

Klengel, Susanne, y Douglas Pompeu. "Literarische Nord-Süd-Beziehungen im Kalten Krieg: Geselligkeit im Widerstreit bei den Lateinamerika-Kolloquien in Westberlin 1962 und 1964." Berliner Weltliteraturen. Internationale literarische Beziehungen in Ost und West nach dem Mauerbau, De Gruyter, 2021, Berlin.

Klengel, Susanne. "Chilenisches Exil in Berlin Ost | Berlin West: Carlos Cerda und Antonio Skármeta." Berlin International. Literaturszenen in der geteilten Stadt (1970–1989), De Gruyter, 2023, Berlin.

Müller, Gesine. How is World Literature Made? The Global Circulations of Latin American Literatures. De Gruyter, 2021, Berlin.

Müller-Tamm, Jutta. "Berlin International: Literaturpolitik in den 1970er und 80er Jahren." Berlin International. Literaturszenen in der geteilten Stadt (1970–1989), De Gruyter, 2023, Berlin.

Pompeu, Douglas. "‘Tropische’ Literatur entlang der Mauer: Das geteilte Berlin aus der Feder brasilianischer Autoren." Berlin International. Literaturszenen in der geteilten Stadt (1970–1989), De Gruyter, 2023, Berlin.

Römer, Diana von, y Friedhelm Schmidt-Welle. Lateinamerikanische Literatur im deutschsprachigen Raum. Vervuert Verlag, 2007, Frankfurt am Main.

Streckert, Jens. París, capital de América Latina. Universo de Letras, 2019, Sevilla.

Vargas Llosa, Mario. "Berlín, capital de Europa." Obras completas X. Piedra de toque (1984-1999), Galaxia Gutenberg, 2012, Barcelona.

Inundadas de frío, nieve y anocheceres a las cuatro de la tarde, las novelas latinoamericanas que recrean Berlín antes de la caída del muro tienen a las estaciones, no solo las climáticas, sino también a las de trenes, como símbolos muy concretos de la frontera, del umbral y del muro que divide dos sistemas.

Terreno fértil fruto de una tensión interna (entre Este y Oeste) y una externa (con París), Berlín empezó a recibir escritores latinoamericanos gracias a invitaciones organizadas por el Berliner Künstlerprogramm del DAAD y el Literarisches Colloquium, de un lado, y por la Schriftstellerverband der DDR (dirigida entre 1952 y 1978 por Anna Seghers), del otro lado. Los Coloquios de Literatura Latinoamericana realizados en 1962 y 1964 en el IAI (ubicado aún en la Villa Siemens), la publicación de las obras del llamado “Boom” por las editoriales Volk und Welt (en el Este) y Suhrkamp (en el Oeste) y que Latinoamérica haya sido la invitada de honor tanto de la Feria del Libro de Frankfurt (1976), como eje temático del Festival Horizonte de Berlín (1982), generaron un contexto favorable que Mario Vargas Llosa resumió en 1998 luego de pasar dos temporadas en la ciudad: “me atrevo a profetizar que Berlín sucederá a París (…) como la capital espiritual de Europa” (2012: 1265). Más allá de que la profecía se haya cumplido o no, la sola posibilidad es ya una huella a seguir.

GUERRA FRÍA. AQUÍ, ALLÁ Y AL REVÉS.

Las consecuencias de la Guerra Fría y su aparente fin no solo se manifestaron en Alemania y Europa, sino también en Latinoamérica, donde las dictaduras simultáneas no pueden leerse como resultado de la generación espontánea sino más bien como parte de una estrategia represiva aplicada sobre un territorio en disputa: el “mal ejemplo” cubano no debía propagarse.

Golpes de Estado, gobiernos cívico-militares y dictaduras se sucedieron en Argentina (1966-1973; 1976-1983), Brasil (1964-1985) y Chile (1973-1990), así como en Uruguay, Paraguay y Perú. Hijos de las dictaduras, algunos escritores refugiados, exiliados o becados en Alemania reflejaron esa violencia en novelas como Morir en Berlín (1993) de Carlos Cerda (Chile), Berlín es un cuento (2007) de Esther Andradi (Argentina) y Vastas emociones y pensamientos imperfectos (1989) de Rubem Fonseca (Brasil). Las tres desarrollan su trama antes de la caída del Muro.

Y así como la reunificación cambió a Alemania, las sociedades latinoamericanas también cambiaron. Es decir que no solo el lugar de llegada se modificó, sino que también los que llegaban eran diferentes. Luego de 1989, empezaron a aterrizar en Berlín los hijos de lo que la ciencia política ha llamado “tercera ola democrática” latinoamericana –el periodo que siguió a las dictaduras y al “Plan Cóndor”. Ellos publicaron libros con características diferentes al grupo anterior, como se puede comprobar al leer También Berlín se olvida (2004) de Fabio Morábito (México), Vamos a tocar el agua (2017) de Luis Chaves (Costa Rica) y Diario pinchado (2020) de Mercedes Halfon (Argentina). Dichas novelas breves no serán comentadas aquí por una cuestión de espacio. Por la misma razón nos centraremos en un solo tema de los muchos que comparten las tres novelas del primer grupo: las estaciones de trenes.

 

MORIR EN BERLÍN. Un chileno Ossi.

Carlos Cerda (1942-2001) estudió teatro y filosofía en la Universidad de Chile y luego trabajó en el diario El Siglo, órgano oficial del partido comunista chileno. Después del golpe de estado (1973), parte al exilio a Berlín Este. Estudia alemán y realiza un doctorado en la Universidad Humboldt, donde entre 1979 y 1984 dicta un curso de literatura latinoamericana. Autor de piezas teatrales, radiofónicas, cuentos y novelas, a su regreso a Chile en 1985 fue profesor de dramaturgia en la Universidad Católica.

Morir en Berlín relata los últimos días de Don Carlos, también llamado el Senador, miembro señero de “la Oficina”, institución de rasgos kafkianos que controla la vida de los miembros del guetto, como se denomina a la comunidad exiliada chilena. Visas, permisos de viaje, solicitudes de divorcio, el presente y el futuro se resuelve en “la Oficina”, incluso el del propio Senador, quien a pesar de un recién detectado cáncer no puede cumplir su deseo de regresar a morir a Chile.

Estilísticamente, destaca el uso de un coro narrado desde un “nosotros” que efectivamente recrea los deseos, especulaciones y sueños de una voz grupal, la de los exiliados. Espacialmente, la novela se desarrollada en Berlín-Este, con acciones que saltan de un departamento frente a la Alexanderplatz (donde vive Mario con su amante alemana), a la Staatsoper (donde danza Leni, nacida en Dresden). Otros espacios centrales son dos edificios en Lichtenberg, el de la Volkradstraße (donde vive Don Carlos y su vecina Leni, con quien desarrolla una particular relación sentimental) y el de la Elli-Voigt-Straße, donde vive el grueso del guetto (incluida Lorena y sus hijos, quienes han sido abandonados por Mario).

Un espacio significativo de Morir en Berlín es la estación de Friedrichstraße, una estación que “delata” a la ciudad, un “lugar inevitable que revela aquello que ésta se empeña en ocultar”. Cerda describe el cruce diario de Oeste a Este de miles de jóvenes que “deslumbrados visitan sus museos y asisten a sus espectáculos teatrales”. Desde el otro lado, miles de ancianos hacen las mismas colas interminables, horas de horas, porque “es el paso fronterizo permitido a los jubilados, los únicos berlineses del Este que pueden pasar al lado occidental” (99).

Desde el Oeste, además de los jóvenes, también llega una horda de alcohólicos buscando botellas de Korn o Vodka, vendidas muy baratas en el cruce fronterizo: “Llegaban temprano a la Friedrichstraße, adquirían su imprescindible mercancía y regresaban luego a beberla en los alrededores de la estación de Zoo, sentados en las cunetas de los callejones laterales, y en el invierno descubriendo los rincones más oscuros del otro terminal, tirados sobre baldosas que retenían durante días jeringas desechadas...” (101)

Las estaciones de trenes llamarán también la atención de Andradi y Fonseca.

 

BERLÍN ES UN CUENTO. Una argentina sin trabajo, sin idioma, sin beca.

Esther Andradi, (Ataliva,1956) estudió Ciencias de la Comunicación en Rosario y en 1975, huyendo de la violencia política, emigró a Lima, donde ejerció como periodista y fue coautora del libro de entrevistas Ser mujer en el Perú (1978), un clásico de la literatura feminista de no ficción. Vivió en Berlín entre 1980 y 1995. Luego de pasar siete años en Buenos Aires, regresó a la capital alemana el 2003. Es autora del libro de relatos Come, éste es mi cuerpo (1991), compiladora de Vivir en otra lengua. Literatura latinoamericana escrita en Europa (2007), autora de Mi Berlín. Crónicas de una ciudad mutante (2015) y de La lengua de viaje. Ensayos fronterizos y otros textos en tránsito (2023). En la actualidad es docente en el LAI, el Instituto Latinoamericano de la Freie Universität.

Berlín es un cuento relata la adaptación salvaje de Bety, una argentina que llega a Berlín Oeste a inicios de los 80. Afincada en Lima, ciudad amada por los alemanes porque siempre es verano y hay indios, Bety se enamora de un alemán, a quien persigue hasta Europa para enterarse que está casado y no planea divorciarse. Obligada a descubrir Berlín desde la precariedad establece alianzas con dos alemanas (compañeras en un edificio okupado) y con otros latinoamericanos (Martín, un anarquista argentino; el Profeta, un chileno sobreviviente de la matanza del Estadio Nacional de Santiago; Favela, un brasileño que trafica con aves del Amazonas y falsifica documentos de identidad; y Leo, un peruano que se presenta como actor, aunque solo es malabarista de circo). “Sin trabajo, sin idioma, sin beca”, Bety, también llamada La Novelista, acomete otra locura: dedicarse a la escritura, lo que el libro refleja al inicio de cada capítulo, donde se leen los intentos escriturales de la protagonista.

Si Cerda se centra en Lichtenberg, Andradi traza el mapa de Schöneberg, entre Winterfeldtplatz y Potsdamer Straße. Y si la de Cerda recrea la estación de Friedrichstraße, la de Andradi, hace lo mismo con la estación de Zoologischer Garten, la estación por la que se arribaba a Berlín Occidental: “Nada de lo que se veía allí podía asociarse con cualquiera de las ideas que alguna vez tuvo sobre ese país llamado Alemania. Ni limpia ni ordenada, ni pulcra ni segura: el Zoo era el reino de los sin techo, de los adolescentes drogados, de las prostitutas, los mendigos, los borrachos, ciertamente un escenario más cercano a la ópera de los tres centavos brechtiana que a las imágenes de un milagro alemán de postguerra. Aquí la guerra continuaba. Los trenes arribaban a una ciudad dividida hasta el andén donde los empleados ferroviarios procedían del Berlín comunista —la capital de la RDA— y la policía provenía de occidente” (48).

La ficción de Andradi sucede a inicios de la década del 80. Treinta y cinco años después, otra argentina, Mercedes Halfon, también presenta a una mujer persiguiendo a un hombre hasta Berlín. La primera sigue a un alemán, la segunda a un argentino — poeta, para más señas. Ambas son desgraciadas mientras fracasan en su objetivo. Por otro lado, mientras que en la de Andradi la comunidad latinoamericana sobrevive con oficios precarios, en la de Halfon (Diario pinchado), todos están institucionalizados, en su mayoría gracias a becas. Desde otro punto de vista: en la novela de Andradi los cabezas rapadas están en calle, atacan y son peligrosos. No voy a decir que en la de Halfon están en el Bundestag —porque la trama se desarrolla en el 2015. Faltaban dos años para que el AFD convierta esa locura en una realidad.

 VASTAS EMOCIONES Y PENSAMIENTOS IMPERFECTOS. Un brasileño de los trópicos y die Deutsche Angst.

Rubem Fonseca (1925-2020) es uno de los grandes escritores latinoamericanos del siglo veinte. Autor de libros notables como los cuentos de El cobrador (1979), de nouvelles como Y de este mundo prostituto y vano solo quise un cigarro entre mi mano (1997) y de novelas como El gran arte (1983) y Agosto (1990), Fonseca ha sido galardonado con el premio Machado de Assis, el Camões, el Juan Rulfo y el premio Iberoamericano Manuel Rojas.

El ex policía nacido en Minas Gerais llegó a Berlín en 1985 luego de que El gran arte recibiera la medalla Goethe en Brasil. La estadía organizada por el DAAD generaría la novela policíaca Vastas emociones y pensamientos imperfectos, que describe Ku’damm. La novela explora bares, cines, restaurantes cercanos al hotel donde el protagonista se aloja, a metros de la estación Uhlandstraße, espacio que un par de décadas después también explorará Morábito, mientras que Chaves hará lo propio con Friedenau y Halfon con Mitte.

Fonseca inicia la acción en Río de Janeiro. El protagonista narra en primera persona cómo recibe en su casa un misterioso paquete entregado por una desconocida, desesperada, a quien están persiguiendo. Él no lo sabe, pero el paquete contiene rubíes, diamantes y esmeraldas. Días después, la mujer aparece en las noticias. Ha muerto mutilada. Paralelamente, el protagonista, que es director de cine, recibe una invitación para viajar a Alemania. Un productor quiere que adapte el libro de cuentos Caballería roja de Isaak Bábel y lo filme en Berlín. Escapa. Aterriza en Tegel. Las calles están cubiertas de nieve. Poco después entrega el primer borrador del guion y una alemana experta en Bábel lo lee y le comenta: “Increíble. Un latino de los trópicos que entienda tan bien el alma rusa” (161). Entonces la trama se complica y el objetivo ya no es huir, sino conseguir una novela perdida de Bábel en Berlín Oriental. Un ruso la vende al mejor postor. El protagonista debe ocultar fajos de dólares en su cuerpo y cruzar por la estación de Friedrichstraße, pagar y recibir el manuscrito: “La mirada de los guardias era dura y atenta. Miraban el pasaporte y después el rostro de las personas, muy fijamente a los ojos (…). Era parte de la rutina, pero comencé a sudar, preocupado. Y cuanto más sudaba, más tenso me ponía (…). Me acordé de Die Angst des Tormanns beim Elfmeter, de Wim Wenders. Un policía explica a un tipo de qué manera puede ser descubierto un delincuente. ‘Tenemos que mirarlos a los ojos’. El tipo que habla con el policía es un asesino buscado, pero el policía no sospecha de él ni un instante. En realidad, los policías miran a los ojos del asesino y no ven nada. O, mejor dicho, ven lo mismo que en los ojos del inocente. Esos policías, allí en la frontera de los dos Berlín, con sus bonitos uniformes, miraban a los ojos solo para intimidar, también sin ver nada, siguiendo una rutina burocrática. Si no me intimidasen, mi mirada tendría la misma pureza que la de la viejecita en la otra fila cargando su bolsa de mercancías. Ya no sudaba al llegar frente al primer policía” (207).

La descripción psicológica del miedo establece una diferencia con los ejemplos anteriores. Para Fonseca las estaciones de trenes son también espacios para la exploración interna.

Una gestión en el consulado chileno obliga a Don Carlos, el protagonista de Cerda, a pasar al lado Occidental, y dicho tránsito le permite comparar ambas estaciones, hermanadas por algo “sórdido” y que además reflejan sus sistemas políticos: “Friedrichstraße era limpia, pulcra en su pobreza, pero amenazante y brutal; en lo alto la guardia vigilaba desde el mirador haciendo ladrar de tanto en tanto a sus perros ferozmente adiestrados. El Zoo, en cambio, era abierta y patética, el lugar elegido por los miserables porque allí a nadie le importaba esa miseria. Aquí soldados, allá desechos; aquí perros guardianes, allá botellas vacías y jeringas tiradas en los rincones. En la Friedrichstraße se hacía visible la miseria de un poder absoluto sobre la gente; en el Zoo, la de gente absolutamente abandonada por el poder” (102).

Por su trabajo con el lenguaje, su tema y su estructura, Morir en Berlín es una novela muy interesante, que ya no se encuentra en librerías y que debería reeditarse. Si la frustración es el sentimiento que más irradia la burocracia comunista en la novela de Cerda, los edificios desvencijados, la calefacción alimentada con carbón, y los cabezas rapadas del lado occidental no ofrecen un mejor panorama en la novela de Andradi, donde el punto de vista de las mujeres, latinoamericanas pero también de las alemanas, sus dilemas, sueños y comportamientos, hacen de esta narración un documento con las características de la mejor ficción: entretenida, informativa y sin miedo al humor. Vastas emociones y pensamientos imperfectos no es la mejor novela de Fonseca, pero el brasileño es un gran escritor y a pesar del mundo cínico y violento que representa, sus virtudes literarias han logrado que el libro no envejezca.

Entonces vuelve el sol
Ralph Tharayil
31.07.24

Traducido del alemán por José Luis Pizzi e Ingeborg Robles

Habla de trampas.

Habla de trampas que pone, habla de murciélagos y del oído de los animales en la oscuridad.

Habla de dormir temprano y de los mensajes que envía desde su propiedad a amigos en Europa, de los mensajes en WhatsApp y de los de YouTube.

Habla de los enjambres y de su batir de alas, de cómo no ve su sonido.

Ve los excrementos que dejan en la terraza y en las superficies de los cristales panorámicos. Él mismo ha limpiado todo a mano.

Estos animales, estos animales sólo creen en la oscuridad, dice y habla de trabajo.

Cosecha los mangos y los aguacates. Cosecha la piña y busca la cúrcuma entre los arbustos y bajo el suelo.

Cosecha el jackfruit en el jardín. Conoce su tronco y su caída. Se sube a una escalera y separa el fruto del árbol con un largo arpón.

Observa la fuerza de la gravedad sobre la fruta. La fruta cae del tronco. Alisa las magulladuras con el pulgar, sus manos con entusiasmo, imperturbable, y lleva la fruta sobre su hombro hasta la casa.

El sol se va a descansar.

Recuerda que su hijo le habló de esta fruta en su última visita. Que su pulpa se llama perianto y que se dispone

dentro de la fruta en formaciones elipsoidales.

Pronto se va a levantar y cortar la fruta.

Está sobre un saco de yute debajo del fregadero y es su propia tierra sobre la que él está parado. Su limpiadora de alta presión que compró en Suiza, desmontada, en una maleta rígida, que cruzó el Golfo de Omán hasta esta casa.

Su vecino dijo una vez que la pereza es una enfermedad de los blancos. Los sahibs vinieron, tomaron y se fueron, y a nosotros nos quedó el resto.

Él sabe que eso no es cierto. Sus antepasados han fallecido y le dejaron esta tierra.

Los paños de microfibra, los guantes y productos de limpieza, las conexiones cromadas para el lavabo, los cabezales de ducha universales y las piezas para los aspersores que compró en landi.ch.

Se sujeta los hombros y contempla el terreno.

No necesita saber nada de elipses y periantos.

Conoce el orden de los frutos en el jardín.

Cultiva papayas. Cultiva plátanos y plantas de piña, sus brácteas rosadas, que recorta con tijeras de poda según sea necesario.

Conoce los frutos de su trabajo, sus pies en las sandalias

de goma o de piel sintética.

Conoce el sabor del jackfruit en platos de carne, su dulce fragancia a medida que pasa el día, conoce su consistencia fibrosa desde la época de la inocencia.

Sabe del tronco del árbol que golpea cada mañana. Él sólo tiene que asegurarse de que no se ha colado ningún ruido, que ninguna alimaña ha infestado este árbol.

Hace días que la ropa se amontona en las sillas.

Una manguera gotea en algún lugar del jardín.

Está durmiendo la siesta.

Está al tanto de las obras en la cocina y los baños.

Lleva una camisa de canalé sin mangas, vaqueros deslavados.

Por la mañana lleva espuma de afeitar y un gorro con visera.

Se ocupa del jardín, que está delante, detrás y

junto a la casa, que rodea la propiedad.

Luego, por la noche, una nota en la basura que vacía en la habitación de su hijo.

(no reconozco a una persona que quiero por sus habilidades, sino por los verbos que le son propios. tú aras la tierra, duermes. tú siembras, cosechas. por el verbo de acción mido el grado de tu amor por ti mismo).

Ya no recuerda las actividades de los últimos días. No recuerda haber pedido ayuda a su hijo.

Se recorta el pelo, se corta las uñas de los dedos de las manos y de los pies.

Arranca las malas hierbas y riega el césped.

Lustra los marcos de las puertas, coloca las trampas para los animales que ven con los ojos y no con los oídos.

Remienda las mangueras y repara la bomba que bombea el agua del pozo por las tuberías hasta la casa durante el día, se mantiene alejado del sol.

Un vaso de agua.

Con el zumo de una lima recién exprimida.

Azúcar o sal.

Lava los platos con las manos, cuida el generador, tiende la colada.

Se limpia a sí mismo.

Los insectos, los ratones y las martas.

Los serpientes y arañas.

Las asa con la raqueta de tenis electrificada.

No conoce listas.

Se arrasa a sí mismo cada día de nuevo.

Se dice a sí mismo lo que hace mientras lo hace, y luego descansa.

Le quita el ala a un murciélago escondido en un montón de ropa.

La última vez que su hijo le visitó, se dio cuenta de lo extraño que se había vuelto para él. Cuantos más conocimientos acumulaba, más incomprensible se volvía. Acababa de terminar la carrera de alemán en Basilea. Por qué estudiaba un idioma que ya hablaba perfectamente era un misterio para él. Un idioma en el que también hablaba aquí, en el que no paraba de hacerle preguntas sobre su trabajo en fábricas textiles suizas, su estancia en el norte de este país, sobre sus antepasados. De dónde surgió el repentino interés por su vida, las circunstancias.

Entonces su hijo vino a hablar de fruta, y le dijo que jackfruit era el nombre colonial de chakka, como se llamaba la fruta en malayalam. Hace unos cientos de años fue listado por primera vez en un libro sobre la botánica de la costa de Malabar por un oficial colonial portugués y más tarde holandés. Chakka se convirtió a Jack y Jack a Jakob, y así como nomenclatura en la única realidad posible. Que algo parecido había dicho su hijo, que le miraba con ojos escrutadores. Mi hijo, él sería un buen teacher allí si quisiera, había pensado.

Esparce tierra universal.

Esparce mantillo de corteza donde el césped desciende.

Comprueba el estado del césped e instala el sistema de aspersión.

Engrasa la bisagra de la verja que da a la propiedad del

vecino. Le saluda con la mano cuando le ve salir de casa

y su vecino le devuelve el saludo, le pregunta cómo están él y su hijo, si ha terminado la carrera de medicine en Swisserlend.

Dice que sí y adoba la ternera.

Ventila el outhouse, configura la puerta automática de entrada.

En una instalación improvisada de residuos en la costa, a lo lejos junto al mar, se quema plástico y es el viento el que lleva el humo tóxico tierra adentro, a su jardín, más allá de las iglesias y los monumentos comunistas.

El humo se posa en las orejas de los animales, en los

jackfruit bajo el fregadero.

Durante una excursión conjunta a la costa, habían comido cacahuetes tostados y habían caminado hasta la iglesia franciscana para visitar la tumba de Vasco da Gama. Se echaron una siesta delante del altar.

Los pescadores echando sus redes, los petroleros de

Singapore y Hong Kong. Consiguieron comida vegetariana en el McDonald’s recién abierto.

En casa, en la radio, se hablaba de violencia contra los cristianos, en el noreste del país, muy lejos, en la frontera con Myanmar, y habían estado discutiendo. ¿Por qué hablar de ello cuando esta violencia aún no está aquí, donde él está en su propia tierra?, dijo. Porque tienen privilegios que les permiten hablar de la situación. Porque no forman parte de una tribu registrada, de una indigenous tribe, como estas personas que fueron asesinadas y perseguidas por los hindúes. Nosotros podemos ser como ellos, pero ellos nunca podrán ser como nosotros, dijo su hijo, y poco después:

No. No es eso. Es que estás callado, igual que el gobierno indio que no condena a los autores. Es tu pereza hablar. Tú y tu lengua, ¿por qué no habláis? tú y tu órgano perezoso.

No sabía cuándo su hijo empezó a hablar tanto. Fue lo que aprendió en la universidad. ¿La ciencia de los órganos? Ojalá se hubiera hecho médico.

Los cuchillos y tenedores, el brillo de su cubertería pulida.

Con quién hablar. De qué debería hablar.

Quién debería procesarlo aquí.

¿La policía?

¿La turba de hombres?

¿Las dos mujeres en el noreste del país, en Manipur?

¿Sus ropas rasgadas?

¿La calle del pueblo y el polvo?

¿Los mobile phones y sus memorias?

¿Su piel desnuda, sus cuerpos maltratados?

¿La silenciosa luz azul?

¿Las rodillas, los gritos, sus cabellos ensangrentados?

¿Las piedras, los templos?

En sus sueños, estos son los lugares recurrentes de la noche, pero aquí y ahora, durante el día en su jardín, es él

quien prueba todo para bien o para mal.

Esta tierra, pertenece a las semillas de la fruta que él masca una vez bajo la lengua y escupe en el jardín. Le pertenece a él, y le pertenece a su hijo si él lo quisiera.

Cuando se puso la primera piedra, el sacerdote colocó una cruz en la tierra color óxido. Aún yace enterrada bajo la casa y se supone que protege esta tierra de su tierra, sus animales y los ladrones, los necesitados.

La voz del cura. Entona una canción, su pañuelo manchado de sudor en el calor del mediodía.

Después de que su hijo le acusara de pereza, hablaron incluso menos que antes. Desaparecía cada mañana y sólo volvía tarde por la noche. Nunca le preguntaba a dónde iba o qué hacía. Mientras volviera, no estaba perdido para él. No necesitaba ayuda en el jardín.

Sobre el escritorio, una nota de su hijo, que decide leer:

(leído en b.: una vez es ninguna vez, y como se refiere al proceso de pensar y escribir, y como cita a Trotsky, como describe a su padre arando los campos a mano sin vanidad y con la espalda encorvada y como nunca miraba hacia atrás los restos de la tierra, como dejaban tras de sí un rastro de memoria perdida, ¿cuánta tierra necesita el hombre? necesita tanta como pueda medir con sus pasos y sean capaces de medir, no más, sólo menos, de la codicia de los miembros, de la codicia de las piernas, one or two acres of love en esta blanca hoja de papel, nadie quiere más, it is here where i imagine speaking to you, complacerte, pa, medirte de alguna manera, tal vez no con estas palabras, tal vez eso sería demasiado, tal vez sólo necesite mis codos y mis pies y no este alfabeto para catalogarte como un fragmento de tu cuerpo, pero no te conozco en absoluto, sólo conozco al que te observa, al que te mira trabajar que dobla sus propios dedos en la curva de una letra y cae de rodillas luego).

No entiende la nota. Pero conoce la historia de la codicia.

Su hijo se la había contado.

Su recuerdo de cómo decidió olvidar la historia de nuevo.

La historia de la codicia de la mente y la codicia de los

miembros que en su lugar cavaron surcos en esta tierra en el campo.

Recuerda el cuento. ¿Cuánta tierra necesita un hombre? se llamaba y era de un famoso escritor ruso. Era sobre sí mismo, su hijo había dicho. Si no tienes cuidado, llegarás a ser como él, como Pachom, el granjero rico que cae víctima de su codicia.

Él quita el moho de las paredes interiores de la letrina.

Activa el sistema de riego y comprueba las hojas de las piñas.

Coloca un cubo de plástico y atornilla el colector de lluvia.

Frente a la puerta de entrada, una tropa de hombres marchando vestidos con túnicas color azafrán.

Sus gritos, que él no puede oír.

Lo que su hijo no entiende: la codicia no es igual a la legítima herencia. Posee exactamente tanto como puede medir con su cuerpo. Ni más ni menos. Y aunque fuera más. Sería su tarea, la de su hijo, hacerse cargo del excedente.

Siempre quiso lo mejor, sí. Pero no quería más.

Él no tiene nada que ver con este Pachom.

Lo que su hijo no entiende: La humildad y la primera vista

de la nieve en la edad adulta en una tierra de nadie.

Lo que no entiende: La vergüenza de la lengua equivocada, la falta de pronunciación.

Lo que no entiende: criar niños sin ganas de tener hijos, trabajo por turnos a las 5 de la mañana, donde el trabajo debe ser fructífero entre truenos y acero.

Lo que no entiende: El trabajo no sólo con fines de mantenimiento, sino de crecimiento, y también como medio contra la decadencia y desintegración de la familia, la ausencia del padre, ahora la ausencia de la madre.

Lo que no entiende: la enfermedad y el compromiso y que

este es su retiro. Que éste sólo será su país, si lo acepta como tal, con todas sus debilidades.

Lo que su hijo no entiende: Que la fruta no se llama

la fruta de Jakob ni tampoco Chakka, pero ചക്ക.

Luego, por la noche, el sueño de cómo los murciélagos infestan su finca. Cómo él intenta ahuyentarlos con la raqueta de tenis electrificada. Cómo se multiplican con cada golpe y no dejan de alimentarse, de roerle, cómo intenta huir hacia la puerta, y cómo ésta se aleja más en la distancia cuanto más se acerca a ella, la finca de repente un cosmos en eterna expansión.

El sudor y el grito silencioso. Su hijo preguntándole si todo iba bien, que nunca le había oído gritar por la noche.

El sol se abre paso a través de la bruma.

40 grados centígrados a la sombra, los arrozales y su sequía.

Enrolla la manguera del jardín. Era la última tarde antes de la partida de su hijo, sentado en la terraza y leyendo.

Coloca el jackfruit en la encimera de la cocina y lo corta.

Conoce el líquido pegajoso que rezuma del centro de la fruta al cortarla. La fruta gotea y el saco de yute, el suelo de la cocina se vuelve pegajoso.

El jugo del jackfruit no se puede limpiar con agua ni jabón,

sólo con detergente líquido y parafina.

Qué vas a hacer, qué trabajo, le había preguntado, mientras separaban la pulpa del jackfruit de la piedra con los dedos. Escribir, había respondido su hijo. No era una respuesta satisfactoria, había pensado, pensó que, en malayalam, escribiry escritura eran la misma palabra, y se lo guardó para sí.

En el interior falta el agua, el silencio del barril, el silencio del recolector de lluvia.

El WhatsApp de su hijo diciendo que había llegado sano y salvo a Basilea. Le verá dentro de unos meses cuando vuelva a Suiza para cuidar del jardín de allí.

Excava parte del césped inclinado con una pala.

Llena la fosa con la basura de las últimas semanas. Las

trampas rotas, los sacos de yute y el papel etiquetado. Los restos de embalajes, cartones y el cadáver del murciélagosólo falta la cruz.

Esparce las hojas marchitas del árbol del jackfruit sobre la basura como si fueran cenizas.

Vierte parafina sobre las hojas.

Comienza a agitar una lona para acelerar el fuego.

Habrá un incendio y soplará viento de la costa.

Él lo sabe y le da al fuego lo que necesita.

El humo en sus pulmones.

Más tarde, los bomberos tendrán que llegar.

Entonces vuelve el sol.

Llamar al nombre
Florencia del Campo
31.07.24

Eran dos filas y dieciocho timbres por fila. Una botonera alargada, alta y angosta. Color cobre, como una pulsera para la playa. Como una gargantilla, unos aros. Dos filas de apellidos y el botón al lado, como un Ibuprofeno. Un Paracetamol. Cualquier cosa redonda u ovalada que podría extraer del blíster y tragarme. Un timbre como un analgésico. Una botonera de timbres, un portero eléctrico, como cualquier medicina o esperanza de curarse.

Es un lugar común decir que los alemanes son puntuales. Pero lo son. Yo también. Quizá eso me ubique en esta ciudad oscura. Me acepten. Llegué en punto. No puedo evitarlo. Hay latinas que tenemos rasgos extranjeros. Era la primera vez que iba a su casa, y a cualquier casa en Berlín. Hasta entonces solo había quedado con la gente en bares, o en parques. Una vez en la puerta de un cine. Otra vez en la de Brandeburgo. Puertas sin blísters, puertas anónimas, colectivas, turísticas, históricas. Nada del nombre propio y la intimidad.

En punto a los pies del umbral del edificio. Me temblaban las manos. Estaba nerviosa. Es un lugar común decir que una llega a una cita nerviosa. Pero es así. Tenía un vino blanco entre las manos que temblaban. El tinto es intomable. Soy una latina que echa de menos el Malbec, el Rioja, cualquier cosa más o menos hispanoamericana. El blanco se les da bien. Lo acepto aunque sea invierno y me parezca ridículo que vayamos a tomar algo tan frío. En punto. Rendida a los pies.

Este edifico que tiene en el portero eléctrico dos filas de timbres de dieciocho botones por fila es el lugar común de treinta y seis personas que lo habitan, que conviven. Treinta y seis como mínimo. ¿Cuántas personas viven en cada botón? Perdón, en cada casa. En cada pastillita analgésica. ¿Es la casa un remedio? Bajó una mujer rubia con un marido rubio y un bebé rubio. Me acaricié la trenza negra mientras les sonreí. No supe decirles ni hola. De pronto, todas las lecciones de Duolingo se me confundieron y estuve a punto de decirles adiós. ¿Es la familia, tenerla, tenerla cerca, algo común?

En el umbral a los pies del temblor. Me pongo igual de nerviosa cuando saludo en alemán que cuando tengo una cita. Mi acento no funciona, es un timbre desconectado. Les dije chau, sí, total, quién dice que hay que decir hola, si ellos estaban saliendo. No me ofrecieron pasar. Quizá por la trenza, quién sabe. Quizá no, no. Ya no eran en punto. Dos minutos, y ni siquiera había buscado el nombre. Solo me había secado las manos del agua que transpiraba la botella, y había saludado, mal, extranjera sin modales, sin aciertos, a los vecinos.

Es un lugar común que Berlín está lleno de extranjeros. Pero Berlín está lleno de extranjeros. Empecé por arriba. Tres apellidos latinos, dos judíos, cuatro alemanes, ¿uno polaco?, cinco italianos… Turcos. Checos. ¿Rusos? Ah, un chino. Quizá es coreano. Un japonés. No. Un vietnamita. Alemanes. Más alemanes. ¿A quién buscaba yo? ¿Cómo era que se llamaba?

Había quedado una vez en la puerta de una librería que vende libros en español. Otra vez en la boca de una estación del U-Bahn. Hasta en un kiosko. Había un timbre que decía “H.M Off”, ese no podía ser. Había tres que tenían pegado un apellido por encima del plástico, escondiendo seguramente otro apellido debajo. ¿Hubo mudanza? ¿Hubo ruptura de pareja? Qué optimista pensar que el viento, que la lluvia, que las inclemencias del clima, no iban a derribar esa nueva identidad a la intemperie. Un papelito como una pastilla fuera del blíster. A punto de ser mojada por la boca. Aunque el teclado de timbres estuviera metido en la entrada, yo había visto la lluvia horizontal. En las puertas del horizonte.

Claro que sabía su nombre. Dudaba del apellido, es verdad. Podía mandarle un whatsapp y preguntárselo. O decirle directamente: “Che, estoy abajo, abrime la puta puerta, dale”. Podía decir puerta sin decir puta, podía, todavía podía hacerlo todo bien. Quería ser puntual, pero ya llevaba cinco minutos leyendo por encima, entrelíneas, sin casi comprensión de texto, la identidad de las treinta y seis familias que como anestesiadas o bajo los efectos de un analgésico habían armado una vida, en su propio país, o en el extranjero. Rendidos.

Abrime la puerta, dale, estoy abajo, se me están congelando las manos con el vino blanco frío para este invierno, para esta cita, para este infierno. En las puertas de la visita. ¿Cómo era posible, por dios, cómo era posible, que el sistema alemán permitiera semejante delirio? ¿Cuál era la técnica, el método, el sistema, que ellos sabían y yo no? Bajó otra mujer rubia. Dije hola en alemán. Me desaté la trenza. Me solté el pelo, me volví loca, me pareció que tenía el mejor acento alemán extranjero del mundo. Me erotizó mi propia lengua. Aborrecí el castellano, la lengua madre, ¡madre! Quise encontrar el timbre. Acariciarlo antes de tocarlo. Y luego apretarlo como a un pezón. Tocarlo de una puta vez. Me agaché y apoyé el vino en el umbral. Temblor y locura.

Un sistema. Madre mía, un sistema. Tenía que haberlo, solo que yo no lo sabía, nadie me lo había contado. El sistema alemán. Por orden alfabético. Imposible. Qué estoy diciendo, por favor, y me reí. Cómo iba a ser por orden alfabético, si el orden era el de los departamentos. Okey, otro. ¿Cómo hacen para llegar puntual? ¿Calculan el tiempo que les lleva buscar el nombre en el tablero? Un juego perdido. De pronto me sentí profundamente cansada. Como una derrota. Como después de un orgasmo. Los pezones mojados. Tras las convulsiones. Quise sentarme en el umbral. Era un cansancio de aeropuerto. De cama. Una especie de espera hacia el cielo. En las puertas del infierno.

Es un lugar común que las mujeres latinas usan trenza. Es mentira, nunca tuve una trenza. Ni en esta historia, ni en ninguna. ¿Por qué indigenizarme cuando solo soy una porteña? Cuando dije hola en alemán me toqué el pelo, es cierto, pero mi pelo podría ser hasta rubio. De pronto volvió la familia. El bebé en un cochecito. Cuando salieron, ¿el bebé ya estaba en ese carrito? No reparé en el detalle. Tenía que ponerme de pie para darles paso. Lo hice de un salto, como con culpa, con lanza de rectificación, con resorte. Atropellaron el vino.

Nombre por nombre ahora de abajo hacia arriba: ninguno me sonaba que fuera el de él. Estaba profundamente cansada, como si me hubiera tomado un ansiolítico y un somnífero, y hubiera fumado marihuana sobre ellos. Profundamente. Un blíster con otro tipo de medicina. Ya no me recordaba a los analgésicos. De pronto todo me parecía benzodiacepinas, cosas para la depresión. Dormir. Solo quería dormir. O saber su apellido. El edificio entero me pareció una farmacia. O la sala de espera de la consulta de un hospital. Y el tablero de timbres eran los médicos, el equipo médico. El sistema sanitario alemán entero para mí. Yo necesitaba una cama. Un especialista. Un especialista en el sistema alemán. En las puertas de urgencias.

Pasó una ambulancia. No es joda. Pasó en serio. Recogí el vino. No estaba roto. Estaba frío. ¿Su apellido no comenzaba con P? ¿Con T? Había una Z en algún lugar. De eso estaba convencida. Empezaría por descartar todos los que no tuvieran Z o comenzaran por Z, porque la Z, seguro, no era la inicial. Pensé en ir a la farmacia a comprar apósitos marrones. Pegar uno encima de cada nombre que descartara, que no fuera él. Encima de los apellidos italianos, por ejemplo. Todos los que no fueran alemanes: tachados, borrados, heridos bajo el apósito. Extranjeros heridos, sangrantes. Miré el móvil. Quería saber qué hora era y si me había escrito para preguntarme por mi retraso. Me olvidé de mirar la hora. No me había escrito. Entré a Google Maps y busqué una farmacia. De pronto, me pareció estar loca. Y muy cansada, otra vez. Recordé mirar la hora. Quince minutos tarde de la acordada. A mí me parecía que ya había pasado toda la noche. En las puertas del delirio.

¿A qué iba a su casa? No sabía siquiera su apellido. O lo había olvidado. ¿Qué clase de mujer era yo que iba a cenar con vino blanco un día de invierno con un alemán cuyo apellido no recordaba? Sus ojos azules, en cambio, no se me borraban. Miré la botonera, por si de pronto era algo digital, moderno, futurista, que ponía las caras de las personas en vez de los nombres. De esa no me había olvidado. Una barba cana. Una nariz justa. La frente ancha. Qué carajo me importaba el apellido. Que se llamara como se llamara.

Me sonó el celular y me asusté. Quizá di un salto para atrás. Más resorte que cuando la vecina. Más molesto que la sirena de la ambulancia. Era mi hermana desde Buenos Aires. Me llamaba desde el verano y desde la tarde. La atendí pero le dije corto y claro que estaba en la calle cagada de frío y que era de noche, llegando tarde a cenar. Me dijo que no tan tarde, que apenas las 8 y veinte, que si cenaba tan temprano. ¡¿Y veinte?! Grité. Y ya no me importaba. Extranjera impuntual.

Es un lugar común que las latinas siempre llegamos tarde. Llegué a las ocho en punto. Me puse de rodillas ante la puerta de su casa. Quise que me arrastrara al infierno. Desconocer su apellido, aunque por la madrugada se lo preguntaría y le pediría una y mil veces que me lo susurrara, que me lo susurrara, que me lo susurrara. Cualquier apellido, viniendo de él, me habría gustado. Uno turco, uno largo, uno corto, uno con más de una Z también. Una Y. Esa me gusta más que ninguna otra. Una diéresis, un acento que no tuviera en mi teclado. Jugaríamos a decir su apellido con pronunciaciones diferentes. Jugaríamos a conocernos. A saber nuestros nombres. A inventarnos apodos. A llamarnos.

¿Cuál era el truco, la clave, la contraseña, el sistema, el método? El invento alemán. Un tablero de timbres con los nombres de las personas que habitan el edificio, y a buscarlos. Claro, la mayoría de las veces son pocos timbres. Este era navegar en Facebook sin saber a quién buscabas. Eran las páginas amarillas de una guía que me desorientaba. Lo llamé por teléfono. Me sentía profunda, profundísimamente cansada. En cuanto me atendió le pedí disculpas por la hora, ¿qué hora?, me preguntó. No sabía que yo estaba llegando tarde.

Sobre el fuego había salchichas. De la computadora salía música en inglés. En una ventana no había cortinas; en otras dos eran blancas. Una estaba abierta a pesar del invierno. Cerré los ojos. Fantaseé con preguntarle si acaso tenía un Ibuprofeno, o un Paracetamol. Sentía todavía las manos frías, incluso quizá mojadas. El cuerpo tembloroso. ¿Nervios o enfermedad? ¿La cita o la muerte? Simplemente, me estaba enfermando. O quizá enamorando, una nunca sabe. Hicimos muchas bromas sobre mi imposibilidad de tocar el timbre. Le pareció curiosísimo que no hubiera encontrado el nombre. Nunca le dije que, además, es que lo había olvidado. Le divirtió tener que bajar a abrirme la puerta. Quizá hasta me besó de más por eso. Le pregunté por el sistema, por el secreto alemán mejor guardado. No escuchó mi pregunta, justo corrió a la cocina. Extrajimos el corcho; lo sentí como una intervención quirúrgica. Le miré los ojos: eran verdes. Pensé que quizá su nombre tampoco era el que yo recordaba.

Me desperté con el primer reflejo del día. No esperaba que hubiera persianas, solo que la tela blanca filtrara un poco, pero no era el caso. Es un lugar común que en Alemania no hay persianas. Y sin embargo, en Alemania no hay persianas. Agarré el celular y recordé para qué: para mirar la hora. Siete menos cuarto. ¿Qué era esa luz blanca que entraba de la calle y me iluminaba como en una sala de hospital? En las puertas de su cuerpo dormido al lado. De pronto pensé que yo en su cama no era más que la representación espacial y tridimensional de un nombre en una botonera color cobre tres pisos más abajo, en la planta cero. Yo estaba guardada dentro de un botoncito. Si alguien me buscaba, tenía que apretarlo. Blanca, yo, como una pastilla de Ibuprofeno o Paracetamol, la tela, la mañana. Una extranjera blanca. Y la botonera cobre, tan cobre, tan abajo. En las puertas de la playa, como un sueño. Dormité: afuera en Berlín nevaba. Era eso, simplemente eso. Él susurró mi nombre. Y de pronto me pareció que así yo ya no me llamaba.

A cagada colonial e o resto do mundo
Danú Gontijo Bárbara Santos Suelen Calonga
31.07.24

*GONTIJO, Danú, La viralización de la violencia: genero, medios, mimesis, reexistencias. 1. Edição. Buenos Aires, Ed. Prometeo, 2023, P. 43-45.

A cagada colonial

O colonialismo foi uma grande cagada. Não contentes em cagar a Europa, foram cagar regra em outros cantos. Numa narrativa aventureira-descobridora que persiste até hoje, colonizaram territórios e gentes, aniquilaram povos inteiros, dilaceraram comunidades, torturaram, expropriaram, expulsando milhares de suas terras, estuprando mulheres, escravizando pessoas, apropriando-se de suas riquezas, impondo suas narrativas e línguas coloniais. O colonial não é passado. Segue vivo, sofisticado e envernizado. Colonial-modernidade, indissociáveis (Quijano). O projeto-anticivilizatório máximo. A merda se torna parte da paisagem, como as riquezas e objetos de poder ancestral de povos originários que decoram museus europeus. Algumas fedem menos forte, como os incontáveis exemplos do racismo alemão cotidiano relatados por Grada Kilomba em “Memórias da Plantação”, de cunho infantilizador e animalizador disfarçado de elogio e boa intenção. Controle de corpos, territórios e narrativas, tornados dominação política e lucro. A colonização espiritual. Ou o que mais significaria um museu europeu inaugurado em pleno século XXI (Humboldt Forum) manter objetos sagrados do mundo inteiro sob uma cruz e um domo ornado com letras douradas: "Que ao nome de Jesus se dobre todo joelho dos que estão nos céus, na terra e debaixo da terra. Em nenhum outro há salvação, nem nenhum outro nome foi dado aos homens, senão no nome de Jesus, para glória de Deus Pai”? A ordem colonial-moderna-capitalista persiste e grassa em todo o planeta, numa produção incessante de periferia e excremento. Empresas europeias vendem produtos piorados para bebês do resto do mundo. Agrotóxicos proibidos na Alemanha podem ser produzidos por empresas alemãs para envenenar a comida do resto do mundo. No coração da colonial-modernidade está a raça. A raça nos permite reconstruir o fio das memórias afetadas pelas múltiplas censuras da colonialidade. No coração da ordem colonial-moderna-capitalista está a desumanização e o racismo, que, de mãos dadas com o patriarcado, é o motor da fábrica de outrificação.

O resto do mundo

O resto do mundo é, no fundo, tudo o que não é centro, e o centro é só um ponto. É o que sobra numa equação sempre relacional a um referente. Não importa o tamanho do resto, que seja imenso, 99%. O resto são os outros do mundo: pessoas racializadas por esse centro que se diz sem cor nem raça. Todes tornades abjetos, as mulheres, as pessoas trans, com deficiência, de sexualidades dissidentes. Os restos são o povo sudanês, o povo palestino, o povo congolês. Cuba e Haiti, restos. Gaza, uma faixa, um resto. A geografia da melanina, “partículas de uma paisagem vencida” (Rita Segato), os condenados da Terra (Frantz Fanon). Paisagem de gente africana, árabe, asiática, latina. Edward Said escreveu sobre a invenção do resto. A fabricação narrativa pelo dito Ocidente de seu Outro dito Oriente, exótico, irracional, inferior, feminino, a fim de impor sua agenda política e econômica. Tratam os povos originários como o outro do Ocidente, assim como tratam a mulher como o outro do homem. A emoção como o outro da razão. O corpo como o outro da cabeça. A natureza como o outro da humanidade. Vide o fenômeno da feminizaçao da pobreza e as centenas de milhões de bebês abortados em várias partes do mundo pelo fato de serem do sexo feminino (Sen, Hvistendahl). Se o homem branco do norte é a cara do centro, a mulher negra do sul global é a cara do resto do mundo.

Restar mundo

Os 10 homens mais ricos do mundo concentram mais renda do que 3,1 bilhões de pessoas (OXFAM). O fosso da iniquidade social global aumenta a cada ano, multiplicando restos. E a ordem colonial-moderna-capitalista excrementa e faz do mundo um esgoto a céu-aberto, caga com o planeta, caga com as pessoas, tudo para assegurar o modus vivendi no norte global. Como restar e resistir no resto do mundo? Reexistindo. Existindo de outro modo. Restos são adubo. Adubadas pelas mulheres anônimas que cagam nas praças, cagaremos para a ordem colonial-moderna-capitalista. Adubadas por Marielle Franco, faremos das e dos que tombaram adubo de sementes infindas. Adubadas por Paulo Freire, romperemos com o fascínio pela hierarquia, pelo centro, pelo topo. Adubadas por Angela Davis, juntaremos as mãos com todos os povos oprimidos. Adubadas por Edward Said, seremos todes Palestina, contra os impérios das guerras. Adubadas por Abdias do Nascimento, aquilombaremos. Adubadas por Ailton Krenak, recusaremos o paradigma moderno ocidental que vê como primitivas culturas com avançadas tecnologias comunitárias e socioambientais. Adubadas por Conceição Evaristo, escreviveremos nossas próprias histórias, sem sermos reduzidas a uma história única, como coloca Chimamanda Adichie. Romperemos com a ideia de des-envolvimento, como ensinou o mestre Nego Bispo, porque queremos nos envolver, tecer comunidade abraçando a ideia de confluência, “a energia que está nos movendo para o compartilhamento, para o reconhecimento, para o respeito”. Segundo Rita Segato, “O vazio da vida [da Europa] resulta do projeto histórico d’As Coisas em oposição ao projeto histórico d’Os Laços. O primeiro constrói indivíduos, o segundo constrói comunidades.” Derrotaremos o Yurugu, e encerraremos a Maafa, como nos inspira Marimba Ani. Narraremos, adubadas pelas confluências de ideias contracoloniais, o retorno ao futuro, como diria Aníbal Quijano. Resgataremos nossa história de vínculos para fazer nascer outras palavras: arte, no sentido de Abdias do Nascimento, um evento de amor, conexão e integração com nossas comunidades. Somos o que temos, não o que nos falta. Juntar os restos do mundo é o modo de fazer restar mundo.

Uma mulher cagou na praça (danú gontijo)*

Uma mulher cagou na praça.

Solenemente levantou a saia, e como fazem os cachorros, cagou.

Desde a janela da sala, vi o que nunca havia visto. Desde o luxo de ser civilizada, burguesa, limpinha. E a vi em uma sopa de sensações: misto de vergonha de mirar, misto de ultraje-moral, sal e tristeza, e uma pitada de palavras ainda não inventadas para dizer o que carecerá sempre de tradução.

Ela não viu ninguém. Tão naturalmente levantou a saia, longa, puída, carcomida, cor-de-abóbora corroída de rua, cabelos grisalhos desbotados de estrada, morena como são as mexicanas pobres, e velha, e suja, empoeirada de cidade, a moradora das calçadas.

E onde caga quem mora nas calçadas?  Eu que penso que penso, nunca pensei.

Vejo a imagem da foto que eu não tirei: a bosta no canto do canteiro do lado esquerdo da praça, do lado esquerdo da minha janela, que nesse momento foi o meu mundo inteiro.

Eu intelectualizando a cagada da mulher que mora na rua, eu que reflito sobre quem tem corpo e que esqueço que tenho corpo eu mesma. E que esqueço o que não é difícil esquecer: o tanto de gente que põe o corpo para que gente como eu teça teses sobre a vida. Nós, que “nos refugiamos no abstrato”, como disse uma circunspecta Clarice, e que cagamos a portas cerradas, borrifadas de lavanda. Nós, o homo academicus de um Pedro francês. Nós, a Simone, que se mudou para um hotel, para ter menos corpo, e poder produzir mais. Mesmo quando eu sei da garra que tiveram de ter feministas como ela. Mesmo quando sei que ainda hoje, as mulheres continuam tendo mais corpo que os homens, quando muitas abandonam as carreiras ou se acomodam em posições de menor prestígio. Mulheres que carregam o rebento, cozinham, lavam, e não passam incólumes pelo corpo, não passam incólumes por essa abstração ocidentalizada de sujeito dissociado do corpo. Como se não fossemos gente de carne, e fluídos, e excrementos, como se os corpos não fossem matéria e, tal qual nos ensinou uma Judith, não importassem.

Poderia ser até um homem, como os muitos que também moram nas ruas, mas calhou de ser uma mulher, que levantou a saia, e que não agachou, só se inclinou, como fazem as pessoas em reverência, e cagou na praça, como os cachorros finos das pessoas finas que a frequentam.

Um Pedro alemão escreveu muito sobre o cinismo e sugere que já não nos comovem as verdades reveladas, que vivemos numa era onde invertemos a parábola da ideologia de um outro alemão, o Karl: de “eles não sabem o que fazem, mas fazem”, para “eles sabem o que fazem, mas fazem”. Diferente do cinismo de um Diógenes, que na luta contra a hipocrisia de sua época, desprezou Platão, e corporificou a teoria: optou por uma vida ascética, vivendo na praça, como os cães, e sendo associado com um. Entendia que era mais virtuoso viver o ato do que teorizar sobre como viver.

Como uma Diógenes de Sinope moderna, a mulher cagou na praça. Não sei se houve mais plateia, mas eu a assisti; eu, acompanhada de clarices, e simones, e pedros, e karls, e judites. Eu, somente mais uma de nós que pensamos que pensamos, que sagramos as palavras como engenho de luta por um mundo mais justo. Porém, de que forma conectar o pensamento com nosso próprio excremento e com o que o nosso modo de vida excrementa no mundo?

Essa mulher cagou para nós. Por certo, não performou sua cagada, a valente moradora das calçadas. Tinha ganas de cagar, não tinha onde, e simplesmente cagou. Mas um pensamento ricocheteia adentro e me aflige, desde então: fomos nós que cagamos para essa mulher.

A cagada decolonial (bárbara santos inspirada em danú)

Uma mulher cagou na praça. Cagou!

Cagou em nós!

Cagou por nós!

Levantou a saia longa, puída, carcomida,

pela vida corroída e… Cagou!

Cagou em nós!

Cagou por nós!

A bosta no canto do canteiro,

miséria do mundo inteiro.

O tempo parado no segundo,

a mulher e o resto do mundo.

Sabença (suelen calonga inspirada por bárbara e danú)

Contra a cagada colonial só/nem folha da goiabeira.

El último Montano
J. A. Menéndez-Conde
31.07.24

“El Último Montano” es una narración posmoderna sobre el amor, presentada en forma de apuntes diarísticos. La novela inicia en Guadalajara, donde Ignacio Montano se despide de su padre, quien ha legado la vieja casa familiar a la hija que espera con su esposa Helga. Ignacio, un escritor poco prolífico sin trabajo desde la pandemia, regresa a Berlín, donde vive con Helga, y se embarca en la creación de un videojuego titulado “Power Quest”. A medida que desarrolla los personajes del juego, el lector se da cuenta de que estos están estrechamente relacionados con su propia vida, desdibujando la frontera entre la ficción y la realidad. Los personajes ficticios dentro de la novela aportan nuevas dimensiones a la trama principal.

No hay nada más difícil que decir adiós a un hogar en el que se ha sufrido.

—Podría haberte llevado yo al aeropuerto —dice mi padre desde la puerta.

Pero no tiene coche. Lo vendió para pagar sus deudas. Mira por encima de mi hombro

al taxi aparcado en la calle y repite que podría haberme llevado al aeropuerto.

Antes de ponerme la mochila nos damos un abrazo. Soy el primero en soltar, en bajar

los brazos. Voy a agarrar el mango de la maleta, pero él se me adelanta. Quiere ayudarme. Por

eso regresé a Guadalajara. Por eso me voy.

El conductor está esperando en su asiento. El maletero del coche está abierto. Cuando

trato de levantar la maleta, mi padre lo impide.

—Es trabajo de este güey —dice apuntando al taxista.

Le digo que no hace falta, pero él ya está en la ventanilla golpeando el vidrio. Hace

bajar al taxista en balde, pues ya he subido la maleta.

Mi padre le indica que la mejor ruta es por el periférico, que a esta hora hay un

trafical por Lázaro Cárdenas.

—Voy a seguir lo que me diga el Waze —dice el taxista cerrando la puerta.

—Usted debería seguir lo que el cliente quiera —dice mi padre alzando la voz—, no

lo que le diga su celular.

Está acostumbrado a mandar y tener la última palabra, a darme vergüenza ajena. Me

giro hacia la casa, lo único que le queda a mi padre y que, desde hace unos días, por su

insistencia, está a mi nombre. Las tejas del techo están rotas, los marcos de las ventanas están

chuecos y la pintura blanca de la fachada resquebrajada como la cáscara de un huevo. La

madera de la puerta principal está podrida por la humedad. La casa necesita un montón de

trabajo. Mi padre tiene la ilusión de que cuando él muera vendré a hacerme cargo, repararla, e

igual quedarme. Jamás volveré a vivir aquí. Es un sitio lleno de fantasmas medio vivos, una

casa que siempre llevo conmigo, mi único hogar.

—Debería haberte llevado yo —insiste mi padre.

—En bicicleta, ¿no?

—En el coche del tío Rogelio, hombre —dice—. Me lo deja en cuanto se lo pido.

Rogelio no es mi tío. Es amigo de mi padre desde hace años. Se conocieron en el club

de los Rotarios. Y luego siguieron siendo amigos cuando a los años echaron a mis padres, por

pobres.

Antes de subir al taxi, le digo a mi padre que unas Navidades vi cómo Rogelio se

cogía a mi madre en el baño.

Es difícil escapar del hogar.

—Ay, no creo, Nacho —dice mi padre fingiendo una risa—. Se me hace que el tío

Rogelio es puto, fíjate. Ya se lo he oído así de lejos a varia gente. Cómo te gusta inventar,

mijo.

Me encanta inventar y ser terrible con mi padre. También tengo muy buena memoria.

El taxímetro está andando, debo irme, pero es tan pesado decir adiós.

—Pues yo te digo que unas Navidades estaba escondido en la bañera y vi cómo tu

amigo empotraba a mamá contra el lavabo. Tenía el pito enorme.

Mi padre deja caer los brazos. Me mira con la mirada vencida. Hoy no tiene ganas de

pelear.

—No quiero quedarme con la imagen del tío Rogelio y tu madre, que en paz

descanse. Quiero pensar en mi nieta, ¿ok? En que nazca bien, en llevarla a la playa a Sayulita,

en comprarle sus primeros flotadores. Quiero dejarle esta casa como herencia. Dame un

respiro, por favor, Nacho.

Subo al taxi y le doy un respiro. Diez horas después estoy en la Braunschweigerstraße

49, en Berlín, lejos de mi padre. Y aunque lleve dieciséis años viviendo al otro lado del

mundo, cargo a todas partes el hogar en la espalda, un peso muerto, como un caracol.

Frente al espejo empañado del baño, repito, como cada mañana, que tengo un montón

de suerte de seguir con vida. Hace treinta y ocho años debí haber muerto al nacer, y lo normal

sería que mi cuerpo estuviera ya podrido a tres metros bajo tierra o mis cenizas húmedas y

llenas de musgo dentro de una urna sobre la chimenea, junto a las cenizas de mi madre, en la

antigua casa de mi padre.

Soy Ignacio Montano Ruiz. Nacho. Nací por cesárea un 16 de Marzo de 1984, a las

4:15 de la mañana, durante el séptimo mes de embarazo, y aquel debería haber sido mi final.

Soy un bicho raro, el hombre/niño que lo recuerda todo. Recuerdo cada uno de los 93 días

que permanecí en la incubadora, las caras que se asomaban detrás del cristal para ver si

seguía con vida, las manos que me tocaban el pulso y me ajustaban las sondas en la muñeca

para alimentarme, las agujas que me pinchaban.

Recuerdo haber sido circuncidado el día 93 después de mi nacimiento, luego de que

los médicos me dieron de alta y las enfermeras me sacaron de la incubadora. Recuerdo

chupar del pecho de mi madre, que no saliera nada, y que ella me apartara, gritando de dolor,

porque yo succionaba como un animal hambriento de amor.

Años más tarde hablé con mi padre sobre la circuncisión. Le dije que recordaba bien

que había sido él quien me llevó a casa de un rabino. Recordaba la barba blanca del hombre.

El fajo de billetes que dejó mi padre en su escritorio. Recordaba el frío bisturí, que grité y

lloré, que era inocente y no podía defenderme.

Mi padre me dijo que no podía recordar el evento, que no era posible, que mi madre

me lo había dicho para que estuviera en su contra. Pero mi madre no me lo dijo, estaba

seguro. Tenía información que no podría haberme sido contada, no habría razón para dársela

a un niño, especialmente en aquellos tiempos.

Lo que absorbí de mi madre era el mantra que me repetía entre dientes cada mañana,

más como un lamento que como si fuéramos afortunados, en la mesa de la cocina donde mi

padre nos servía el desayuno. Ambos debíamos haber muerto en el parto. Pero ahí estábamos,

vivos y coleando, probando bocado junto a mi padre. Y como ella era incapaz de siquiera

cambiarse la bata desgastada que invariablemente usaba, incluso para dormir, yo debía hacer

un cambio en el mundo, aunque pequeño. Un cambio para mejor.

Muy temprano supe que jamás tendría la voluntad de cambiar nada del mundo para

bien, o para mal. Las palabras de mi madre, desde pequeño, despertaron en mí el sentimiento

de que el mundo no me necesitaba. Estaba de más. Y quise que el mundo resintiera mi

presencia lo menos posible. Era un polizonte que cruzaba el océano en barco, un intruso que

saldría de su escondite solo en las noches oscuras, sin luna, arrastrándose por una escotilla

hasta cubierta a respirar aire fresco. Un free rider.

EL TAXI DE DIOS

Se trata de un benevolente taxi Lyriopiano conducido por Dios para rescatar a

desafortunados en el camino, y es uno de los mitos más conocidos de las 12 regiones de

Power Quest.

Las historias del Taxi de Dios se remontan a casi 5000 años atrás. El primer documento

escrito se encuentra en la famosa autobiografía de la escritora tlöniana Muriel Spark, quien,

en sus aventuras por el mundo, reunió relatos orales de todas sus regiones. La historia que

aparece en su biografía es la versión más difundida sobre el mito. Y, como todas las

historias, tiene dos caras. Muriel Spark asegura que en el corazón de la historia se debate la

esencia misma de la fe en Dios.

En Lyriopia se han erigido catedrales en nombre de Tomás, el santo que fue rescatado por el

Taxi de Dios, y que hoy es adorado por la mitad de la población. La otra mitad rechaza la

veracidad del mito y asegura que se trata de un fraude propagado por la Iglesia del Coche.

Ellos explican la aparición del Taxi de Dios con otro final de la historia.

En una noche oscura y fría, azotada por una tormenta, Tomás estaba al borde de la carretera

haciendo autostop. No pasaba ningún coche y el viento calaba. La tormenta era tan fuerte

que apenas podía ver unos metros adelante, pero a través de las gotas gordas que golpeaban

el asfalto, Tomás vio un auto acercándose lentamente.

Desesperado por refugio, Tomás se subió al asiento trasero y cerró la puerta. Fue entonces

cuando se dio cuenta de que no había nadie detrás del volante, ¡y ni siquiera estaba

encendido el motor! El coche rodaba hacia adelante misteriosamente, como flotando. Se

acercaba una curva peligrosa. Tomás sintió pavor, temió por su vida. Pero justo antes de

llegar a la curva, una mano de mujer, la mano de Dios, apareció por la ventana del auto y

giró el volante. Tomás, entre paralizado de terror y maravillado por el milagro, observó

cómo la mano aparecía cada vez que llegaban a una curva.

Al rato aparecieron las luces de un bar, y Tomás saltó del auto y corrió hacia la puerta.

Mojado y sin aliento, pidió dos tragos de whisky. Luego comenzó a contarle a todos sobre la

gran experiencia que acababa de vivir. Temblaba, lloraba de emoción, y un silencio envolvió

a todos cuando se dieron cuenta de que no estaba borracho. Había sido salvado por Dios.

Aquí es donde se divide la historia, dice Muriel Spark en su biografía, y entra la versión de

los Lyriopianos que creen que el mito no es más que un chiste.

Unos 10 minutos después de que Tomás contara el milagro, entraron al mismo bar dos

chicas. También estaban mojadas y sin aliento. Miraron alrededor y vieron a Tomás sobre la

barra, llorando de emoción, y una le dijo a la otra: «Oye Laura... ese es el idiota que se

subió al coche mientras lo empujábamos y ni gracias dijo».

Los animales
Bruno Renato
31.07.24

Llano el pueblo y vasto el vago de unas bullas que se dicen hermanasy lo gritan y lo bofan y lo incrustan con las uñas en los adobes tatuados de ilegibles y en eso olvidan los nombres, los oxígenos que una vez creyeron sus rutas
los lugares donde al fin caer y dejarse borrar de las caras,
los planetas sin luz sobre las pieles destas calles con sus vatos

                                                           pastando en las esquinas

con su vatos escuchando a unos nadie
los nombres que hoy solo sonarían

como estos animales que migran dentre las costras
del cielo abajo:

 abajo:

*

Aún se hallan [palabras]
aún se hallan nombres como roídos por un viento
[Te doro Schm dt, C bez , iebla]
acaso perros persiguiendo el silbido
alambres pulsando corrientes sobre aquestos muros
entre los que uno se imaginaría calles
[y gentes en sus ventanas]
y con el tiempo

                                               los sedimentos

y con el tiempo, músculos y pantallas fósiles

                                   esas cosas;

la Rusia Esteparia
o el Páramo Austral;
la Niebla carcomiendo los maderos
y sus animales acurrucándose
para guarecerse el calor
                       ese guisante
sus latidos
un coágulo
            esas
el muñón de papel que lo protege
esas

conservar el calor

*

Conservar el calor

porque si afuera escupe

afuera croa

si afuera un vaho de perros

una casa que se cimbra

y adentro unos brazos que la pujan

porque un silbido de cables

de cosas que ingieren lamen inhalan

cosas sobre la mesa

unos morses de luz día que atraviesan la persiana

y alumbran la carcasa del socavón adentro

para estas tan mudas y que tuvieron el mal sueño

de traernos hasta aquí

el mal sueño de hacernos camada

y ver si así les brotaba algún sonido

alguna boca que beber

porque este miedo al viento

cuando el dial se apaga;

 

al viento

*

El oxígeno escapa

el oxigeno mengua

los animales ya lo saben

ya lo comprende su saliva agria

esa semilla enferma que ahí fermenta

como resistiendo

al vientre hinchado

al sopor en las encías de sus crías

como resistiendo

al hálito del pueblo que ahí se encostra

a la arena bajo sus patas

 

*

El oxigeno escapa

el oxigeno mengua

el oxígeno se transmite boca a boca

se sustrae de los cables:

el oxígeno

los viejos que lo padecen

 

y ventana adentro unas Agrias

unas Salivas de María, todas secas

            un cristal de moko entre las uñas

su raíz de coágulo titilando al centro

 

Hasta aquí vamos bien

 

una paloma bicolor surgiendo de la brecha

un polvo de moscas aflorando la pared, sus ladrillos grises al sol

                                                                   el rocío de esa cañería;

Vamos bien:

                                                                     despacio las cosas

                                                                                              los víveres, las viandas

                                                           tienden y suceden a drenarse; las migas rotas

                                                  jugando con mis dedos

y en la boca el crujido de una Atmósfera

como sí aún conmigo quienes padecen desos nombres

Cynthia, Salvador o Renato

como si aún conmigo

 

Vamos bien:

y es que ya nada

recrudece

las colillas en el plato

los manchones en el cesto

el coágulo

casi un garbanzo

                                                                                              el puño que lo arruga

el papel que lo contiene

esas células

La luna es un mundo silencioso

y la ventana es un forado para la ciudad adentro;

a veces la sueñas y por eso ya sabes cómo termina

cómo se apaga                                                                                                                      Sucede así:

te pierdes como persiguiendo un nadie y la vagas hasta dejarte atrás

tu planta se hunde en las challas, la arena, la tiza;

se hinca y roza algo así como una zapatilla, el oxígeno donde antes otro pie

que no es más que la aleta de tu avión de plumavit

ese para encumbrar y correr por la orilla

vadeando el mar

que ya no distingues

que ya no escuchas ni te conoce

sino tanteando

los cielos dobles de tus calles

los de la ciudad que en ti se desfonda:

y así el día

un rumor de tele al fondo

la luna es un mundo silencioso

su invierno nuclear

el oxígeno

los animales que lo transitan

 

Hasta aquí vamos bien:

el pelo sí retiene las pelusas de la esquina : los pasos sí suceden al sonido de los pasos

                                               al de la niebla de una lata de chela

                                                              al del sorbo que la vacía

Vamos bien;

el vientre se estrecha, resbala

                                               y en su charca nos retozamos los días

y en su charca las horas de luz

para este regreso:

 

sola yo

y el pueblo de mi voz

*

En los dichos de los viejos, en el bulo líquido de sus bocas
la ciudad, las uñas [y estos bichos secos] que la velan
solo son el alimento, la moha negra
que aguarda a nuestros pies

 En sus dichos
es la otra orilla y es el cielo de un dibujo
son los semáforos, los rebaños que desplazan
acaso miles de cabezas plagadas del musgo
de los hambrientos del Sur

Y así todo comienza
niña que apedrea a niña
cielo que arrasa a cielo

El Futuro
María Cecilia Barbetta
31.07.24

Traducción del alemán por María Porciel Crosa

Por esas vueltas de la vida, estaba en Argentina visitando a mi familia cuando despertaron mi interés unos afiches que convocaban a un encuentro muy prometedor. Justo una semana después de mi llegada, se iba a celebrar en la Universidad de Buenos Aires finalmente un simposio ―pospuesto varias veces y concebido cinco años antes como un proyecto de envergadura― acerca de la causa de lo fantástico. A lo mejor, el uso poco frecuente de la palabra causa en ese contexto tendría que haberme llamado la atención desde un principio, pero me dejé llevar por el azar y, con Berlín a mis espaldas, me permití aceptar la dicha de encontrarme en el lugar correcto en el momento justo. 

*

En el transcurso del congreso, fui anotando conclusiones originalísimas, teorías sobre la naturaleza de lo fantástico que jamás había oído. Luego del cierre, decidí despejarme al aire libre. Era sábado; y el Tigre, un secreto a voces al estar cerca de la ciudad y ser uno de los lugares favoritos de esparcimiento y recreación porteños. El delta del río Paraná suele atraer a los amantes de la naturaleza, especialmente los fines de semana. Eso sí: si existía alguien que se le resistía férreamente, allá por los años setenta, era mi hermana menor. Antes de cada excursión familiar al Tigre, yo le solía relatar historias sobre tigres famélicos y yaguaretés de colmillos como sables que, justo ahí adonde iríamos, acechaban a todo aquello que despidiera un aroma azucarado; me explayaba contándole acerca de yacarés con piel escamosa que libraban combates encarnizados con cefalópodos de ocho brazos, le describía escurridizos monstruos marinos y todo tipo de criaturas de las profundidades que eran, cuando menos, igual de feroces que mi fantasía, por lo que mi hermana, la mantequita, ni bien los hippies de mis viejos sentían el llamado de la selva, se abstenía de participar en la aventura manifestando su deseo de quedarse con los abuelos. Con la culpa infantil a cuestas, me acordaba justamente de eso, porque me tentaba la idea de llegarme hasta una de las islas, en las que no solo había restaurantes paquetes, sino también clubes náuticos con alquiler de botes.  

―¿Qué tal todo? ―oí de repente a mis espaldas.  

Giré la cabeza sobre mi hombro. Ahí estaban, paraditos uno al lado del otro en semicírculo, como si estuvieran protegiéndome de algo o cerrándome el paso: la organizadora del congreso y sus dos ponentes.  

―¡No puede ser! ―exclamé. 

―A que sí ―me contestó la organizadora―. There are more things, como bien sabrás ―sonrió con complicidad. 

Su respuesta no era únicamente una alusión a que existían cuestiones que escapaban a nuestro saber universitario. Al mismo tiempo, y como me había enterado en el simposio, la frase en inglés era el título de un cuento bastante atípico de Jorge Luis Borges: una horror story que el escritor argentino no le había dedicado a Shakespeare, sino a H. P. Lovecraft.  

―Fantástico el congreso, ¿eh? ―comenté al divino botón y al instante me sentí un tarado―. ¿Adónde van? ―me apuré a preguntar tratando de disimular mi perspicaz acotación.  

―A casa: volvemos al Futuro. 

―¿Vuelven al futuro? ¿Construyeron una réplica de la máquina del tiempo? 

―Tuneamos esa de ahí ―dijo la organizadora del congreso señalando la orilla―. ¿Qué me contás, chamigo, te animás a embarcarte con nosotros? Pero te aviso: chalecos salvavidas, no tenemos. 

*

Dora era el cerebro. Quien dirigía el asunto. Había sido ella prácticamente la única responsable del congreso, y ahora manejaba la lancha oxidada como si jamás hubiera aspirado a otra cosa en su vida.  

―El Futuro nos pertenece a todos ―me informó con la mirada fija en el rumbo de la embarcación. 

Le dije que sí con la cabeza. Tarde o temprano, gran parte de lo que verbalizaba cobraba, como mínimo, un significado adicional.  

―Ya casi llegamos ―anunció Dora después de que la lancha hubiera pasado en serpentina, y como arrastrada por una corriente rápida, al lado de todo aquello que en la zona me resultaba más o menos conocido: playas de arena, lanchas almacén, canoas y botes a remo… Incluso un cisne inflable pinchado y la cabeza huérfana de una muñeca vagaban a la deriva… 

Cuanto diera testimonio del día a día en los canales, y pudiera subsistir en la superficie, terminaba amontonándose a orillas del Tigre, atrapado entre la vegetación frondosa ―esa red de trama fina formada por juncos, algas y colas de zorro―, meciéndose como un conjunto de ofrendas anónimas en un altar vudú que a la vez hacía de boya. 

Cuando consulté mi reloj, advertí con asombro que el ameno recorrido había durado por lo menos dos horas.  

―Nunca me había adentrado tanto en el Delta ―confesé con sinceridad.  

―Porque no vivís en la isla. Las lanchas colectivo pasean a los turistas solo por el primer tramo. Pero el verdadero Delta, donde vivimos nosotros, comienza del otro lado. 

Dora había dado un salto a tierra para amarrar la lancha al muelle de la casa. Yo no daba crédito a lo que veía. Cómo podía ser tan afortunado. Me quedé hipnotizado observando el movimiento del agua y jamás habría estado en condiciones de adivinar su profundidad, ya que hacía una eternidad que el río había adquirido el color del barro y el limo. 

―Y, ¿venís o no? ―me llamó Dora.  

Al levantar la vista, advertí en un poste el siguiente cartel: 

   

Parecía que la cabaña se nos iba a venir abajo a la primera de cambio. Dora me aseguró que las apariencias engañaban. En el interior estaba oscuro. Olía a moho.  

―La humedad te cala los huesos, vas a ver ―presagió Dora. Daba la impresión de estar contando los minutos a la espera de que sucediera. 

Como todas las otras construcciones típicas de la zona, que ―erigidas cerca de la orilla― tenían que resistir año tras año las inundaciones, la modesta y decrépita vivienda había sido edificada sobre pilotes de madera. A la terna se la habían ofrecido a un precio irrisorio, junto con la lancha de la época del jopo. Hacía cinco años que habían matado dos pájaros de un tiro comprando ambas gracias a los fondos de investigación, los mismos que además habían hecho posible la reciente celebración del congreso. 

―Epa, epa, epa, estás pensando mal ―me sermoneó Dora, aunque yo no había abierto la boca―. ¡De malversación de fondos, nada, eh! La causa de lo fantástico es un proyecto de alta magnitud. Vos, chito, ¿ok? La cúpula no nos permite hablar del tema, pero una cosa sí puedo revelarte: lo groso no pasa en la ciudad, se desarrolla acá, donde estamos nosotros, en el Futuro.  

Yo no había puesto ningún tipo de reparos; me sentí atacado sin razón.  

―¿En esta choza? ―retruqué. 

―Esta choza, como la llamás vos, es nuestro laboratorio de última generación. Tené paciencia. Todavía no fuiste al campo. 

―¿Qué campo? 

―El de atrás de la casa. 

―¿Atrás de la casa? 

―Más allá armamos un área aparte para experimentar con libertad. Del otro lado. Impensable para una mente tan enmohecida como la tuya. 

―Claro, entiendo. 

―¡Qué vas a entender vos! ―reprochó Dora y con un ademán me mandó a freír churros. 

*

El Mandrágora, me explicó Dora, había sido elegido para encargarse del cultivo, dado que con esos menesteres se daba mucha maña. El Mandrágora lucía una cabellera enmarañada de la que estaba sumamente orgulloso. El Mandrágora era el apodo de José María, quien había llevado adelante el segundo día del congreso con una elocuencia considerable. Ni bien Dora lo miró, se puso colorado como un tomate. 

―Mostrale nomás nuestro cantero de experimentos ―le ordenó―, dale, no seas tímido. 

Rodeamos la casa. 

―Es acá ―afirmó el Mandrágora. 

Me quedé callado. Lo único que vi fue una parcela de tierra húmeda recién abonada. 

―Esta noche veremos lo que nos depara el Futuro… 

No quería desairar a Dora, después de todo había sido ella la que me había invitado a su casa, así que fingí interés: 

―¿Y qué sembraste? 

―Nada del otro mundo ―respondió el Mandrágora, pero noté que casi no cabía en sí de tanto engreimiento―. Un poco de hierba de gato… ―dijo el canchero y señaló con la mano la nada―, zarza de perro, pata de liebre, ajo de oso y pie de oso... ―daba vueltas como un molino al viento apuntando en todas las direcciones― pata de gallo, hierba de la lombriz, boca de dragón (una blanca, una roja, otra amarilla), cebada de ratones, lengua de oveja, diente de león, flor de sapo y de pájaro, alguna orquídea del pato volador y especialmente flor de tigre...  

―Obvio, cada cosa a su tiempo ―coincidió Antonia, que hasta ese momento se había retraído por completo, como si también ella fuera invisible. 

*

Había sido Antonia la que había refaccionado el Futuro, me explicó Dora cuando entramos a la cabaña a buscar comida porque ya nos rugían las tripas. Antonia provenía de una familia de matemáticos, ingenieros políglotas y arreglatuttis. Antonia se había encargado tanto de la instalación eléctrica como de la sanitaria. Antonia, además, era el típico ratón de biblioteca.  

―Dale, preguntale lo que se te ocurra ―me mandoneó Dora, sin darme oportunidad de abrir la boca.  

Dora había sembrado en Antonia la semilla de la pasión por Lovecraft y, al verla florecer, le había confiado la causa. Me habría gustado preguntarle a qué causa se refería, pero no quise dar la impresión de que no entendía un pomo. 

Una vez instruida en la cuestión misteriosa, Antonia había insistido en que la llamaran Tulu.  

―Por Cthulhu, la cazás, ¿no? ―recalcó la iniciada, mientras que yo me permití esquivar su mirada. 

Tulu había descubierto su verdadera misión, me confesó Dora. Tulu, una idealista empedernida, había jurado hacer del país de sus antepasados un lugar mejor. Luego de la muerte de las utopías, Tulu estaba decidida a agregarle una rayita vertical a ese menos gigantesco, herencia del pasado, para que a fin de cuentas se convirtiera en un presente digno de ser vivido. Ya se había dado el puntapié inicial. La causa estaba en marcha. La inspiración, por supuesto, le había venido a Dora. La idea revolucionaria la había tenido ella, pero la sangre fría de Tulu y sus talentos especiales habían sido imprescindibles a la hora de localizar el Necronomicón y apoderarse de él sin dejar rastro. En oposición total a sus doctrinas, la terna iba a dedicarse en el Futuro a la investigación de campo. De eso trataba el plan maestro.  

―Un robo con un fin superior. O sea, imposible hablar de robo en este caso ―aclaró Dora por si las moscas. 

*

 

―A la gente le encanta que le hagan el verso ―afirmó el Mandrágora. 

Lo sorprendí intentando peinarse el pelo pasándose los dedos de forma desenfadada, pero claro, con semejante maraña se quedó a medio camino. Tenía la sensación de que el Mandrágora era el único que no se alegraba de mi presencia en el Futuro. Pero era lógico: yo era su adversario, un rival fuerte. Hasta que me le crucé en el camino, las había tenido a Dora y a Tulu para él solito. 

―Los seres humanos sucumben a lo imaginario ―lo oí perorar―, por eso nos zambullimos y nos adentramos en la literatura. ―El Mandrágora hizo una pausa magistral antes de continuar―. Lovecraft es un exquisito fabricante de mentiras convincentes. Cuando en sus intercambios epistolares le insistían sobre la naturaleza del Necronomicón, él siempre daba la misma respuesta: el libro blasfemo en que se basa el culto de Cthulhu no era más que fruto de su propia invención. A ver, en relación con esto, ¿qué conclusión sacamos? ―interpeló el Mandrágora y me desafió con la mirada.  

Con su retórica de cátedra estaba a punto de sacarme de quicio.  

―Los adeptos a Lovecraft le profesan una fe ciega. No así Dora ―exclamó el Mandrágora, víctima de una admiración exagerada. 

Ellos tres al Necronomicón, aseguró el sabihondo, lo habían tenido todo el tiempo delante de las narices.  

―Al alcance de la mano ―confirmó Tulu y acarició una antología en cuya tapa se desentumecía una bestia monstruosa, un pulpo coloso con rasgos humanoides. Era una colección de los mitos de Cthulhu que, pese a ser bastante nueva, se estaba deshaciendo en pedazos. 

―Attenti ―murmuró―, acá dice ―y citó―: «En cuanto a los textos latinos que aún subsisten, se puede encontrar uno del siglo XV celosamente guardado en el Museo Británico y otro del siglo XVII en la Biblioteca Nacional de París. Otra edición del siglo XVII se consigue en la biblioteca Widener de Harvard y otra en la biblioteca de la Universidad de Miskatonic, en Arkham; mientras que hay una más en…» ―vaya a saber dónde cuernos, porque Tulu hizo una pausa teatral. ¡Cómo se notaba que estaba cortada con la misma tijera que el Mandrágora!  

―¡Pero seguí, por Dios, te lo ruego! ―Me sentí un mendigo. 

―Hay una edición más en ―Tulu retomó la lectura como si nada― «la biblioteca de la Universidad de Buenos Aires». Donde celebramos nuestro congreso ―aclaró, y soltó un suspiro. 

―Pero ahí ya no está más, ¿no?  

―Muy bien diez, pibe ―se burló Dora―. Obvio que no. La traducción del célebre Necronomicón a la que alude este mamotreto nos la trajimos nosotros desde la otra orilla. La cruzamos con la lancha que conocés. El incunable macabro, la reliquia infame que supuestamente proviene del mundo de la imaginación, no se halla más en tierra firme, sino en el Futuro con nosotros. 

*

―Dora es oro en polvo ―aseveró el Mandrágora y me encajó un codazo en las costillas―. Tulu también, ¿eh? La envidia que podríamos tenerle, hermano. Imaginate vos, con un cachito de alambre Tulu puede forzar la cerradura de cualquier puerta de biblioteca y, como si eso fuera poco, es capaz de descifrar códigos secretos en un santiamén, profanar el locker que quieras y abrirte unos duraznos en almíbar sin abrelatas. La palabra hermetismo no existe para ella. 

Dado que volvió a reinar el silencio, planteé la pregunta que tanto me inquietaba:  

―Y el Necronomicón, el libro prohibido… ¿ustedes lo leyeron? ¿Las invocaciones a los muertos y a los demonios que acechan en las profundidades? 

―¿Y vos qué te pensás que hacemos acá en La isla de la fantasía, papá? No me digas ―se mofó el Mandrágora― que te tragaste eso de que los lectores pueden volverse locos o estirar la pata si consultan el manual esotérico, simplemente porque lo prohíbe y presagia el mismo compendio... 

―Y si así fuera: hecha la ley, hecha la trampa, príncipe valiente. Preguntale a Tulu: ¡no existen libros con siete sellos! ―Dora había vuelto a intervenir. 

Estaba muerto por ella, desde el vamos para ser sincero, por eso durante el congreso me había esforzado al máximo. Había intentado sobresalir con acotaciones brillantes, pero luego de mi performance en el Tigre estaba finiquitado. 

―¿Y ahora qué hacemos? ―preguntó Tulu, de golpe aburridísima.  

―Anhelamos la caída de la noche, darling. Vení, mi amor, bisou ―dijo Dora y besó a Tulu dulcemente en la boca―. Esperamos a que oscurezca para, a continuación, oír crecer la hierba, ¿dale? 

*

La tranquilidad en el Tigre era espeluznante a esa hora. Abandonamos la casa para dirigirnos al jardín, la luna alumbrándonos el camino. Como si fuéramos a celebrar algo, Dora se había arreglado de una manera hermosamente sencilla. Se había quitado las sandalias, llevaba el pelo suelto, largo y lacio, y tenía puesta una túnica blanca bastante traslúcida. Estaba despampanante. Ni bien se sentó en la tierra húmeda, en aquella parcela que el Mandrágora había sembrado, y nos hizo una seña para que la imitáramos, me pareció estar ante una experta sacerdotisa, la deidad artífice de un rito pagano. Armamos un círculo, nos cruzamos de piernas y nos tomamos de las manos. A mi izquierda estaba Dora, a mi derecha el Mandrágora, Tulu enfrente. Guardamos un silencio reverente. El grupo se había propuesto dejar atrás las desavenencias del día. No queríamos seguir discutiendo. A partir de ese momento solo importaba el Futuro. Importaban el campo y nuestra investigación. El campo debía manifestarse. No bastaba con que el campo se concretizara, también debía tornarse más sensual, eso era lo que se intentaba con cada nueva convocatoria. Mi deber era colaborar. Mi deber era contribuir con la causa. La diosa Fortuna había atravesado nuestro camino para intervenir a nuestro favor. Nos reuníamos para que el campo cobrara forma.  

Love... craft... ¡nos hermanan la fuerza y el arte del amor! ―exclamó Dora, melodramática, y me impresionó lo conmovido que estaba. 

Comencé a transpirar. Despedía un olor dulzón, me moría de vergüenza. Hice lo posible para recuperar el aliento. A mi lado, la capa de Dora emanaba un fulgor de plata; sus pliegues eran un laberinto resplandeciente de canales acuáticos, senderos enrevesados y brazos fluviales. El corazón se me escapaba del pecho. La sangre me corría a raudales por las venas. Me temblaba hasta el alma. Apenas podía controlar las manos.  

―No te sueltes ―me ordenó Dora, tajante―. ¡Estamos a punto de fluir! 

Y así fue. Cuando lo dijo, oí crecer la hierba. No exagero. Oí brotar de la nada un tallo tras otro bajo nuestros pies hasta que, en un suspiro, quedamos inmersos en un paisaje de un verdor exuberante. Qué difícil describir lo que estaba sucediendo en el campo sin hacer correr caudalosos ríos de tinta. Mientras esta idea germinaba en mi mente, en el campo surgían leones a partir de dientes, miles de hierbas se transmutaban en gatos, de entre los yuyos afloraban tigres, por sobre nuestras cabezas flotaba suspendida una bandada de patos voladores que antes habían sido orquídeas. Noté un sabor a sal en los labios. Estaba convertido en un mar de lágrimas. Superado por una gratitud infinita, miré al Mandrágora. Ahora que reinaba la paz entre nosotros, se había desatado la cola de caballo, la melena voluptuosa reposaba dócil sobre sus hombros. El campo modificaba todo lo que de una forma u otra entraba en resonancia con él. Los contornos de la realidad se habían vuelto tan porosos que se desdibujaron los límites entre las cosas, y yo también me liberé de las cadenas del espíritu, y por ende de la materia; me desprendí de todo lo que me oprimía; se estaba gestando una metamorfosis profunda y radical, yo estaba por dejar de ser yo; galvanizado por lo vivido, miré electrizado hacia mi izquierda, hacia Dora, clavé los ojos en esa mujer fascinante, y me transformé en ella, en la líder intelectual de la causa; era yo, y nadie más que yo, la pionera que había reclutado a Antonia y José María, el alma máter que se había encargado de colgar los afiches que convocaban al congreso. Era yo el motor, la mente lúcida, la guía espiritual del proyecto.  

―Todo fluye ―me oí vociferar. 

Dentro del campo, como efecto de una reacción en cadena, se había generado un halo; a raíz de esto yo me había convertido en Dora, Dora en Tulu, y Tulu en el Mandrágora. De ahí que no se pudiera determinar con certeza quién había tenido la culpa. No, no había posibilidad alguna de saber quién había apartado la mano, si el Mandrágora o yo. El círculo se había disuelto de repente, el campo había cesado su actividad de manera imprevista.  

―¿Qué pasó? ―preguntó Tulu indignada. 

Jamás se había abandonado el campo sin previo aviso, nunca antes sin el consentimiento de los demás. 

―Y la visita, ¿dónde se metió? ―pregunté despavorida. 

―¿Qué visita? ―repreguntó el Mandrágora. 

Me corrió un frío por la espalda.  

―El argentino que vino a participar desde Alemania. La ladilla esa que hoy no nos dejó en paz un minuto. 

―Dora, mi vida ―dijo Tulu, adoptando un tono condescendiente, ¿qué decís? ―Me sonrió con ternura―. Si ya sabés que no traemos a nadie al Futuro... Va en contra de nuestros principios. Dado que nuestra investigación es exquisitamente sensible y está en una fase temprana, no nos abrimos a gente de afuera. Fuiste vos la que inventó la regla de oro, Dorita mía. ¿Ya te olvidaste?

―¿Me estás tomando el pelo? Me acuerdo perfectamente del tipo. Era un cero a la izquierda, un infiltrado buchón, lo que vos quieras... ¡pero que estuvo acá, no me lo podés negar!

―No nos hagas el verso: con cuentos a nosotros no, tesoro, que no nacimos ayer. Parece que después de la macana de recién sos incapaz de sumar dos más dos. Pero somos tres, Dora, y eso no va a cambiar, por lo menos no hasta nuevo aviso ―dijo el Mandrágora, y extendió los brazos como si fueran tentáculos.

En un abrir y cerrar de ojos, estrechó contra su cuerpo a Tulu quien, velozmente recuperada, se mostraba encantada de la vida, y le metió primero a ella, y después a mí, la lengua en la boca.

"Todos en algún momento podemos estar participando del proceso de extraccionismo cultural"
31.07.24

Conversación con la escritora mexicana Cristina Rivera Garza sobre su relación con Berlín, la escena latinoamericana y el latinofuturismo

La entrevista fue realizada por Timo Berger y Douglas Pompeu

Cristina, antes de venir a Berlín, ¿cómo era tu imagen de Berlín desde afuera?

 Yo he estado en Berlín muchas veces antes. Entonces, mi antes de Berlín es un poco la imagen que me he ido creando después de haber visitado Berlín muchas veces. Pero el verdadero antes de Berlín era mi imagen romántica producto de la película “Wings of Desire” de Wim Wenders y después de su otra película que se llamó “So Far, So Close”. Creo que eso, y el interés de mi padre por todas las cosas alemanas, un poco también ha sido como un romance familiar. 

¿Por qué se interesó tu papá por Alemania?

 Él es un investigador de ciencias agrícolas. Y de papa. O sea, mi papá investigaba papas. Entonces, siempre hubo una conexión por parte de su interés científico y por parte de mí, la literatura alemana, el cine alemán.

 En las películas de Wenders que mencionas se muestra una imagen de Berlín todavía dividida, con muchos espacios vacíos de sentido también, como baldíos. Ahora has podido vivir casi un año y medio acá en la ciudad y te has hecho vecina también. Vas a la panadería de tu barrio y te hablan en turco. ¿Ha cambiado tu imagen de Berlín durante esa época?

 Una cosa que tengo que decir antes de contestar esa pregunta tiene que ver con esta imagen de Berlín en “Wings of Desire”, que ahora la volví a ver ya estando aquí. Y me di cuenta de lo mucho que relacioné esa imagen de Berlín con la que tenía de la Ciudad de México que yo estaba viviendo entonces. Esta imagen del lote baldío, hay muchos lotes baldíos, hay muchos espacios silvestres. Y creo que la Ciudad de México que yo vivía entonces era muy así. Y de eso no me di cuenta hasta que la vi ahora. O sea, hay una relación muy orgánica entre la Ciudad de México y Berlín.

Y bueno, vivir acá es como siempre que vives en un sitio. Hay menos interés en los grandes puntos culturales porque uno ya ha ido, y se trata de vivir el día a día. Y tal vez lo que más me impresiona es que es muy sencillo vivir en Berlín. Es una ciudad en la que me puedo mover con mucha facilidad. Yo vengo de Estados Unidos, que es un lugar donde no hay transporte público, la gente no camina, y los niños no tienen lugar en el espacio público, y en México por cuestiones de seguridad tampoco. Entonces ver tantos niños en la calle y niños que viajan solos en el metro son cosas de la vida cotidiana que a mí me siguen pareciendo verdaderamente sorprendentes.

 ¿Te parece que hay un cierto acercamiento hacia Berlín desde América Latina?

 Ah, sí. Me ha sorprendido muchísimo la presencia de una comunidad latinoamericana tan fuerte. No es algo imaginario, es muy palpable. Especialmente hay muchos poetas de Latinoamérica. Una de las primeras cosas que hice fue a participar de una lectura en ciclo “ex/salón” en el Salón Berlinés y he conservado contactos de esa vez con poetas del mundo latinoamericano. Estoy tratando de pensar en mis años de la universidad, los ciclos del cine de Fassbinder, por ejemplo, todo Herzog y muchas lecturas de literatura. Creo que había esa conexión muy literaria, muy por parte también del cine y del arte. Y también la reflexión sobre la violencia y la guerra que yo creo que también van pegadas.

 Si pensamos en la otra dirección de esos encuentros entre Berlín y América Latina, hubo bastantes viajeros alemanes –Humboldt es quizás el más conocido– que se llevaron artefactos, historias, conocimientos, grabaciones. Y esas cosas están ahora presentes en Berlín. ¿Cómo ves el rol de Berlín en relación con América Latina y esa herencia cultural que se está coleccionando acá?

 Ha habido toda una discusión sobre el rol de los museos, pero también de otras instituciones culturales e incluso dentro de la misma producción poética y literaria. Yo creo que es un tema al que le tenemos que poner un montón de atención. Creo que es parte de un proceso más amplio económico, de una base económica que sigue pasando. Y desde el punto de vista de los que nos dedicamos, por ejemplo, a escribir, a mí me parece que es una pregunta que hay que hacerse. Porque todos en algún momento podemos estar participando de estos procesos de extraccionismo cultural. A mí la que me parece menos feliz y productiva es cuando la respuesta es identitaria. Es decir, aquella que dice que tienes que tener ciertas características para poder tacar X temas. Tienes que ser mujer para hablar de mujeres. Y esto se puede llevar a un punto bastante ridículo, ¿no? Nunca vamos a poder hablar de Roma del siglo XII porque nunca hemos sido romanos y nunca hemos vivido el siglo XII. Estoy hablando de una caricaturización, pero es un extremo.

 ¿Qué propones a cambio?

 La cuestión es de pensarlo no tanto en términos identitarios, sino en términos de experiencia, en términos de lanzar preguntas sobre esta base estructural, sobre el proceso de acumulación y de devastación concretas. Y para mí, como escritora, creo que esa es la pregunta que nos tenemos que hacer porque siempre estamos trabajando con experiencias de otros cuando escribimos. Y ese paso que va de la experiencia de los otros a mi libro o mi texto. Entonces, todo el cuidado que hay que poner para evitar este tipo de apropiación. Yo lo he tratado en algunos libros y he hablado mucho de otro concepto que se llama desapropiación. Que consiste esencialmente de hacer visible en mi texto las huellas de las experiencias de otros. En los talleres a veces se dice que no hay que mostrar las costuras del texto. La desapropiación es un llamado por mostrar las costuras del texto. Por mostrar de una manera no policíaca, sino de una forma que sea relevante a nivel estético esas experiencias y huellas de otros en mis propios escritos.

 Esas huellas que mencionas, ¿con qué estrategias o con qué métodos se hacen visibles?

 Son procesos siempre de reescritura y son siempre procesos de investigación. Me interesa menos el ángulo, digamos, en términos de la anécdota, en términos del plot y más en el asunto de incorporar materialmente. Esas experiencias como tales. Hago mucha investigación de archivo, hago mucha investigación de campo, entrevistas. En Autobiografía del algodón, por ejemplo, que anduve buscando o investigando la experiencia migrante de mis abuelos en la frontera entre México y Estados Unidos, puse ahí tantos materiales de archivo como pude. Hay telegramas que transcribí directamente del archivo. Y cuando el archivo no alcanza –y el archivo nunca va a alcanzar, el archivo por definición es incompleto– entonces ahí la ficción me ayudó a ir creando puentes.

 ¿Y cómo es escribir en Berlín? ¿Crees que la ciudad cambiará tu forma de escribir?

 Cuando me vaya de Berlín, que va a ser en agosto, voy a haber estado aquí año y medio. Medio año lo viví en las afueras, cerca del lago, cerca de la infame casa de la decisión final, de la Wannsee Conference House, y un año aquí en Schöneberg. Yo me estaba haciendo esa pregunta porque he estado escribiendo un montón en Berlín. Y, por una parte, a lo mejor es una cuestión pragmática de estar fuera de mi rutina de dar clases y de líos burocráticos de la universidad que libera mi cabeza para centrarla en escribir. He estado en lugares físicamente en Berlín que me interesan mucho, que me permiten también esto que les decía circular. No he hecho investigación en el archivo. He estado ahí y he visto cosas, pero mi escritura ahora no está centrada en esas investigaciones. Creo que me he llevado cosas para futuros proyectos. Pero, por alguna razón, creo que acabo de terminar un libro que inicié estando en mi otra estancia, en Wannsee, que no tenía planeado escribir. Y es un libro de relatos de viaje, pero viajes hechos por tierra. A lo mejor tiene que ver ese contacto constante con la ciudad, con el suelo, con el territorio, que me ha hecho voltear hacia esas cosas.

 ¿Puedes darnos un ejemplo de un viaje de que estás escribiendo ahí, en el libro?

 Son viajes de la adolescencia. De cuando en México podías pedir aventón, por ejemplo. Como mujer podías viajar sola y pedir aventón sin pensar que te iban a descuartizar en un segundo… Volviendo a tu anterior pregunta: en realidad, Berlín es una ciudad con una historia muy difícil. En mi edificio cada vez que entro están los nombres de los residentes de ese edificio que se llevaron a Auschwitz, por ejemplo. Caminas todo el tiempo y ves los ladrillos estos con los nombres. Es una ciudad poblada en donde esta muerte está muy presente. Y yo creo que eso es algo que ha sido muy importante en mis escritos también. Tratar de que esas muertes no se olviden, sobre todo muertes violentas que las narrativas oficiales tratarían de borrar. Creo que hacer visibles esos espacios vacíos donde nos falta alguien ha sido un proyecto fundamental de todo lo que escribo. Entonces creo que ahí hay una relación también con Berlín y esta cosa trágica y violenta que está en su misma raíz. Tengo la idea de que tengo un fantasma en mi departamento. Le pregunté a Alan Pauls [que vivía en el mismo departamento antes, nota del editor] si él lo había visto y me dijo que no. Y le pregunté a Laura Muñoz, la persona del Berliner Künstlerprogramm con la que siempre me comunico. Le digo, ¿no te han hablado de un fantasma en este departamento? Me dice: No de ese departamento, pero Berlín está lleno de fantasmas. Así que sí creo que tienes un fantasma en tu departamento. 

¿Cómo notas su presencia?

 Es un fantasma bueno, pero no me da para nada miedo. Y yo había notado cosas extrañas como una sombra por aquí… eran sobre todo fenómenos con la luz. Y después puse mi altar de muertos y pensé, ¡guau! A lo mejor mi fantasma es la primera vez en su vida que tiene un altar de muertos y se siente convidado o convidada. Y nunca nos llevamos mal, pero siento que después de eso nos llevamos mejor.

 Hablemos de otro fantasma que durante muchos años recorría la recepción de la literatura latinoamericana en Alemania que es el Realismo Mágico. En Estados Unidos donde tú enseñas en la universidad ese fantasma parece extinguido …

 Cierto, la conversación en términos de literatura latinoamericana ha cambiado radicalmente. En Estados Unidos por cuestiones de mercado, el énfasis se ha movido de estos grandes hombres del boom y del Realismo Mágico hacia las voces de mujeres de Latinoamérica produciendo todos estos textos críticos. Y en muchos sentidos también decoloniales, aunque no todos. El punto de engarce, fue Bolaño. Y después vienen estas voces de mujeres. Me parece que, en general, hay que celebrarlo y hay que ver también con cuidado: ¿Cuáles son los contornos de esta nueva conversación y cómo nos podemos posicionar críticamente también ante esta?

 Has mencionado que algunas de estas nuevas voces, o quizás la mayoría, tienen un enfoque decolonial, ¿cómo lo caracterizas?

 Sobre todo, me interesan mucho, personalmente, las mujeres que analizan o subvierten narrativas patriarcales, y parte de la narrativa patriarcal, me parece que siempre está engarzada con una narrativa colonialista. Entonces, creo que cuando se empiezan a desmantelar ciertos elementos de esta narrativa patriarcal, se están poniendo en cuestión estas otras relaciones estructurales. Entonces leemos, por ejemplo, un libro que a mí me ha conmovido mucho, Chicas Muertas de Selva Almada o su novela No es un río, que a mí me parece un libro fenomenal. En su énfasis material, en su consideración del fantasma también, las chicas que están ahí, en su conexión con el lenguaje local, que no aligera. Que sigue siendo como de resistencia también. Hay ahí un análisis de la masculinidad. Eso forma parte, por ejemplo, de una trilogía sobre los hombres, ella misma lo ha dicho, pero también del territorio. O sea, las dos cosas van unidas. Ese tipo de trabajos me parece emblemático de las conversaciones que estamos teniendo ahora. Hay una sutileza. Me parece, por ejemplo, otra autora, Mónica Ojeda, en Mandíbula también entiende muy bien la experiencia del cuerpo joven, la experiencia adolescente, y con una potencia escritural, una escritura musculosa le llamo yo. Es realmente increíble.

 Cambiar perspectivas, cuestionar relaciones y patrones establecidos, es también una meta del festival Barrio | Bairro Berlin. O sea, en vez de proclamar una comunidad latina en la capital alemana, decimos que Berlín hoy en día es un barrio de una ciudad latinoamericana invirtiendo de esa forma la jerarquía entre minoría y mayoría cultural.

 Me encanta la idea y sí creo que sea cierto. Bueno, yo lo que dudo de Estados Unidos es que haya un barrio. Aunque debo decir que Houston no es Estados Unidos, Houston es una ciudad de las más diversas del país, una ciudad donde todo el mundo habla español. Yo tengo una tía que tiene 50 años viviendo allá y nunca aprendió inglés, a pesar de que tuvo un trabajo oficial, tiene pensión y seguro de vida y demás. En fin, tiene estas especificidades, pero la ciudad está construida de tal manera que siempre necesitas un coche, no hay banquetas, no hay sidewalks. Y para mí, si no hay espacios para caminar en el sitio donde vives, está muy complicado llamarle barrio. Y sí me parece que eso permite hablar de un barrio en Berlín. Y me gusta la idea de que sea una colonia de Latinoamérica. Al contrario, con lo que significa una colonia en términos de barrio, pero también una colonia en términos de retro-descolonización. Al menos mi experiencia aquí me habla de esto, de una comunidad muy activa.

 La idea de barrio nos permite pensar Latinoamérica desde acá, una Latinoamérica fuera de Latinoamérica, o sea pensar una perspectiva fuera de la temporalidad lógica y linear como lo propone el latinofuturismo. ¿Qué piensas de ese concepto?

 

Soy directora de un programa de escritura creativa en español en la Universidad de Houston. Y varios de mis estudiantes han estado escribiendo dentro del contexto de estos distintos futurismos, la ciencia ficción, la ficción especulativa, la ficción especulativa desde los distintos feminismos, de cuerpos no normativos. En fin, creo que ha habido una discusión muy rica al respecto. Recientemente, me pidieron una colaboración para un proyecto sobre manifiestos para un futuro posible que organizó Christina Sharpe. Me puse a pensar críticamente sobre esta idea del futurismo y de los distintos futurismos, que hemos tenido el suficiente tiempo para desarrollar una teoría crítica al respecto, sobre todo de los aspectos más, digamos, patriarcales de esos futuros que suelen ser apocalípticos, suelen incorporar ideas masculinas y masculinistas de manera preponderante. Entonces, yo empecé a escribir en lugar del futuro acerca del subjuntivo, que me parecía como una salida crítica de estas narrativas del futuro. Y ahora acabo de regresar de una visita a Berkeley, en California, y me doy cuenta que todo el mundo está escribiendo sobre el subjuntivo y yo no sabía que estaba bueno. Pero sí sabía, de alguna manera, como que hay un potencial crítico sobre estas narrativas en el subjuntivo, como una posibilidad de salir del encasillamiento futurista.

 

Si pensamos las temporalidades, de alguna forma nos encontramos con el fantasma en tu departamento porque la creencia de fantasmas o de esas presencias de los muertos también tiene que ver como que uno está saltando la cronología común porque podemos conectarnos con el pasado y quizás también con un cierto futuro. Podríamos decir que nosotros somos los espíritus del futuro.

 

¡Qué bonito verlo así! Y somos los espíritus posibles y potenciales presentes en el subjuntivo también. Los conjuramos en todo caso. En el subjuntivo es la cuestión de que una vez que está puesto ahí ya todo lo que ocurra después va a depender de quién lo lea y quién se enganche. Y quién quiera formar parte de esa conversación. Lo que me parece importante del subjuntivo es el desvío. Cuando estamos hacia el futuro creo que hay una unidireccionalidad que es lo que ha llevado hacia el encasillamiento. Hacia la osificación de esas mismas posibilidades y que han sido muy bien aprovechadas por el capitalismo contemporáneo. Creo que el subjuntivo es un desvío que admite la imaginación y que admite en ese sentido una comunalidad más amplia. El subjuntivo siempre es una posibilidad y hay una cierta falta de certeza. Que me parece muy importante como aglomeradora de potencias. Me interesa pensarlo gramaticalmente, me interesa pensarlo políticamente y me interesa pensarlo en términos de la relación entre vida y literatura.

 

Cristina, muchísimas gracias por la conversación.

Huaco Retrato
Gabriela Wiener
31.07.24

Huaco retrato, Barcelona : Literatura Random House, 2021

Lo más extraño de estar sola aquí, en París, en la sala de un museo etnográfico, casi debajo de la Torre Eiffel, es pensar que todas esas figurillas que se parecen a mí fueron arrancadas del patrimonio cultural de mi país por un hombre del que llevo el apellido.

Mi reflejo se mezcla en la vitrina con los contornos de estos personajes de piel marrón, ojos como pequeñas heridas brillantes, narices y pómulos de bronce tan pulidos como los míos hasta formar una sola composición, hierática, naturalista. Un tatarabuelo es apenas un vestigio en la vida de alguien, pero no si éste se ha llevado a Europa la friolera de cuatro mil piezas precolombinas. Y su mayor mérito es no haber encontrado Machu Picchu, pero haber estado cerca.

El Musée du Quai Branly se encuentra en el VII Distrito, en el centro del muelle del mismo nombre, y es uno de esos museos europeos que acogen grandes colecciones de arte no occidental, de América, Asia, África y Oceanía. O sea que son museos muy bonitos levantados sobre cosas muy feas. Como si alguien creyera que pintando los techos con diseños de arte aborigen australiano y poniendo un montón de palmeras en los pasillos, nos fuéramos a sentir un poco como en casa y a olvidar que todo lo que hay aquí debería estar a miles de kilómetros. Incluyéndome.

He aprovechado un viaje de trabajo para venir por fin a conocer la colección de Charles Wiener. Cada vez que entro a sitios como este tengo que resistir las ganas de reclamarlo todo como mío y pedir que me lo devuelvan en nombre del Estado peruano, una sensación que se vuelve más fuerte en la sala que lleva mi apellido y que está llena de figuras de cerámica antropomorfas y zoomorfas de diversas culturas prehispánicas de más de mil años de antigüedad. Intento encontrar alguna propuesta de recorrido, algo que contextualice las piezas en el tiempo, pero están exhibidas de manera inconexa y aislada, y nombradas solo con inscripciones vagas o genéricas. Le hago varias fotos al muro en el que se lee “Mission de M. Wiener”, como cuando viajé a Alemania y vi con dudosa satisfacción mi apellido por todas partes. Wiener es uno de esos apellidos derivados de lugares, como Epstein, Aurbach o Guinzberg. Algunas comunidades judías solían adoptar los nombres de sus ciudades y pueblos por una cuestión afectiva. Wiener es un gentilicio, significa “de Viena” en alemán. Como las salchichas. Tardo unos segundos en darme cuenta de que la M. es la de M. de Monsieur.

Aunque la suya haya sido la misión científica del típico explorador del siglo XIX, suelo bromear en las cenas de amigos con la idea de que mi tatarabuelo era un huaquero de alcance internacional. Les llamo huaqueros sin eufemismos a los saqueadores de yacimientos arqueológicos que extraen y trafican, hasta el día de hoy, con bienes culturales y artísticos. Pueden ser señores muy intelectuales o mercenarios, y pueden llevar tesoros milenarios a museos de Europa o a los salones de sus casas criollas en Lima. La palabra huaquero viene del quechua huaca o wak’a, es decir un lugar sagrado inca que, por lo general, termina convertido en un sitio arqueológico o simplemente en ruinas. En sus catacumbas solían estar enterradas las autoridades comunales junto a su ajuar funerario. Los huaqueros invaden sistemáticamente estos lugares buscando tumbas u objetos valiosos y, a causa de sus métodos poco profesionales, suelen dejarlas hechas un muladar. El problema es que semejante procedimiento no permite ningún estudio posterior fiable, hace imposible rastrear cualquier seña de identidad o memoria cultural para reconstruir el pasado. De ahí que huaquear sea una forma de violencia: convierte fragmentos de historia en propiedad privada para el atrezzo y decoración de un ego. A los huaqueros también les hacen películas en Hollywood como a los ladrones de cuadros. Son fechorías no exentas de glamour. Wiener, sin ir muy lejos, ha pasado a la posteridad no solo como estudioso, sino como “autor” de esta colección de obras, borrando a sus autores reales y anónimos, arropado por la coartada de la ciencia y el dinero de un gobierno imperialista. En aquella época a mover un poco de tierra le llamaban arqueología.

Recorro los pasillos de la colección Wiener y entre las vitrinas atestadas de huacos, me llama la atención una porque está vacía. En la referencia leo: Momie d’enfant, pero no hay ni rastro de ésta. Algo en ese espacio en blanco me pone en alerta. Que sea una tumba. Que sea la tumba de un niño no identificado. Que esté vacía. Que sea, después de todo, una tumba abierta o reabierta, infinitamente profanada, mostrada como parte de una exhibición que cuenta la historia triunfal de una civilización sobre otras. ¿Puede la negación del sueño eterno de un infante contar esa historia? Me pregunto si se habrán llevado la pequeña momia a restaurar como se restaura un cuadro y si han dejado la vitrina vacía en la sala como un guiño a cierto arte de vanguardia. O si el espacio en que no está es una denuncia permanente de su desaparición, como cuando robaron un Vermeer de un museo de Boston y dejaron por siempre el marco vacío en la pared para que nadie lo olvide. Especulo con la idea del robo, de la mudanza, de la repatriación. Si no fuera porque vengo de un territorio de desapariciones forzadas, en el que se desentierra pero sobre todo se entierra en la clandestinidad, tal vez esa tumba invisible detrás del cristal no me diría nada. Pero algo insiste dentro de mí, quizá porque ahí dice que el niño de la momia ausente era de la Costa Central, de Chancay, del departamento de Lima, la ciudad donde nací. Mi cabeza deambula entre pequeñas fosas imaginarias, cavadas en la superficie, encajo la pala en el hueco de la irrealidad y retiro el polvo. Esta vez mi reflejo de perfil incaico no se mezcla con nada y es, por unos segundos, el único contenido, aunque espectral, de la vitrina vacía. Mi sombra atrapada en el cristal, embalsamada y expuesta, reemplaza a la momia, borra la frontera entre la realidad y el montaje, la restaura y propone una nueva escena para la interpretación de la muerte: Mi sombra lavada y perfumada, vaciada de órganos, sin antigüedad, como una piñata translúcida llena de mirra, nada que puedan devorar y destruir los perros salvajes del desierto.

Un museo no es un cementerio, aunque se parezca mucho. La exposición de Wiener no explica si el pequeño que no está fue sacrificado ritualmente, asesinado o si murió de forma natural; ni cuándo, ni dónde. Lo que es seguro es que este sitio no es ni una huaca, ni la cima de un volcán en la que ser entregado a dioses y hombres para que bendigan la cosecha y la lluvia caiga gruesa y constante como en los mitos, como una torva de dientes de leche y granos rubíes de granadas jugosas regando los ciclos de la vida. Aquí las momias no se conservan tan bien como en la nieve.

Los arqueólogos dicen que en los volcanes altos del sur extremo, los niños encontrados parecen dormidos en sus tumbas de hielo, y al verlos por primera vez, da la sensación de que podrían volver en cualquier momento de su sueño de siglos. Están tan bien conservados que quien los ve piensa que podrían ponerse a hablar en ese instante. Y nunca están solos. Juntos enterraron a Los Niños de Lullaillaco, en la Cordillera de los Andes: la Niña del rayo, de 7 años, El Niño, de 6, y la Doncella, de 15. Y juntos los desenterraron.

En una antigüedad no tan remota, aquí mismo, en una capital europea, los niños también se enterraban en el mismo sector del campo santo, como si fueran todos hermanitos o una peste se los hubiera llevado de golpe y pasaran a habitar una especie de mini ciudad fantasma dentro de la gran ciudad de los muertos, para que si despertaban en medio de la noche pudieran jugar juntos. Siempre que visito un cementerio intento darme una vuelta por la zona kids, voy leyendo entre sobresaltos y suspiros las despedidas que les dejan las familias en sus mausoleos, y me da por imaginar sus vidas frágiles y sus muertes, causadas la mayor parte de las veces por enfermedades insignificantes. Pienso, delante de este sepulcro infantil no habido, si el terror que nos produce hoy la muerte de un niño viene de esa antigua fragilidad, y si no será que hemos olvidado la costumbre de sacrificarlos, la normalidad de perderlos. No he visto nunca tumbas de niños muertos contemporáneos. Quién en su sano juicio llevaría el cadáver de su hijo a un cementerio. Hay que estar loco. A quién se le ocurriría enterrar a un niño, vivo o muerto.

Este niño sin tumba, en cambio, esta tumba sin niño, no solo no tiene hermanos ni compañeros de juegos, es que ahora además está perdido. Si estuviera ahí, me imagino a alguien, que podría ser yo, sucumbiendo al impulso de tomar en brazos a la Momie d’enfant, la guagua huaqueada por Wiener, envuelta en un textil con diseños de serpientes bicéfalas y olas de mar roído por el tiempo, para salir corriendo hacia el muelle, dejar atrás el museo, cruzar hacia la torre, sin ningún plan en concreto, solo alejarnos lo más posible de ahí, pegando algunos tiros al aire.

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